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sábado, 22 de noviembre de 2025

Viaje al centro de África:

             paseando por Maroua, donde el tiempo pierde su medida

Maroua Aeropuerto

Este texto, recuerdo de las vivencias en mi viaje docente a la Universidad de Maroua, lo publiqué en "El Obrero" en 2021. Hoy, cuatro años después, lo recupero aquí en mi blog porque sigue siendo una experiencia que vale la pena compartir.

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Bofetada de calor nada más aterrizar a mi destino: Maroua. Ruidos, bocina y motos, carreteras si asfaltar. Chilabas blancas y celestes, trajes occidentales. Y yo. Parece que en ese momento soy la única europea en la ciudad.

Hace algunos años… mi viaje a la Universidad de Maroua en Camerún a finales de septiembre y principios de octubre.

Más motos. Muchas y veloces. Propias y ajenas a modo de taxi y medio de locomoción, como si fueran minibuses porque encima de ellas se encaraman hasta cinco personas…y tan a gusto y tan cómodos. ¡Qué pericia!

Y los baches y el polvo. Gente y más gente por la calle principal y por las aledañas.

Voy con las ventanillas del coche de mi anfitrión, abiertas, y a paso de tortuga en pleno atasco de más motos, bicis y gente andando… saco el brazo para que me dé el aire. Los niños caminan a nuestro lado y me saludan “¡¡Madame, madame!!” Soy la gota de leche en medio de esta población risueña, bulliciosa, feliz y festiva.

No hay carriles ni separación en la vía transitada por una masa colorida que se dirige con calma, una no sabe bien hacia dónde. Se escucha música atronadora que escupen transistores de puestos ambulantes, con voces chillonas que mercadean yuca, plátanos…

Cosmogonía temporal. A mí me da la impresión de que los minutos se espesan, que las horas se han paralizado. El tiempo no pasa, se deja pasar, está y existe pero no tiene medida.

Me invitan a tomar la cerveza más típica, la 33. Sentados y sin prisa, una tras otra. Pasa la tarde calurosa. Algunos piden refrescos, depende de la confesión religiosa de los parroquianos que hoy me agasajan con un rato de ocio después de mis clases. ¿Un rato?

Anochece y la lamparilla de nuestra mesa nos ilumina levemente, me cuesta ver sus caras, adivino sus ojos. Continuamos al aire libre, sin tiempo.

Calor, mucho calor aquel final de septiembre y principios de octubre.

Charlas y parloteo, la palabra proferida, debajo o no del baobab, de tan larga tradición africana: hablar y hablar… Paciencia, “el destino manda”, me aseguran, “si la vida no depende de uno, ¿para qué preocuparse?” Filosofía pura en el corazón africano tan lejos de mi tierra.

Maroua me parece un desierto, muy próximo a Nigeria, limítrofe con este país tan convulso y peligroso. Se mezclan en sus parajes, planos y yermos, los colores amarillo dorado y verde pálido. Arbolitos escuálidos en las márgenes de la carretera, poca sombra prometen a escasas cabras raquíticas.

Casas en Maroua
Colinas y chozas, casas muy sencillas y niños jugando en las calles. Más chilabas; las mujeres, bellísimas, lucen tocados y visten, elegantes, trajes de tejidos coloridos, ataviadas con habilidad y con sus bebés ajustados a la espalda, caminan regias y con prestancia.

Amabilidad a raudales, cercanía, apretujones en el mercado, me aturullo con tanto hableteo, tanta cháchara: todos se deshacen en sonrisas, mezcla de olores y aromas indescifrables para el olfato occidental; cerca la mezquita y la fiesta del sacrificio del cordero. Me cubro la cabeza y me ubican en la explanada separada del lugar asignado para los varones que ocupan espacios delanteros. Sí, la única europea en un país al que nuestros misioneros y monjas iban a catequizar…

Conforme pasan los días ya no percibo la coloración epidérmica. Han conseguido que me sienta una más, la profesora que va a impartir unas lecciones de español.

Los días comienzan con temperaturas apacibles y viento suave hasta que al mediodía se arranca un tormentón tropical que bambolea peligrosamente las ramas de los árboles. El tiempo sigue dilatándose…

Se va la luz. Sistema eléctrico, out of service. “No pasa nada”, me dicen, “comme d’habitude”. Esperamos y dentro de un rato vuelve la luz y con ella la energía artificial porque la solar pega de lo lindo. La arena de las calles ha sorbido con fruición la lluvia torrencial de hace unos minutos.

Abanico, gafas y fular, sombrero… no hay duda, no soy de Maroua, muy foránea.

Lo que siempre hemos visto en imágenes y en visitas tridimensionales tras la pantalla, ahora lo perciben mis sentidos. Estoy ahí en medio de ese mapa tranquilo y quieto a pesar del movimiento urbano. No advierto prisa. De nuevo el tiempo se ensancha tanto que llega a desaparecer. Para mí es un mundo inhóspito, exótico por lo diferente y desconocido.

Pruebo la “soya” y aprendo a comer con la mano ese plato típico envuelto en papel. Me cuesta, pero me fijo en cómo lo hacen quienes me rodean. Y siempre la 33. Toque de queda a las 8 para las motos y a las 9 para los coches. Ni entrar ni salir de la ciudad. Se oye a lo lejos rezar, la voz que llama a la oración… Silencio en la ciudad. A mí me pilla un día en un bar, otro en el hotel, siempre vigilada por policías apostados a la entrada, no son tiempos para andarse con tonterías: Boko Haram, al acecho.

