Mostrando entradas con la etiqueta La palabra. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta La palabra. Mostrar todas las entradas

martes, 18 de noviembre de 2025

Laberinto endecasílabo

 - M. Regalado


Lsberinto endecasílabo de Sor Juana Inés de la Cruz

Mi gusto por la poesía y por jugar con las palabras, hace que este "laberinto endecasílabo" de Sor Juana Inés de la Cruz me produzca verdadera admiración y verdadera envidia. 

Al margen de análisis sintácticos o consideraciones de teoría literaria -para los que no poseo formación- desde mi ignorancia del tema se me antoja toda una obra de arte y de ingenio.

Tres poemas en uno. O tres versiones en un solo poema. O quizá más, más de tres si el lector se lo propone,

Laberinto endecasílabo

para dar los años la excelentísima señora condesa de Galve al excelentísimo señor conde, su esposo. (Léese tres veces, empezando la lección desde el principio o desde cualesquiera de las dos órdenes de rayas.)


Amante, —caro—, dulce esposo mío,

festivo y —pronto— tus felices años

alegre —canta— sólo mi cariño,

dichoso —porque— puede celebrarlos.

Ofrendas —finas— a tu obsequio sean

amantes —señas— de fino holocausto,

al pecho —rica— mi corazón, joya,

al cuello —dulces— cadenas mis brazos.

Te enlacen —firmes,— pues mi amor no ignora,

ufano —siempre,— que son a tu agrado

voluntad —y ojos— las mejores joyas,

aceptas —solas,— las de mis halagos.

No altivas —sirvan,— no, en demostraciones

de ilustres —fiestas,— de altos aparatos,

lucidas —danzas,— célebres festines,

costosas —galas— de regios saraos.

Las cortas —muestras de— el cariño acepta,

víctimas —puras de— el afecto casto

de mi amor, —puesto— que te ofrezco, esposa

dichosa, —la que,— dueño, te consagro.

Y suple, —porque— si mi obsequio humilde

para ti, —visto,— pareciere acaso,

pido que, —cuerdo,— no aprecies la ofrenda

escasa y —corta,— sino mi cuidado.

Ansioso —quiere— con mi propia vida

fino mi —amor— acrecentar tus años

felices, —y yo— quiero; pero es una,

unida, —sola,— la que anima a entrambos.

Eterno —vive:— vive, y yo en ti viva

eterna, —para que— identificados,

parados —calmen— el amor y el tiempo

suspensos —de que— nos miren milagros.

-Juana Inés Ramírez de Asbaje-

martes, 28 de octubre de 2025

Verdades a trozos

                    Kintsugi, Ortega y Corto Maltés

Kintsugui
“Timeless Magic”, 2023. Artículos Raku negros de la era Taisho (1912-1926), laca urushi, oro de 24 quilates y resina. Foto de Naoko Fukumaru.

Con este texto podríamos reflexionar sobre cómo recomponemos nuestras verdades  rotas, al modo del kintsugi: reparando fisuras, aceptando cicatrices y dejando que el oro se introduzca en ellas. Podemos explorar nuestras propias piezas, nuestros fragmentos y el nuevo yo que emerge al unirlos.

Publicado originalmente por mi en otra plataforma, esta versión contiene un añadido personal, una mirada ampliada que la convierte en la definitiva. 

La técnica japonesa del Kintsugi se aproxima al deseo del gran historietista Hugo Pratt, creador del inefable Corto Maltés, por alinear sus orígenes y recomponerlos a través de todas las piezas vitales por las que pasó durante sus 68 años. Esa técnica centenaria de carpintería dorada, repara las piezas de cerámica rotas, sin disimulos entre las junturas, con el uso nada discreto de un esmalte impregnado de oro, plata y platino. De esta manera, resulta difícil que pase desapercibida. Va a brillar siempre con una imagen única y diferente a la primigenia. 

El Kintsukuroi, por lo tanto, me sugiere el dicho: “de la necesidad, virtud”. En resumidas cuentas se trata de reparar un error, un defecto haciéndolo agradable a la vista. Por otro lado, si lo expresamos en román paladino, es casi (la importancia siempre del casi) igual que el famoso plato roto: a pesar de pegarlo, siempre estará roto. Tenemos, al menos, dos posturas ante una misma realidad. Dos actitudes cuando uno observa la botella. Y de ahí a toda una panoplia llena de filosofías.

