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domingo, 10 de agosto de 2025

Viajar en verano…Londres, por ejemplo

Es una ventaja viajar fuera de temporada estival: temperatura agradable, evitar aglomeraciones en cada lugar que pretendemos visitar, contemplar tranquilamente y disfrutando de cada cosa que miramos...

Cuando uno planea las vacaciones estivales con tiempo, imagina cómo serán esos días, pongamos, del viaje que deseamos hacer: desde los billetes en avión, por ejemplo, hasta el alojamiento, adquirir las entradas de los sitios de interés, seleccionar restaurantes y trazar itinerarios (nada que ver, por cierto, con el cortazariano).

En cualquier caso, hay que garantizarse que merece la pena el esfuerzo, el tiempo, las energías, el pecunio y, sobre todo, dejar rastro de tamaña aventura a la vuelta; y a voz herida, gritar a los cuatro vientos: “genial, nos lo hemos pasado muy bien, qué bonito, increíble, ha estado súper…” (que el lector ponga todas las exclamaciones que quiera). Suma y sigue. Como a alguien se le ocurra plantear el más mínimo pero, se le mira con recelo y, sin duda, se le califica de gurrumino, refunfuñón, cascarrabias, sociópata…el pack vacacional viene con el bono de optimismo, de positividad…un énfasis excesivo, hipérboles a tutiplén.

Y no, no paso por el aro de la obligatoriedad de identificar viajes en vacaciones con lo más cool, lo más in…lo mejor de lo mejor, para impresionar al personal.

En muchas ocasiones abogo por el sofá, el embrutecimiento televisivo, el “tumbing” doméstico… A ver quién tiene el cuajo de decir al prójimo que se ha quedado en casa durante sus vacaciones y tan ricamente.

No me quiero distraer del hilo narrativo: resulta muy impopular, de vuelta de un viaje, contar que: “vaya, bueno, bien sin más, esperaba otra cosa…”

Y, sí: reivindico la valentía del pero y del aunque individual y colectivo.

A mí Londres me ha parecido, en esta última visita, muy tensionado, atractivo, inspirador, pero yo he colapsado: en la National grupos de estudiantes italianos bulliciosos, no, gritones…en el British Museum todo el continente asiático dueño de salas aglomeradas, desordenadas…vestigios históricos apilados como en el desván de la abuela; en el Puente, ni hueco para la selfi de marras, el Big Ben, atropelladísimo.


Sigo Oxford Street, Piccadilly, Trafalgar Square, el London Eye, la Waterstones, Buckingham…

Solo disfruté paseando por las calles de la City, a pesar de las obras y vacías en viernes por la tarde y por el complejo urbanístico de Barbicam centre.

No me he calzado la boina “foral” de quien afirma: “como en mi pueblo, nada; como en mi casa, en ningún otro sitio”.

Y para acabar…Oxford: un auténtico escenario de cartón piedra. Puro atrezo ¿académico?

Horrible, sin paliativos.

No hay como viajar, para regresar, obvio. El último día de nuestra estancia foránea cambia la percepción, y con el horizonte de la vuelta próximo, hacemos recuento final: “¡qué bien, oye, sí la verdad…!” en voz baja. El paso de los días merma nuestra capacidad de asombro salvo en los adolescentes (y algún maduro que anda un poco perdido) que lamentan no ver a ese amor de verano.

Y aquí lo dejo. Solo es una opinión, personal, claro, la mía propia y vale lo que vale.

A mí no me duelen prendas ni siento rubor en decir que este viaje… ¡meh!

Insisto: que no estoy enfadada, solo que no me creo esa máxima de viajar en verano sin uno o más peros.

(Sobre la autora)

miércoles, 6 de agosto de 2025

Esa jubilación tan deseada y tan… ¿temida?



Foto de Mikael Kristenson en Unsplash

Hoy va de rapto personal y de reflexión íntima en alto, o sea, en leído quiero decir, pero si alguien se anima, lo mismo puede recitarlo y que lo oiga el resto.

Recuerdo los planes de pensiones tan publicitados en los años 80. Nos decían que convenía ahorrar igual que lo hacían los alemanes: ¡qué gran pueblo, tan ejemplar! (modelo para los sureños, repetían) que ellos ya lo hacían desde los 15 años cuando los padres suscribían seguros de vida y de pensiones para sus hijos…

Pues bien, nos repetían, que si nosotros españolitos de pro empezábamos a ahorrar previo pago de nuestras cuotas mensuales, llegaríamos a la edad de jubilarnos con un dinerito para emplearlo en hacer un viaje, un regalo a alguien o darnos un capricho.

Y con esas ínfulas de jubilación dorada nos engañaban como a bobos, sin duda. Estoy más que convencida de toda esa oratoria.

Sí. El pueblo español es un pueblo despilfarrador, que vive de puertas afuera el presente y del futuro que se ocupen otros.

También es cierto que cuando mueren nuestros progenitores, sienta muy bien un remanentito monetario o ese pisito que tanto les costó comprar y que ahora nos viene de perlas (cuánto diminutivo, ¿verdad? Para el siguiente artículo)

Eran otros tiempos, y otros pensares.

Mis hijos me dicen que ellos no van a tener nada que heredar, y es cierto. Nada es nada: cero: ni un piso ni unos ahorros.

