Menudo filón editorial, la autoayuda.
A mis estudiantes les digo que ya
lo inventó Gracián, aquel presbítero católico allá por el siglo XVII, cuando
enjaretó unas cuantas máximas de vida y un modus operandi en su Oráculo manual y arte de prudencia. Recuerdo la época en que algunos políticos de
nuestro país afirmaban tener dicha obra como libro de cabecera. En fin …
En la actualidad día sí y día
también nos inundan consejos ajenos de cómo ser feliz, ignorar al jefe,
entender a la genZ, dónde buscar amigas “vitamina”, y hasta elegir la dieta que
evita ese tumor maligno.
Esos autores y esas autoras son genuinos vendedores de pócima “crecepelo”, feriantes de carromato, engañabobos y escritores a medio cocer: periodistas, psiquiatras, cantantes, presentadoras…vaya patulea de chamanes venidos a más, gurús de chichinabo y, por encima de todo, listos, muy listos.
Sus libros de “autoayuda” son lo
que aseguran, y nunca mejor que ahora el acudir a la etimología: auto-,
o sea, para ellos mismos, porque necesitan catarsis propia (a los ajenos, a sus
próximos…que les den) y, sobre todo, pasta, mucha pasta la que se embolsan con
engañifas: cuatro expresiones ocurrentes, dos simplezas mal gramaticalizadas y
jeta, una gran dosis de caradura.
Los libros de autoayuda… ¡Ay, si
Baltasar levantara la cabeza!
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