Ortega y Gasset nos lo advirtió: la importancia de las circunstancias de uno mismo. Y yo añadiría: las verdades de uno mismo. “Yo soy yo y mis circunstancias”. Yo soy yo y mis verdades. Por eso, porque son mías.

Verdades que las consideramos absolutas, con pocas dudas y muchas certezas: “Te lo aseguro”, “me consta”, “lo sé de buena tinta”…; nuestro lenguaje está plagado de expresiones rotundas y tajantes, sin fisuras: “porque yo lo digo, y punto”; lo llevamos marcado en nuestro adn sureño y enfático. Nos gusta la hipérbole: “me muero de miedo”, “me parto de la risa” y así…exponencial.

Al modo de Corto Maltés que se grabó la línea de la fortuna con una navaja y la escondía por el mal trazado que dejó en la palma de su mano, hacemos gala de nuestras verdades a grito herido y luego las escondemos, por si las moscas. Todo un universo muy personal, muy relativo con pretensiones de convencer al prójimo, de traerlo a nuestro terreno. Los debates políticos, las tertulias televisivas, los coloquios intelectualoides constituyen claros ejemplos de imposición de verdades taxativas que pretenden soslayar una fanfarronería e inmadurez solemnes de sus protagonistas. Abogo por la tolerancia y la pluralidad frente a la uniformidad; por el buen talante, ahora y siempre.

La heterogeneidad de las minúsculas piezas quebradas de una terracota, el diverso origen de nuestros antepasados, la pluralidad de pareceres y opiniones configuran una forma de ser abierta, con amplitud de miras sin estrecheces ni apreturas sino esperanzada hacia nuevos horizontes. Despejemos la maraña mental que nos aturde, salgamos a “reunirnos” solidariamente con un pegamento flexible y dúctil. Compartir, sumar, acercar, comprender…vivir con (o ¿convivir?). Debemos creernos con las tripas la cantinela de aceptar sin arrogancia lo diferente, saludar y acoger al lejano, esperar y dar…pensar y hablar bien, respetar. Escuchar y sonreír, construir. Pero con verdades, no medias verdades.

Como el kintsugi o como el marinero

Como el kintsugi o como el marinero, el ser humano es capaz de recomponer algo nuevo con sus circunstancias personales para armar una colectividad saludable, veraz, revitalizada, llena de verdades, insisto. Vivimos inmersos en los –ismos: escepticismo, pesimismo, relativismo, victimismo, edadismo…poco artísticos y nada vanguardistas de antaño. Quizá una buena receta para elaborar un menú digerible consistiría en calmar al quejoso, acallar esas alarmas disonantes que nos llegan desde posturas ideológicas extremas, aguijonear al indolente que se deja arrastrar por la masa amorfa, despreciar al maldiciente, nada conciliador y detractor del bien social, y de postre, ironía y sarcasmo al prepotente. Bajarlo de la nube a la realidad, a la verdad. Igual tenemos que emprender los viajes que realizó Corto Maltés para aprender a pegar los platos rotos, para contar nuestra verdad y esmaltarla con las otras verdades ajenas. Verdades completas y no medias verdades.

Inquiero: ¿han leído nuestras autoridades a Ortega y Gasset? ¿Saben recomponer las piezas desencajadas? Querer es poder…”Me parto de la risa” (sin paliativos hiperbólicos).

(Publicado en El Obrero en Enero de 2021)

Armamos nuestras verdades a trozos y descubrimos que la reparación no borra las grietas, solo las celebra. - Pilar Úcar.

lunes, 20 de octubre de 2025

Piropos que esconden acoso

                                                Lo que muchas mujeres no quieren escuchar

Piropos o acoso

Si bien este artículo ya fue publicado por mi en "The Conversation", hoy lo traigo aquí para los lectores del blog, considerando que se trata de temas que deben ser de interés general
 
“¿Has visto? ¡Qué mal se conserva esa tía para su edad!”

 En no pocas ocasiones hemos escuchado proferir expresiones denigrantes y vejatorias dirigidas a las mujeres: “Estará con la regla”, “anda con la menopausia”, “mira qué buena está”, “¿dónde se cree que va vestida así?”