Su padre y yo nos hemos “deslomado” (bueno, sentados delante del ordenador) en pagar estudios nacionales e internacionales, una educación de alta calidad, cursos, campamentos, estancias, deportes, actividades extraescolares…que si se suman supondrían toda una urbanización completa.

En una serie de televisión, uno de los personajes decía que quería vivir la vida ahora que estaba jubilada y había conocido al hombre de su vida (no incido en esa memez, que ya he hablado de ello) y quería conocer mundo: otra lerdez. A la edad de jubilarse, o sea, entre los 65 y los 70 años, la carrocería corporal y la mental está “papoco”, casi “escacharrá” y lo que nos espera es un calendario de números grandes donde apuntar las citas médicas porque en la agenda del móvil no atisbamos ni los días ni las horas.

Leo e investigo cómo afrontar los 60, que me cayeron fatal. Achaques, pérdida de memoria, dificultad para recordar nombres de actores, para enunciar frases sin trastabillar, evitar golpes con las esquinas de la mesa, no darme cogotones al salir del coche o no tropezarme con una sandalia plana son el pan de cada día, al menos mi pan.

Imagen creada con IA

Y luego me vienen las casas de seguros para decirme décadas antes que ahorre y así de mayor haré un viaje, por ejemplo…pero, ¿qué viaje?

Me preguntan en la universidad si me quiero jubilar, y antes, sin pensármelo, respondía, rotunda: “¡¡claro que sí, ufff qué ganas!!” y después de pensarlo un poco más, no sé si debería ser así de tajante.

Claro, que es muy impopular decir eso de que a mí me gusta el trabajo -no me divierte- ojo que también hablamos de eso…me tiene ocupa salir de casa, dar unas clases, estar en contacto con mis colegas…;parece que la sociedad nos impele a decir es que sí, que lo estoy deseando que tengo un montón de cosas que hacer, que ya era hora, que me lo merezco…

En todo ello, en la intralectura hay una concepción, aunque sea liviana y tangencial, de obrera machacada por el patrón explotador.

Y todo eso es pura filfa: ni tengo más tiempo para hacer más cosas ni me voy a resarcir ahora de un estajanovismo inexistente.

Tiempo, ¿para qué? Para dormir, para pintar, para hacer deporte…que no, que no me gusta dormir más de lo preciso, mi cuerpo lo sabe y responde muy bien, no me gusta pintar, -solo pinté mandalas mientras estuve con leucemia-, no me gusta el deporte -y eso que no nadaba mal, bailaba zumba y hasta practiqué pilates-.

Imagen creada con IA

Tal y como yo lo veo y sobre todo, me veo yo…para mí es una pesadez ser viejo, estar jubilado, ser una jubileta y eso, que dios mediante me faltan unos tres años o algo más. Pero valgan estas reflexiones para ir preparando mis neuronas y sobre todo para recordarme por escrito lo que pienso ahora, casi a punto de cumplir 63 años. ¡¡Qué vieja y qué viejo veía a mi madre y a mi padre!!


Ya no hay horizonte, ni objetivos, ni mucho que hacer. Solo esperar, quizá una espera activa, pero con poco que demostrar, más bien nada. Dicen que a partir de los 50 la vida ya está hecha. Bueno…con matices.

Y no me da envidia quien empieza a hacer yoga, o senderismo o correr… ¡qué pereza!

Hasta aquí.

(Alguna amiga mía, jubilada ya, tiene toda mi admiración)

sábado, 2 de agosto de 2025

Es el hombre de mi vida...

                                ¡¡vaya martingala!!


Foto de Nathan Dumlao en Unsplash

Cuando alguien, una mujer, son más dadas a ello, atiza esta afirmación con una rotundidad que asusta, se me cuaja el estómago. 

No se le mueve una pestaña y sigue la fémina: “me hace muy feliz” … parece que tanto énfasis busca más su propio convencimiento que el ajeno; no hay que romperse mucho la neurona para pensar en la suerte que ha tenido la interfecta: con la de hombres que hay en el mundo ha dado en la diana, oye. 

Por un efecto de amnesia transitoria, ni se acuerda de los casos (exponencial) de medias naranjas tiradas a la poubelle: divorcios, separaciones, alejamientos…¿todas ellas estaban equivocadas?

Muy localista me parece a mí eso del “hombre de mi vida”; si tuviéramos 7 vidas como los gatos andaríamos persiguiéndolos, a los varones, quiero decir, para dar con él y nos tendríamos que calzar las botas del gato (el del cuento) para ir recorriendo leguas y leguas hasta encontrarlo, al hombre, insisto.

Vamos, que se trata de una de esas frases huecas, retóricas cuyo análisis y exégesis viene muy bien para estas fechas estivales en las que se relaja hasta el cerebelo.

Ilustración creada con IA
Me imagino al gordo sedente con sus lorzas rebotando, tronchado de la risa, al oír una de sus máximas sobre la felicidad; perdón, que Buda garantizaba la felicidad de uno a partir de uno, o sea, de su interior: ¿con tanta masa adiposa se la encontraba él mismo?

O aquellos filósofos “antiguallas” dando la chapa con la felicidad “parriba” y la felicidad “pabajo”; qué cansinos resultan con la salmodia que las redes canturrean para incomodar a sus seguidores.

