¡¡vaya martingala!!
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Foto de Nathan Dumlao en Unsplash |
Cuando alguien, una mujer, son más dadas a ello, atiza esta afirmación con una rotundidad que asusta, se me cuaja el estómago.
No se le mueve una pestaña y sigue la fémina: “me hace muy feliz” … parece que tanto énfasis busca más su propio convencimiento que el ajeno; no hay que romperse mucho la neurona para pensar en la suerte que ha tenido la interfecta: con la de hombres que hay en el mundo ha dado en la diana, oye.
Por un efecto de amnesia transitoria, ni se acuerda de los casos (exponencial) de medias naranjas tiradas a la poubelle: divorcios, separaciones, alejamientos…¿todas ellas estaban equivocadas?
Muy localista me parece a mí eso del “hombre de mi vida”; si
tuviéramos 7 vidas como los gatos andaríamos persiguiéndolos, a los varones,
quiero decir, para dar con él y nos tendríamos que calzar las botas del gato
(el del cuento) para ir recorriendo leguas y leguas hasta encontrarlo, al
hombre, insisto.
Vamos, que se trata de una de esas frases huecas, retóricas
cuyo análisis y exégesis viene muy bien para estas fechas estivales en las que
se relaja hasta el cerebelo.
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Ilustración creada con IA |
O aquellos filósofos “antiguallas” dando la chapa con la
felicidad “parriba” y la felicidad “pabajo”; qué cansinos resultan con la
salmodia que las redes canturrean para incomodar a sus seguidores.
A lo que voy: eso del hombre y de la mujer “de mi vida” son
paparruchas. Una milonga mal bailada; una pura charlotada taurina.
El hombre de mi vida…no existe; la mujer de mi vida…no existe. Ni uno ni otra hacen feliz a nadie. Solo el instante de proclamarlo ya es fugaz; cuando alguien lo profiere seguro que se encuentra o achispado o euforizado porque al regresar a la realidad, se da de bruces con la ídem…Y si te he visto, no me acuerdo.
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