El lenguaje se convierte en un arma de acoso sexual. Y no solo se trata de hostigamiento marcado por la jerarquía del “acosador” hacia la víctima, sino que se da este tipo de situaciones entre iguales, sin distinción de rango, en una situación simétrica profesionalmente pero asincrónica en cuanto al trato y tratamiento en ámbitos públicos y privados.

Todo ello supone una regresión y una vuelta al primitivo, al modo carpetovetónico de tantos referentes que conocemos. Quienes ejercen el acoso verbal.

El lenguaje identifica a cada uno y habla de su propia personalidad, de su comportamiento individual. Estos acosadores actúan así porque lo han hecho de niñoslo han visto en el núcleo familiar y en su ambiente más próximo.

Está relacionado con galanteo de otras épocas, el protocolo para cortejar a la fémina con el poder de la palabra, revestido de un donjuanismo atávico y en no pocas situaciones con la intención de molestar e intimidar (“¡Pero, mujer, si solo es un piropo!”).

Posición de poder y autoridad

La persona que piropea siempre está en una posición de poder y autoridad. En este tipo de acoso, el acosador se siente con el derecho de interpelar a las víctimas en la calle, en el trabajo, sin haber recibido previamente su consentimiento y entendiendo que sus comentarios hacia las víctimas están justificados, son halagos o son socialmente aceptados. La palabra lanzada supone que la persona que recibe esa “lanza” nos pertenece, la hacemos nuestra sin pedir permiso, así, porque sí.

De momento, hay muchos países que tienen una legislación en contra del acoso callejero como Portugal, Bélgica y Holanda en Europa, y Perú (pionero en Latinoamérica), Chile o Costa Rica.

En España no hay aún legislación específica, aunque desde el Ministerio de Igualdad se está depurando el borrador de La ley de libertad sexual que incluirá en el Código Penal el delito de “acoso ocasional” el conocido como “acoso callejero”, es decir, aquellas “expresiones, comportamientos o proposiciones sexuales o sexistas” que pongan a la víctima en una situación “objetivamente humillante, hostil o intimidatoria”.

Se trata de proteger de forma integral el derecho a la libertad sexual mediante la prevención y la erradicación de todas las violencias sexuales, que afectan a las mujeres de manera desproporcionada, como manifestación de la discriminación, situaciones de desigualdad y las relaciones de poder de género.

Hasta ahora solo estaban penadas estas situaciones en el ámbito de la violencia doméstica, esto es, entre familiares, pareja o expareja. En este tipo de circunstancias, la palabra clave es “consentimiento”: si la víctima que recibe la expresión ofensiva no la ha deseado, se considerará delito.

Ante la falta de denuncia hay que atender este problema con actos preventivos más que reactivos, tales como campañas de concienciación sobre qué es el acoso y cómo se puede determinar, y destinar recursos para facilitar y favorecer una educación igualitaria. Toca volver a aprender: desaprender y reeducar atendiendo siempre a los derechos individuales; recuperar el valor de la palabra conciliadora para evitar comportamientos abusivos.

Lance sexual indeseado

El acoso verbal consiste en un lance sexual indeseado, una intrusión no solicitada de los acosadores en los sentimientos, pensamientos, actitudes, espacio, tiempo, energías y cuerpos de las víctimas; muchos de ellos tienen su origen en el desdén y provocan “la descalificación y la anulación”. Suponen una bofetada, un ninguneo, incluso todo un chantaje.

Algunos estudios realizados sobre el acoso verbal a una amplia muestra de mujeres demuestran que el 72 % no consideraba apropiado silbar a una mujer por la calle, mientras que el 20 % afirmaba que es aceptable en ocasiones; el 55 % calificó esta práctica de “acoso” y solo el 20 % afirmaba que era “cortés”.

En las últimas décadas han surgido grupos como Stop Street Harassment o Hollaback, la campaña Stop Telling Women to Smile_ (“Dejad de Decir a las Mujeres que Sonrían”) e iniciativas muy secundadas como Cards Against Harassment (“Cartas Contra el Acoso”), todas ellas con la pretensión de visibilizar y denunciar situaciones de acoso verbal.

Recuperemos el halago familiar cálido y afectuoso, un reconocimiento y premio que nos llega de la voz del otro como una mano tendida al corazón; una palabra amable sin intención perversa, sin jerarquía ni preminencia hacia el próximo, sin deseo de someter y subyugar.

Nuestras palabras hablan de nosotros. La palabra es producto de nuestros pensamientos, que pasan a ser emociones y estas se verbalizan y se muestran en actos concretos.