A lo que voy: eso del hombre y de la mujer “de mi vida” son paparruchas. Una milonga mal bailada; una pura charlotada taurina.

El hombre de mi vida…no existe; la mujer de mi vida…no existe. Ni uno ni otra hacen feliz a nadie. Solo el instante de proclamarlo ya es fugaz; cuando alguien lo profiere seguro que se encuentra o achispado o euforizado porque al regresar a la realidad, se da de bruces  con la ídem…Y si te he visto, no me acuerdo.

martes, 29 de julio de 2025

¿Trabajar y divertirse? No sé yo…

 


A mí me parecen dos términos, perdón, dos actividades casi incompatibles, perdón, excluyentes.

Aplicarse o dedicarse con esfuerzo a la realización de algo es como define la RAE el trabajo, curro, faena, tarea, labor, quehacer…; entretener, recrear, agradar y amenizar alude a la diversión, ocio, también según la Academia de la Lengua.

Relacionado con la diversión encontramos contentar, gozar, regocijarse.
Y las fechas en que escribo este artículo encaja dicha familia léxica como un guante, porque estamos esperando las vacaciones, tiempo de solaz y esparcimiento, se nos cae el boli, perdón, la tecla del ordenador y a otra cosa, mariposa; el gusto que da contestar cuándo “cogemos las vacaciones”…interesante expresión, que no se nos escapen, las prendemos y las agarramos sin soltar ni uno de los días que nos corresponden; mejor que “me dan las vacaciones”; las vacaciones, el ocio y la diversión vienen de la mano personalísima e identitaria de uno mismo: son mías, me las he ganado y a disfrutarlas.

El anterior exordio obedece a la necesaria explicación de que el trabajo no es vacación, ni diversión ni complacencia: aunque suene antiguo (nunca mejor dicho), retumban en nuestros oídos de boomers:  “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3:19) y no nos gusta sudar, ni por la frente ni por ningún costado de nuestro cuerpo.

 Abanicos aparte, escucho en la televisión: “Solo volveré al baloncesto cuando sepa y esté seguro de que me voy a divertir”; mi pasmo se refleja en mi cara y en el mutismo inicial para reaccionar enfurecida: si te dedicas al baloncesto profesional, es decir, por el que percibes un salario, es tu trabajo; dudo que muchos de los profesores y profesoras vayamos a las aulas a divertirnos; más bien, al contrario, las dejamos con la tranquilidad de un descanso merecido, de una diversión que vamos a elegir voluntaria y personalmente, la que sea: leer, escuchar música, ir de senderismo, viajar o tumbarse a la bartola en el sofá de casa.  

Recuerdo una película de hace muchos años: Cómo ser mujer y no morir en el intento (1991) en la que Carmen Maura, protagonista, reivindica su trabajo como periodista a su jefe porque ella trabaja por dinero, como todo el mundo; hay que pagar facturas, abono de transporte, entradas al parque de atracciones, luz y gas, por ejemplo.

Imagen creada con IA

Seguro que hay muchas personas a las que les gusta su trabajo; cuidado, insisto, su trabajo, no hablo de trabajar, que puede coincidir, claro está; pero el trabajo es un útil, una herramienta y un medio de vida no una diversión en sí mismo.

Ocurre que, desde hace unos años, la obsesión del “disfruta con lo que haces, diviértete” supone una carga estresante porque se parte del error primigenio: el trabajo, divierte. ¡No! Y otra gran frase: el trabajo, dignifica ¡No!

Admito que existen situaciones en las que se da la posibilidad de trabajar en lo que a uno le gusta o para lo que se ha preparado…pero no es ni lo común ni lo normal.

La generación Z lo tiene muy claro: anteponen su tiempo frente al de otros, sus jefes. Trabajan en aquello que les procura cubrir sus necesidades, sin falsas lealtades ni diversiones ficticias. Me pagas por mi trabajo, que no es ocio ni diversión. Y punch (sic). ¡¡Cuánto tenemos que aprender los cincuenteros y sesenteros de ellos!!

El trabajo compromete, exige una implicación, hay que cumplir porque se contrae una obligación por contrato sea de carácter deportivo, musical, docente o sanitario…

La diversión, no. Se trata del tiempo libre de una persona, de un cese de actividad laboral.

Que no nos vendan milongas: hay que trabajar para vivir, pero no trabajar para divertirse.


miércoles, 28 de mayo de 2025

Generación “milenial”, generación Y, generación de cara de besugo

Millenials

Más allá de toda la literatura que inunda internet sobre esta generación, mi opinión de hoy no pretende ser un escupitajo dominical sino una descripción de cómo vivo yo, boomer irredenta, la existencia de los “ojos de besugo” cual emoticono en la red.

No hay acuerdo ni en cómo escribir el término que engloba a quienes tienen en la actualidad una edad entre los 32 y los 42 (año arriba, año abajo): que si con doble ele, que si con doble ene, que si son los Y, los que siguen a la X o preceden a los Z.

Por más letras que pongamos, los “milenial” estorban, sí, sin paliativos, están a medio hacer, les falta un punto (por ser generosa) de cocción, un último hervor: han reducido su interacción social y lingüística a la mínima expresión.

Por partes. Y siempre desde mi punto de vista personal, testado una y otra vez, uno y otro día en uno o en otro sitio, diré que poseen nula capacidad de reacción: siempre están en medio de todo y de todos: quietos, sin moverse, esperando que alguien les dé la indicación de que se aparten: que quiero introducir el tique del aparcamiento en el cajero y tú estás delante, “pasmao”; que su carrito de la compra interfiere mi acceso a la rampa mecánica para llegar a mi coche… se les pide perdón, se giran, y la misma cara de lerdez supina de siempre; que los cochecitos eléctricos en que pasean por el centro comercial a su prole, te rompen el tobillo, ¡ay!, es que no me he dado cuenta, que su niña se tira al suelo haciendo la croqueta y berreando como cerdo en la matanza…dejémosla que exprese su interior exaltado. Vaya amasijo de “destalentaos”.

MillenialEstán y parecen ser un musgo. Como tiene que haber de todo, ahí van los “milenials” que pueblan un universo en el que está prohibida la palabra NO, por ejemplo, que lo mismo se trauman sus vástagos, pobrecitos…; nunca amplían el foco más allá de su ombligo, porque alguien, tan “milenial” e “iluminao” como ellos, les ha dicho que trabajen la improvisación, las energías, la conexión mente-cuerpo, el “jipismo trasnochao” y que den rienda suelta a las emociones…claro, que estos dictados les explotan en la cara de “acarajotaos” que lucen porque no han cultivado la decisión, la resolución de conflictos y la empatía en tantas situaciones vitales. El día que tocaba la lección del ser humano es un ser social, se la perdieron o estaban a por uvas.

Se mantienen en una parálisis física y conductual que bloquea al resto que les rodeamos.

Me estoy dando cuenta de incumplir mi promesa inicial, y sí, me está saliendo de las tripas un escupitajo contra ellos.

Por hoy, basta; solo me gustaría añadir la pena que siento por los profesores que les toca enseñar a esta patulea de hijos de “milenials” durante la educación académica que les imparten, porque de la otra, de la educación emocional y social…ni atisbo.

Seguiré, seguro…

martes, 1 de abril de 2025

La palabra y ese … ”¿me entiendes?”

¿me entiendes?

Da igual el foro en el que nos encontremos, la conversación en la que participemos o el acto al que acudamos; siempre y de manera inevitable -o no tanto- se cuela el consabido sonsonete: “¿me entiendes?” un claro “a ver si te enteras, que te despistas y no me prestas atención”.
Todo ese magma lingüístico se adivina bajo las aguas procelosas del acto comunicativo como si fuera la masa espesa y compacta del iceberg que naufraga de un lado al otro del cerebro del emisor que reprocha al receptor su falta de comprensión.
De ahí al “¿sabes lo que te quiero decir?” un nanosegundo en el metaverso de la interacción humana. Todo son increpaciones a la estulticia manifiesta de quien escucha, pasmado, a ese hablante falto de expresividad.
En más de una ocasión, me he atrevido, cual receptora osada -que no ignorante, porque si algo no sé, pregunto y así evito el runrún de la duda perpetua- a espetar al marisabidillo de turno: “yo te entiendo, pero te explicas como el c… o como el r…” (coloquialismos muy del gusto de nuestros tineyers que evito en mi escritura pero no en mi oralidad) vamos, que no hay forma de entrever el mensaje que quiere proferir el supuesto y presuntuoso sabio porque desconoce los mínimos y básicos rudimentos del lenguaje.
Para mi propia tranquilidad y la del ajeno lector que sigue este observatorio, nos queda reconocer que el manido “¿me entiendes?” tan solo es una muletilla del discurso social, al modo de otros del pelo: “pues…, en fin…, a ver…, ya… claro…” elementos que nos proporciona el lenguaje en su función fática y que nos permite mantener el contacto con el otro.
¡Cuidado! Estoy hablando del contacto comunicativo, lo del “cum-tactum” para otra ocasión.
(Publicado en Isidora Cultural en agosto de 2024)

martes, 18 de marzo de 2025

No me gusta Lisboa: lo natural y lo común

 

No me gusta Lisboa

Cuando dices que vas a Lisboa, se ilumina la cara de quien lo escucha: “¡te va a encantar! ¡Qué ciudad, es preciosa!, ¡qué suerte!”

Cuando aclaras que es tu cuarta visita, las afirmaciones anteriores se redoblan: “¿a que sí?, ¡seguro que vas a descubrir cosas nuevas!, ¡yo viviría allí! …”

Y cuando concluyes que no, “que no me gusta, nada, pero nada es cero” que es la cuarta vez en la capital lusa y que en esta ocasión acompañas a alguien por primera vez, la sorpresa y el desencanto ajeno estallan en el otro.

Claro, que también me dirán por qué insisto una y otra vez.

A Lisboa viajé durante la luna de miel, un 1 de noviembre frío y neblinoso, gris y triste. Hotelazo.

A Lisboa volví un 9 de noviembre para un congreso sobre Cervantes: frío y con huelga de taxis, buen tiempo y excursiones a lugares turísticos. Hotelazo.

A Lisboa regresé un 30 de abril, puente madrileño: con mi hija; soleado, buen tiempo, visitas a lugares turísticos, restaurantes, fado. Hotelazo.