Nuestro objetivo será desterrar palabras agresivas, insolentes, procaces y subversivas, desconsideradas, faltas de urbanidad y respeto que se cuelan de malos modos en las relaciones humanas, sociales y profesionales contraviniendo las reglas del juego y del trato.

- Pilar Úcar

(Publicado por mí en The Conversation en mayo 2021)

jueves, 16 de octubre de 2025

Libros con efectos secundarios

 (Por M. Regalado)
Presentación de Otro Siglo de Oro


Hay libros que producen “efectos secundarios” incluso antes de leerlos. Desde su misma presentación en sociedad.

Hoy mismo hace un año, en el Ateneo de Madrid, se presentaba uno de ellos: “Otro Siglo de Oro” de Pilar Úcar.

La descripción de su contraportada hacía prácticamente imposible resistirse a su adquisición y a su lectura. Y a fe que no defrauda. O quizá sí, porque al lector se le antojan cortas sus 90 páginas preñadas de una atractiva, culta e ingeniosa literatura:

   

 ¿Podríamos imaginar al conocido Lazarillo recorriendo las orillas del Tormes transformado en Lazarilla? Seguro que la joven no habría aguantado los palos y el hambre que sufrió el pícaro y les habría hecho la peineta a más de uno de esos amos fantoches, hipócritas y machistas.

¿Y si Quevedo (don Francisco) hubiera invitado a don Luis (de Góngora) a fundar juntos, una asociación poética sin ánimo de lucro? Habrían celebrado el éxito, saliendo de copas por los garitos del Madrid de los Austrias, hasta altas horas de la noche y habrían acabado de botellón en Moncloa.

 

La presentación un éxito, público atento, estupendo coloquio final y preguntas a las que la autora fue respondiendo con esa brillante mezcla de inteligencia y humor que sólo Pilar maneja con tanta naturalidad.

Lo admito, yo estaba además con los “efectos secundarios” de la presentación: el inesperado capítulo extra librum del reencuentro con la autora después de tantos años. Y la mutua decisión de que esos lapsos en vacío no volverían a repetirse.

Sí, para mí es un libro especial. Hoy cumple un año.

Mesa con Pilar y resto de intervinientes


martes, 14 de octubre de 2025

¿Estamos feminizando el lenguaje?

 Mi nieta quiere ser “pilota”


feminización de el lenguaje
(Artículo que publiqué hace tiempo en otra plataforma digital -Diario Responsable-, pero quería traerlo aquí porque sé que puede interesarte si sigues los temas del blog)

Una de las fiscalas del Ministerio Público de Costa Rica, hace unas semanas en la capital del país, me contó que su nieta quería ser “pilota”. Disimulé mi cara de sorpresa: ¡¡Pilota!! Y le pregunté cuántos años tenía la niña. Tres, me contestó

Parece ser que desde temprana edad veía muy clara la denominación de su futuro trabajo. En su cabecita debió pensar: “si un hombre que maneja una nave es piloto, yo, pilota”. Ahora bien, ¿qué pasaría si preguntáramos a nuestras jóvenes estudiantes qué desean ser en un futuro?

Quizá alguna contestara que piloto, pero me atrevo a asegurar que no en femenino. Al pronunciar “pilota” se arriesgaría a la hilaridad del resto, al gesto raro: ¡qué mal suena!

Me consta que muchas de las profesionales en ejercicio pertenecientes a sectores como la jurisprudencia, la ciencia y la técnica se definen como: fiscal, ingeniero, físico, arquitecto, juez. Sí es cierto, que leemos en algunos titulares “jueza”, pero no deja de advertirse cierta renuencia a hacerlo de manera fluida.

Parece, pues, que la tendencia no va en el sentido de “pilota”. Y eso que la Fundeu acepta el término, mientras que la RAE prefiere la piloto. Sabemos por la normativa académica que el género gramatical no marcado es el masculino: “Los padres” engloba a padres y madres, “los estudiantes”, a alumnos y alumnas que asisten a nuestras aulas... Ahora bien, leemos que la RAE prefiere “El rey y la reina”. ¿Toda una declaración de intenciones?

Y desde alguna comunidad, como recientemente la aragonesa, se publica un documento que aconseja a sus funcionarios el término de “criaturas” y no el de “el niño y la niña”. ¿Estamos asistiendo a una feminización del lenguaje?