A Lisboa volví un 8 de agosto. Vacaciones estivales, con mi hijo. Canícula, visitas turísticas y cultura. Mucha interacción social. Hotelazo.

He creído necesario dar estos breves apuntes para matizar mi aseveración: “Lisboa no me gusta y punto, pero, por favor, no me perdonen la vida, no me miren mal”.

Parece que el sentido común invita a identificar Lisboa con una suerte de placer, encantamiento y gusto que a todo el mundo arrebatan, es decir al común de los mortales les gusta. Y a mí, no.

Quizá lo común no sea lo natural, es decir, que si a mí, una ciudad, en este caso, Lisboa, no me gusta, no estoy adoctrinando, ni mucho menos expresando mi ideología, tan solo una opinión, personal, valga el énfasis, de algo que va contracorriente, porque parece que lo natural es que Lisboa le guste a todo el mundo; sanseacabó, y ojo de aquel que diga lo contrario.

Pues bien, ni por costumbre, ni por tradición, ni por sentido común, la opinión es un derecho que ejercemos. Y tiene el valor que tiene. Como casi todo en esta vida, relativo y referencial.

No me gusta Lisboa
A mí no me gusta Lisboa: está vieja y rota (ya sé, me dirán quienes me lean, ese es el encanto) y sucia e incómoda (ya sé, insistirán: pervive un aire decadente).

La he visitado en varias ocasiones y con diferentes motivos, le he puesto ganas, muchas y no hay manera.

No me gusta el fado, ni las calles empinadas, ni los taxis…

Me gustan el café, y los postres, alguna librería y la fundación Calouste Gulbenkian.

Me gusta escuchar a mi hijo hablar en portugués, a mi hija en inglés y a mi marido disfrutar del bacalao.

¿Ven? Algo es algo y es mucho.

Seguro que volveré…una vez más, pero no para intentar que me guste ni para formar parte del sentido común ajeno que propina a la menor de cambio que Lisboa gusta sí o sí a todo el mundo.

Hoy por hoy, Lisboa no me gusta y tenemos la suerte, todos, de poder expresarnos así.

¿Y qué pienso de PARÍS?

martes, 11 de marzo de 2025

“Vivió como siempre quiso…”

 

La sombra de la mujer opacada
imagen generada con IA

Cuántas veces hemos leído y escuchado esta frase en el obituario de alguna mujer famosa. Como si no hubiera muchos más datos que añadir, esta afirmación sirve para decir mucho o poco de la finada, según se mire.

Nunca la he visto aplicada con el mismo sentido a ningún varón, y a poco que analicemos las entretelas, deja al descubierto todo un imaginario misógino propio de machirulos. Y también van encubiertas no pocas féminas en esta categoría.

Cuando una mujer, casada, sacramental o civilmente se separa con algún hijo a cuestas, le caía la mundial, en aquellas décadas de grisura social y cultural: a ella le correspondía ser la donna angelicata, y la almohada del guerrero que con escafandra de una indómita lucha laboral volvía al hogar a reclamar lo suyo.

Hubo algunas mujeres que se atrevieron a poner pie en pared, y a decir, que nanay, que cada uno en casa apoquina lo correspondiente. ¡Qué adjetivo tan manoseado!

-Ella vivió como quiso... después de cumplir con las expectativas de todos los demás
-Él vivió como quiso... el mundo le enseñó que la libertad era suya por derecho. .

Ese prefijo CO- de corresponsabilidad, colaboración, coparticipación se fue a la “poubelle” que dirían los franceses.

Si una fémina decide que, hasta aquí, que basta de machaque, es percibida como una visionaria, una adelantada, alternativa, innovadora…vamos, que rompe moldes y ¡¡ay, diosmíoquévaserdella!! (así, pronunciado del tirón, todo seguido).

Se trata de mujeres que antepusieron su bienestar propio, su dignidad y su capacidad decisoria frente al pánzer masculino que todo lo aplastaba y que a todas o a casi todas domeñaba.

Una mujer separada, soltera, viuda, casada… que sale y entra, sube y baja, hace lo que quiere solo está ejerciendo su derecho a ser y a estar. A ser ella misma y a estar donde quiera estar.

Ocurre que son casos de mujeres avezadas en recibir improperios y latigazos físicos y psicológicos, que salen en la pantalla y en los medios, de las que nunca nos habríamos imaginado con unas vidas amordazadas y que rompen moldes porque necesitan y quieren vivir ellas por sí mismas.

“Vivir como siempre quiso” alude casi siempre a un libertinaje mal entendido, a un salirse de los márgenes establecidos, a hacer de su capa un sayo y luego la encumbran en el pedestal de autonomía y autoafirmación. Cuanto prefijo AUTO- socavado y escondido.

Ellas vivieron como pudieron, como las dejaron…no sé si tanto como quisieron.

Hacer uso del derecho a ser persona no es “vivir como quiso” es vivir como corresponde a todo ser humano.

martes, 4 de marzo de 2025

Libros de autoayuda: ¿pasta? ¿catarsis?

 

Libros de autoayuda:  realidad o engaño y negocio

Menudo filón editorial, la autoayuda.

A mis estudiantes les digo que ya lo inventó Gracián, aquel presbítero católico allá por el siglo XVII, cuando enjaretó unas cuantas máximas de vida y un modus operandi en su Oráculo manual y arte de prudencia. Recuerdo la época en que algunos políticos de nuestro país afirmaban tener dicha obra como libro de cabecera. En fin …

En la actualidad día sí y día también nos inundan consejos ajenos de cómo ser feliz, ignorar al jefe, entender a la genZ, dónde buscar amigas “vitamina”, y hasta elegir la dieta que evita ese tumor maligno.

Esos autores y esas autoras son genuinos vendedores de pócima “crecepelo”, feriantes de carromato, engañabobos y escritores a medio cocer: periodistas, psiquiatras, cantantes, presentadoras…vaya patulea de chamanes venidos a más, gurús de chichinabo y, por encima de todo, listos, muy listos.

Libros de autoayuda ¿nos manejan como a marionetas?

Sus libros de “autoayuda” son lo que aseguran, y nunca mejor que ahora el acudir a la etimología: auto-, o sea, para ellos mismos, porque necesitan catarsis propia (a los ajenos, a sus próximos…que les den) y, sobre todo, pasta, mucha pasta la que se embolsan con engañifas: cuatro expresiones ocurrentes, dos simplezas mal gramaticalizadas y jeta, una gran dosis de caradura.

Los libros de autoayuda… ¡Ay, si Baltasar levantara la cabeza!

martes, 18 de febrero de 2025

De principios y axiomas: esa frase tan...

principios axiomas
conducir perpleja, ocupada y casi preocupada

Estos días invitan a pensar, bueno algunos humanos piensan y otros seres vegetan.
Salir a la calle y cruzarse con desconocidos, usar el metro y compartir vagón, hacer la compra y esperar en la cola de la caja…y la cabeza empieza a rodar y a darle vueltas a esa frase que escuchamos en la tele, por ejemplo, o que leímos en Facebook, o que alguien avispado y ducho en el lenguaje y sus juegos profirió en una conversación pretendidamente amistosa y relajada.
Es lo que tiene la familiaridad entre amigos, que una puede permitirse cierto aire de “impertinentuca” y no estar prevenida para el zasca que en modo bumerán recibe.
Hace muy poco he escuchado una de esas frases que me ha tenido ocupada y casi preocupada durante mis trayectos en coche por la M40 (y mira que llevo la radio encendida, pero al final es un telón de fondo, un runrún musical que me sirve para evadirme).
Aquella frase consiguió apoderarse de mis dendritas: “en la vida hay que tener principios y no axiomas”. ¡¡Toma ya!!
Así, de buenas a primeras, suena bien, como dicen los comunicadores en los medios de información; a mí me resulta lapidaria, casi grandilocuente, de manual de jurisprudencia, pero lo suficientemente atractiva como para concederle al menos los kilómetros que me separan de la universidad a mi destino doméstico.
Definir axioma tiene que ver con rotundidad y tajancia, algo tan “evidente que no requiere demostración”, obvio, diríamos.

Aquella frase consiguió apoderarse de mis dendritas: “en la vida hay que tener principios y no axiomas”.

Estamos rodeados de axiomas, de evidencias y de obviedades parece ser y ahí seguimos peleando por lo diferente, lo singular, lo peculiar…
Y la dichosa frasecita de marras que hoy ocupa estas líneas seguía así, “objetivos y no planes” aseguraba mi interlocutor. Por lo tanto igualaba o casi, principios a objetivos y planes con axiomas.
Seguía mi trayecto –atascado- por carretera con el acumen casi derretido como la sesera quijotesca…
Quizá el sabio que afirmó ese enunciado estaba pensando en que conviene tener las cosas claras acerca de lo que cada uno cree y quiere.
Puestos a hacer cadeneta como en aquellas clases de costura, vamos tirando del hilo y enjaretando palabra tras palabra que no sabemos muy bien hacia dónde nos conducen; tal vez al puro placer de la conversación y diálogo.
Porque a la frase inicial hemos añadido acciones de creer y querer para intentar explicar el sentido primigenio de los vocablos que han provocado este desvarío simulado.
Parece que eso de tener planes, proyectos e ideas no es buena cosa del todo por si pueden derivar en cuentos de lechera; en cambio, desarrollar objetivos supondría realizar y moverse por un fin y un motivo.
Principios y objetivos que guíen el comportamiento presente y futuro pero sin planes fantasiosos y detallados que solo generan frustración, sin maximalismos bajo el pretexto de autenticidad, continuaba el ejecutor de la frase ponzoñosa…
Y sigo perpleja con este exordio que me causa, cuando menos, duda, y ya veremos si no confusión y desencanto.
Todo el preámbulo anterior puede resultar un buen planteamiento, tan válido como otro cualquiera para repensar nuestros objetivos personales, profesionales, afectivos…y nuestros planes individuales o grupales por ejemplo, de crecimiento humano, ideológico…
Y después de marearme con tal vaivén terminológico como si fuera una noria de feria ambulante, sostengo que los planes son, más que lícitos y posibles, defendibles. Ilusionantes: previenen y anticipan…tener un plan además supone un diseño, un trazado, una línea para seguir o no, y si nos sale curva tuerta, ya la enderezaremos.
Cumplir planes va más allá. El tiempo y las circunstancias quizá se encarguen de derribarlos con solo un soplo como si fuera un esforzado castillo de naipes.
Pero el plan, y si además tiene objetivos, es la receta idónea para el quehacer diario.