Por lo que venimos diciendo hasta ahora no es así.

Reconocemos, no obstante, que algo está pasando: la realidad cambia, sufre modificaciones constantes que en algunas ocasiones recoge el idioma. Y eso está muy bien: la inquietud por la lengua, por su expresión y la comunicación. Ahora bien, necesitamos tiempo, adaptación, acomodo y reflexión. Conviene profundizar en la intención del mensaje: no se puede vender humo. La lengua ha de estar anclada a la realidad y la realidad se ha de ver reflejada en la lengua. Acompasar el ritmo de una y otra, cuesta…

Imaginemos nuestra asistencia a una conferencia, por ejemplo, en la que su protagonista nos saluda así: “Bienvenidos, bienvenidas, buenas tardes a todos y todas, amigos y amigas, queridos y queridas asistentes y asistentas”... y así ad infinitum. Sospecho que el auditorio se incomodaría en sus sillas y se preguntaría: “¿Hasta cuándo?” “¿Va a seguir mucho rato?”

Quizá a alguno se le ocurra acudir en auxilio de la @ o de la x o de la e… Les diré que, en una ocasión, inicié una charla intentando leer y pronunciar, incluso teatralizar estos… ¿signos? ¿Qué pasó? Risas y sorpresa.

Claro que, si además nos piden la redacción de un artículo, la duda es acuciante hasta cierto punto: somos conocedores de la importancia del cómputo de las palabras y de la extensión de las líneas para tal publicación. Parece pues, que no resulta tan negativo el criterio de la economía (espacio-temporal) para seguir empleando el género masculino (no marcado gramaticalmente).

Avancemos un poco más en nuestras reflexiones: conforme la mujer se incorpora a nuevos trabajos desempeñados tradicionalmente por hombres, el idioma ha de incorporar esas nuevas palabras que las definen: sumillera, crupiera, alfereza, caba… Fruncimos el ceño, seguro y somos capaces hasta de pronunciar en alto a la vez que leemos estas líneas para escucharnos. Lo ocasional y lo esporádico –nunca marginal– deben dar paso a lo habitual; hay que atender las nuevas corrientes sociales, escuchar y prestar oídos a lo distinto. No desterrarlo de buenas a primeras.

A vueltas con el femenino… Quienes nos dedicamos a la enseñanza del español a extranjeros, temblamos en la lección dedicada al vocabulario de animales. A todos nos vienen imágenes de tiburón, ballena, zorro, vaca, perro… Cuántas connotaciones… negativas, por supuesto, siempre que se dirigen a la mujer… Aquí lo dejo.

Igual que hoy con alguna “tipa”, “individua” o “elementa”. el escandaloso “miembra” de hace años nos parece una ingenuidad.

En efecto: hay que apoyar la diversidad, la visualización o la empatía sin cortapisas, con sentido común y sin llegar al absurdo ni a lo rocambolesco. No podemos permitir que la carcasa confunda, destruya y distorsione el mensaje. Abomino del lema que algunos cargos públicos lucen: “si no puedes convencerlos, confúndelos”. No somos ni ignorantos ni ignorantas…

La palabra es puente entre personas, la palabra acerca, acompaña, atrae y seduce…

Por cierto, mientras escribo estas líneas, mi corrector no deja de subrayarme en rojo una gran cantidad de vocablos empleados en lo que están leyendo.

- Pilar Úcar

(Publicado por mí en febrero-2019 en "Diario Responsable")

viernes, 18 de julio de 2025

¡Venga, que tú puedes!

La gran batalla de los pacientes de cáncer contra el lenguaje

 


A la palabra cáncer le precede una mala fama, un estigma social tan grande que su sola pronunciación inspira miedo, espanto e incertidumbre.

Somos conscientes de que hablamos para alguien, para el otro y para los otros, pues la comunicación es un conjunto de actos ilocutivos y perlocutivos, por lo tanto debemos cuidar el registro idiomático empleado y la intención con que se emite un mensaje, y más en un contexto como el cáncer.

Así pues, conviene analizar y revisar el código lingüístico entre emisor y receptor. Y con emisor señalamos al personal sanitario, amigos y acompañantes del receptor, paciente de dicha enfermedad.

Nos movemos entre dos extremos: el eufemismo –“Murió de una larga enfermedad”, “Está pachucha”–; la sufijación en diminutivo –“Está malito”–; las metáforas beligerantes –“Eres una campeona”, “Tú puedes con esto y más”–; los imperativos –“¡Ánimo”!, “¡Venga!”, “¡Arriba!”– o las comparaciones –“Esto es una carrera de fondo”, “No va a ser más fuerte que tú”–.

Poner en un compromiso al paciente

Parece que todo se debate en términos competitivos, que los enfermos de cáncer somos atletas en un centro de alto rendimiento. El doctor José Ramón Álamo Moreno, hematólogo del Hospital Clinic de Barcelona, asegura que “ponemos en un compromiso al paciente de tanto repetirle, ‘ánimo, que tú puedes’; y si no pone de su parte o no lo consigue ya no es un buen paciente”.

Nadie supera un cáncer como si fuera un examen universitario, unas oposiciones ministeriales o el nivel C2 de inglés. Y el enfermo de cáncer quiere claridad: no necesita luchar contra ese monstruo gigante que cobra vida y parece que como la hidra mitológica nos va a engullir. El cáncer es una enfermedad que se padece y se cura o no. En ningún caso peleamos contra molinos de viento para lograr una victoria, porque eso supondría la posibilidad de suspender, de fracasar y fallar en el intento.

Nos han educado y acostumbrado desde pequeños a edulcorar, disimular y disfrazar situaciones dolorosas y conflictivas y acudimos al idioma para evitar el reflejo de las mismas. Pero la palabra no debería asustar sino ayudar, facilitar. Gracias a su correcto uso describe realidades, constata situaciones vitales.

El Diccionario de la Academia Española de la Lengua lo deja patente en su segunda acepción: “enfermedad que se caracteriza por la transformación de las células que proliferan de manera anormal e incontrolada”. En la siguiente acepción encontramos el término de “tumor” y luego “proliferación en el seno de un grupo social de situaciones o hechos destructivos”. Acabamos de topar con el quid de la cuestión: “La droga es el cáncer de nuestra sociedad”.

Connotaciones negativas y peyorativas

El término destructivo hace saltar alarmas y dispara toda una colección de connotaciones negativas y peyorativas que rodean a la enfermedad: perjudicial, corrosivo, nocivo, pernicioso… pero, rápidamente, acude una familia léxica en socorro del enfermo, todo un elenco de términos pertenecientes al campo semántico de la contienda: al paciente se le invita, peor, se le exige que gane al modo de una justa medieval, y da igual el número gramatical que se emplee: en singular –“Tú vas a vencer”– o en plural –“No nos vamos a rendir”–.

La doctora Magariños, psiquiatra en el Hospital Universitario Puerta de Hierro de Majadahonda, en Madrid, afirma que “debemos conectar con el sufrimiento, levantarse para la lucha crea angustia; hay que convivir con la situación real”.

Desde el punto de vista gramatical, el sujeto, en este caso el paciente de cáncer, es la persona que realiza la acción expresada por el verbo de donde se deduce que debe ponerlo todo de su parte, entrar en lid contra el diagnóstico funesto y es entonces cuando la maquinaria del modo verbal en imperativo llega atronadora: “¡¡Venga!!”, “¡¡Anímate!!”, “¡¡Vamos!!”. Mejor expresarse en gerundio “estamos preparando”, o utilizar el presente actual o perífrasis incoativas: “vamos a intentar” y locuciones temporales: “poco a poco”…

El cáncer no es un ser animado ni un contrincante hostigador contra el que tenemos que repartir sablazos y mandobles a diestro y siniestro. Hasta los propios especialistas reconocen el temor o la prudencia y prevención a pronunciar este vocablo. Parafraseando al doctor Carlos de Miguel, hematólogo del mismo hospital de Puerta de Hierro, “al paciente hay que hablarle de manera afectuosa, con palabras sencillas y siempre de forma cercana y sincera”.

O quizá es el propio idioma el que carece de recursos lingüísticos y muestra una incapacidad manifiesta a la hora de enfrentarse a este tipo de situaciones. Sabemos que la repetición de un mismo término, como ocurre con el tan insistente “ánimo”, provoca su desemantización, es decir, queda desprovisto de su carga significativa y lo mismo sirve para un roto que para un descosido: deviene en una muletilla o apoyatura meramente conversacional.

¿Debemos desterrar la palabra “compasión”?