(Publicado en EL OBRERO en septiembre de 2021)

martes, 11 de febrero de 2025

El tiempo viene, el tiempo va

tempus fugit
tempus fugit


Sobre todo, se va, sin remisión, inexorable.

Ya lo cantaba Manrique, ya lo lloraba Quevedo.

¡¡Como para no llevar la cuenta de su fugacidad!!

Me interesan algunas expresiones al respecto: “vivir el presente”, “el futuro no existe”, “perder el tiempo”, “malgastar el tiempo” …

Me voy a detener en la PÉRDIDA.

Creo que la magdalena de Proust es un buen ejemplo: mojada en el té evoca recuerdos guardados en la memoria del protagonista a través de su olfato.

Y perdemos tiempo con el pasado, abstraídos con lo que fue y ya no será, por más vívida y lúcida que tengamos la capacidad cerebral para traer y atraer lo pretérito.

Pero es muy legítimo, personal e intransferible la percepción que cada uno tiene del tiempo. Y a ciertas edades, es de lo poco que nos queda: el tiempo. Escueta la temporalidad vital.

tiempo vuela
el tiempo vuela

Por eso defiendo la idea de “perder” como sinónimo de malgastar los minutos y las horas, los días de cada uno.

Reivindico el extravío no como nostalgia de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, sin añoranzas ni melindres. Abomino del esfuerzo tan actualísimo de un carpe diem estresante: “concéntrate en el aquí y ahora, disfruta del momento, vive como si no hubiera un mañana” … ¡qué trabajera! Acabo agotada de tanta intensidad presentista.

A mis años -y a los de cualquiera- es de justicia, porque yo lo valgo, DECIDIR. Y ahí es donde radica el ser esencial: decidir con quién estar, dónde, cuánto, cuándo y cómo. Decidir a quién se dedica el cómputo del tiempo; yo me pienso dueña y señora de ese acto volitivo y libérrimo. Y si quiero perderlo, me asiste mi derecho.

En mi tiempo mando yo, pero aquí entra en conflicto la dimensión social del ser humano. Existen ciertas obligaciones y ciertos compromisos que implican alguna responsabilidad temporal, difíciles de evitar.

Ahora bien, si yo cedo mi tiempo a algunas de esas circunstancias ajenas, lo mínimo que exijo es correspondencia: que no me aturullen con insensateces, que no ocupen mi concesión con nimiedades, que agradezcan esa largueza mía personal, porque, en definitiva, es mi tiempo, y yo sí lo puedo perder, pero no consiento que los demás decidan cómo malgastarlo.
tiempo oro
el tiempo es oro / mi tiempo es oro

martes, 28 de enero de 2025

¿Qué hacemos con las palabras?

 

palabras

Palabras y más palabras: la palabra proferida, la silenciada, la palabra traducida y la interpretada. Esa palabra que nos ahoga…
Escuchamos palabras, muchas. 
La palabra fija realidades, tiende puentes y quiebra barreras. 
Hablamos y lo hacemos desde nuestras entretelas; creamos redes verbales llenas de sentimientos, afectos y desencuentros. La palabra pronunciada a voz herida, la que se escapa a puro grito y la que clama reflexión.

Contamos sentires y expresamos quereres; la palabra que entendemos y la que nunca llegaremos a comprender.

El abismo entre la comunicación o la ignorancia. Somos seres sociales y necesitamos establecer canales: el lingüístico, imprescindible, y el cultural, sin lugar a dudas. Ahí tenemos el binomio abierto por el que se escapan ideas, prejuicios, deseos, pensamientos, ilusiones y vida.

El ser humano posee la capacidad de desarrollar estas coordenadas con el fin de aproximar al otro, y así facilitar la sonrisa facial, reflejo del entendimiento mutuo.
En alguna ocasión he hablado del papel mediador que cumplen traductores e intérpretes. De su relevancia en la actualidad; resulta necesario traducir e interpretar textos, informes, discursos, acuerdos y resoluciones, mensajes privados y consensos colectivos.

Mucho se nombra el cliché de la “torre de Babel” y la imaginación febril de quien suscribe estas líneas se desboca provocando fotogramas caotizados en un batiburrillo de márgenes sin definir, un totum revolutum cuya confusión solo conduce al marasmo.

Si ya Alfonso X en sus famosas Partidas animaba al estudio y al trabajo conjunto entre discípulos y maestros, o Cervantes instaba a la impresión de libros en su obra canónica, si el Padre Benito Feijóo se esforzaba denodadamente por desterrar supercherías o José Cadalso describía viajes y costumbres, sería porque ellos entre otros muchos algo sabían de tradiciones, cultura e idiomas…cada uno en su género, desde su esquina literaria: leyes, teatro, novelas o cartas.
Fueron algunos de los pioneros que anhelaban la luz en ese galimatías que provoca el fruncimiento de quien ignora los entresijos de mensajes imposibles de descifrar.