Parece que el cáncer conlleva una larga y penosa travesía por el desierto, un choque militar con todos los destrozos que se derivan del mismo “encontronazo”, y ahí es donde los pacientes debemos dar el callo, ser un auténtico ejemplo de coraje y fortaleza para todos.

Sería bueno plantear por qué casi hemos desterrado de nuestro vocabulario actual el sustantivo “compasión”, ese impulso a aliviar dolor o sufrimiento ajeno, deseo de remediarlo y evitarlo. En definitiva, de eso se trata, y, a pesar de las paradojas del lenguaje y de la creencia popular de que algo habrá que decir, tal vez convenga decir menos, exigir menos, batallar menos y estar más.

Resulta más productivo y alentador revisar la etimología del verbo cuidar (cogitare, en latín) y dedicar esmero, entrega de tiempo y afecto a la persona cuidada. Sin guerras. Sin batallas.

(Publicado en The Conversation en junio-2021)

lunes, 14 de julio de 2025

El placer de leer sin prisa

 


(Colaboración de M. Regalado)

Debí de ser una niña extraña pues, desde muy pequeña, a menudo soñaba feliz con libros. 
Y, "un libro", respondía yo a mi padre cuando me preguntaba qué quería que me trajera a su vuelta de algún viaje; y tampoco faltaba esa petición en mi carta a los Reyes Magos. 
Y así era mi primera "biblioteca": los cuentos de Editorial Molino "Colección Marujita"  o aquellos otros libros "Oid niños" , "Leedme niñas", etc... de Editorial Hernando, y aquellos tan geniales de Editorial Miñón "Cuentos, Leyendas y Narraciones" y... claro, "tebeos", muchos "tebeos".




En casa terminaron poniéndome horario límite para la lectura, del mismo modo que ahora se aplica a los adolescentes con el tiempo de ocio que dedican a los medios digitales. La verdad es que no me ayudó nada que me detectaran una incipiente miopía que parecía avanzar un poquito en cada revisión y para la que los oftalmólogos de entonces -además de los cristales correctores- recomendaban eso: "no leer o hacerlo sólo con luz natural" y, desde luego, nada de "tebeos" que tienen una letra malísima para la vista.  De modo que,  a veces, en la noche leía a escondidas en mi cuarto...

Así pues, lo reconozco: la lectura es para mí más que un entretenimiento, más que un pasatiempo, más que una afición, más que un placer… a estas alturas creo que la lectura es para mí una necesidad. 

Más allá de esta afirmación y reflexionando sobre ella, caigo en la cuenta de que puedo disfrutar de la lectura por partida doble, por doble vía.

Porque el deseo de leer, al igual que otros deseos que distraen a nuestras almas infelices, es susceptible de análisis”

Virginia Wolf – “Sir Thomas Browne”, 1923

Siguiendo la recomendación de Sir Thomas, analizo mi deseo de leer y me doy cuenta de que no ha sido hasta ahora cuando he reparado en este doble disfrute mío con la lectura:

-      El de la historia que leo, si es de esas que prenden mi interés y hace que me abisme en ella y que me abstraiga y que, olvidada de lo que me rodea, me pase de mi parada de autobús…

-     Y ese otro placer del simple hecho de “ver” la belleza de las formas al expresarse: la oportunidad de cada vocablo, la variedad y calidad de términos, la exactitud (a mí me parece bello) de su sintaxis. Y todo ello de forma amena sin perder seriedad (o puede que sea de forma seria sin perder amenidad)

Me he dado cuenta ahora. Ahora que leo con más frecuencia a Pilar Úcar y, al leerla y sentir esa sensación que describo arriba sobre la belleza de las formas, he recordado que también reparé en ella cuando, hace muchos años, comencé a leer “Orlando” de la citada Virginia Wolf. Claro que, en este caso, pudo ser ella o pudo ser su traductor -Borges- quien me hiciera sentir así.

Pero, para terminar por todo lo alto, no renunciaré a recitar -“re-citar”-  a Virginia:

“He soñado a veces que cuando amanezca el día del juicio, y los grandes conquistadores y abogados y escritores y  gobernantes se acerquen para recibir su recompensa, el todopoderoso, al vernos llegar con nuestros libros bajo el brazo, se volverá hacia Pedro y dirá, no sin envidia:

Míralos; esos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles. Les gustaba leer”.