Por eso, hemos de pensar en una lengua con palabras; dicha afirmación no debe considerarse perogrullada. Traducir e interpretar consiste en emplear la palabra como portadora de la idea: única llave para abrir y explicar conceptos, para visualizar obras y acciones, para testificar a los demás lo material y lo espiritual. Quevedo, Montaigne, Unamuno…versaron y fabularon con palabras plenas de verdad, crearon mundos propios de la naturaleza humana convencidos de que el hombre lo es por la palabra, auténtico y genuino instrumento para mostrar nuestra propia forma de percibir el mundo, por lo tanto, el reflejo cultural de una sociedad en un momento determinado.

París acoge una institución, en la que he impartido varias conferencias hace unos días: el antiguamente llamado Institut Supérieure d’Interprétation et de Traduction (ISIT), que hoy recibe el nombre de Institut de Management et de Communication Interculturels.

Muy interesante si analizamos la nomenclatura actual según lo que venimos contando.

Creo que no es muy arriesgado afirmar que la palabra es mitad de quien habla y mitad de quien la escucha: “et voilà”: traducir e interpretar consiste en transmitir, avanzar en el conocimiento del otro y de su contexto, es decir, descubrir sus particularidades e ir más allá de la “aldea”, para evitar el etnocentrismo y provocar sinergias, movimientos continuos entre emisor y receptor, llegar a los demás en su más amplio sentido.

Para la interpretación se precisa un nutrido bagaje cultural, una buena dosis de intuición, de creatividad, incluso ciertas dotes de improvisación en tiempos de globalidad, una época de ausencia de fronteras idiomáticas en que traducir e interpretar favorece el vínculo entre diferentes modelos de sociedades, que se manifiestan por medio de su lengua; la misma expresión “cultura velada” (hidden culture) refleja la imposibilidad de transmitir una lengua sin hacer continua referencia a la cultura de sus hablantes.

La palabra que une, siempre, la palabra serena que conduce a la paz.

Ojalá que estas palabras no se las lleve el viento y permanezcan en nuestra memoria y sobre todo… en el corazón.

viernes, 10 de enero de 2025

"Que fluya..."

Fluir
No es la primera vez que escribo sobre esta expresión tan popular y para mí, tan “impopular”. 
Me molesta sobremanera la falta de precisión, la ambigüedad; para los que
fluyen no existen los límites ni los contornos, casi todo se desdibuja y se deja al albur del universo, del devenir, de la suerte o más bien de la responsabilidad ajena, del compromiso de los otros que son quienes rematan los flecos, acaban la labor y permiten
que el resto fluya.
“¿Qué hacemos el próximo fin de semana?” Ufff, que fluya…
“¿Qué le compramos a Manolo?” Hummm, que fluya… “¿Hablamos del presupuesto?” Eh, eh…que fluya…
Suma y sigue.
Y así se les va la vida, en un puro fluir. Preguntas sin respuesta: vaguedades no
pactadas, poco riesgo y ningún acuerdo.
Los que fluyen argumentan un falso presentismo, un espurio “aquí y ahora” tan
instantáneo que no perciben la proximidad del prójimo para poner pies y patas al
“sindiós” que crean. Ese carpe diem tan clásico, lo han adulterado en la actualidad; lo han tuneado para sus propios intereses, pocos y melifluos, la verdad.
Si no es bueno ejercer un excesivo, desmedido y obsesivo control, no es mejor practicar una improvisación desmadejada, displicente y presuntuosa.
Lo dicho: menos mal que unos “no fluyen” para que otros fluyan: hasta el día que todos nos decidamos a fluir (una forma muy sutil de hacer la peineta) y el marasmo nos colapse.

domingo, 22 de diciembre de 2024

Alipori: el 22 de diciembre y el 5 de enero

 

Costumbres navideñas - lotería y reyes magos


Eso es lo que siento, mucha vergüenza ajena. No resisto la cantaleta de los niños, no resisto el bombear de números, ni las entrevistas a quienes asisten a dicho circo, ni los  reporteros buscando originalidad donde no la hay.
Alipori: así me siento…entre pudor y culpa, rubor y rabia, urticaria y ofensa…esos dos días me llevan a mi pasado infantojuvenil desde mi presente de boomer sesentera.
Recuerdo a mi madre con cuánta ilusión extendía en la mesa de la cocina lo que yo creía eran recibos y facturas…se trataba de “participaciones” que le habían regalado por la compra diaria en la carnicería o el pescatero o en el ultramarinos.
Son números del “gordo” me decía: en fin…ya se preveía el runrún televisivo o radiofónico del 22 dando la murga san Ildefonso.
Callada, yo asistía a la espera de que saliera el ansiado premio (dinero fácil y rápido que iba a solucionar muchas situaciones calamitosas) y cuando al final, la ilusión materna se desvanecía, mi madre decía: “bueno, la pedrea” y yo fabulaba con ese término: una pedrada, menos da una piedra…y seguía: “con esto, para la del niño”, en esa noche “maga”.
Callada… y enrabietada porque no tocó, nunca tocaba y nunca toca. Poca realidad y
mucho delirio. Fin.
Es el anhelo de los pobres, duros a pesetas, tapar agujeros y entrechocar de copas.
Me debato si estos juegos de azar -no creo en el acaso ni en la eventualidad- son una muestra de vulgaridad, ignorancia, pacatería…propios de “mayoras” y “señoros”.
En cualquier caso, dinero tirado. Sin más.