Aula de español en Maroua
Estudiantes y profesores me miran curiosos con sus ojos esféricos, tan vivos y tan parlantes, gestos y más gestos, palmoteo y revuelo de ropajes. Reverencia y admiración. Me espachurran las falanges cuando me saludan sonriendo y… cuchichean sin disimulo.

Son entusiastas, agradecidos, tienen la ilusión de salir de su ciudad, de su país y viajar a España que les atrae como los cantos de las sirenas. Tertulieo y más descanso. Compartir sus ansias de futuro, sus conversaciones más personales: siempre con la mirada puesta en el continente europeo.

Y más calor, polvo y gente. Mucha animación.

Resulta que en mi burbuja “intelectual” soy la única autoridad, indiscutible para ellos. Mantienen una actitud de casi servilismo y sumisión. Un respeto acendrado que me impresiona y una distancia en el aula que me asombra.

Poseen unos profundos y sólidos conocimientos de lengua y literatura. Yo he ido para sacudirles un poco el estilo libresco en sus conversaciones, relajar el idioma que están aprendiendo y hacerlo más familiar, sin ir pegado a lo literario.

Delgadísimos y muy oscuros. Me han enseñado las distintas tonalidades del negro con una naturalidad apabullante, como no podía ser de otra manera. Otros mundos otros parámetros. Otra cultura. Ya no siento el paso del tiempo. Me ha atrapado y ahí estoy.

sábado, 6 de septiembre de 2025

Lo románico

 (Colaboración de M. Regalado)


"Allá en la vieja Castilla     /     un rincón se me olvidaba,                    

Zamora había por nombre,    /    Zamora la bien cercada;                       

de un lado la cerca el Duero,    /   del otro, Peña Tajada;              

del otro veintiséis cubos,     /    del otro la barbacana.                           

Quien os la tomare, hija,     /    la mi maldición le caiga.                       

Todos dicen amen, amen,    /    sino don Sancho, que calla."   

(Del romance de Doña Urraca – Romancero Viejo)


Cuando en su lecho de muerte en 1065, Fernando I de León pronunciaba estas palabras dirigidas a su hija Urraca, que le reprochaba el reparto de sus reinos entre sus hermanos varones "y a mí, porque soy mujer, dejaisme desheredada”, no podía imaginar el auge económico que aquel “rincón” tomaría en los siglos XII y XIII, ligado al paso de peregrinos hacia Santiago y al consecuente asentamiento de artesanos y comerciantes, entre otros aspectos.

La repoblación de la ciudad y la distribución de sus barrios en parroquias, hicieron que cada uno de ellos construyera su propio templo. Y así, nos llega hasta hoy la fortuna de poder contemplar hasta 23 iglesias románicas en el casco urbano de Zamora, 14 de ellas en su zona  histórica, lo que la ha hecho ser merecedora del título de “Capital Mundial del Románico”. 

Desde la más monumental, su Catedral de El Salvador, hasta la más humilde extramuros de la ciudad, la de Santiago de los Caballeros, donde cuenta la ¿historia? ¿tradición? ¿leyenda? que fue armado caballero el Cid Campeador.

Pero es la de Santa María la Nueva, esa pequeña joya, la que con más frecuencia suele ser el objeto de mi mirada ad-mirada. No es la más grande, ni la más antigua, ni la más espectacular, pero… quizá me atrae su historia, sus leyendas…

Quizá esta mente fantasiosa mía conduce mi imaginación hasta hacerme sentir casi testigo, de los hechos que en ella ocurrieron en 1158: el llamado Motín de la Trucha (una de las revueltas burguesas que se sucedieron en el norte de la península en el Siglo  XII)         

La Iglesia de Santa María era el lugar de reunión de los nobles de la ciudad para cualquier asunto a tratar sobre sus intereses colectivos.

Y cuando me acerco a Santa María la Nueva, mi imaginación viaja en el tiempo hasta el año 1158 y “veo” a los nobles de la ciudad que se han reunido en el interior de la iglesia para discurrir la forma de castigar al osado mozo plebeyo, hijo de un zapatero (y a cuantos se pusieron de su parte) que tuvo la insolencia de quedarse aquella mañana con la última trucha del mercado y no se avino a cederla al criado del noble que también la pretendía, esgrimiendo que su señor tenía preferencia sobre un simple zapatero.

Y puedo “ver” al pueblo indignado revolviéndose contra los desmanes de la nobleza local y prendiendo fuego a la Iglesia de Santa María con todos los nobles dentro, reunidos para discurrir sobre el castigo ejemplar que darían a la plebe. Y me dejo llevar por la parte de leyenda, que cuenta que murieron buena parte de los allí reunidos, pero se salvaron del incendio las Hostias consagradas, que salieron volando por una grieta de la pared hasta el cercano beaterio  de Las Dueñas, en cuyo convento aún se encuentran, al parecer, hoy día.

Y de ahí su apellido de “la Nueva”: asustados por la dimensión y las consecuencias de aquel su acto violento y temiendo el castigo del rey de León Fernando II, se exiliaron en Portugal, desde donde le comunicaron que se unirían al reino portugués si no les perdonaba y les dejaba volver a Zamora ya “absueltos”. El rey les concedió el perdón, era importante no perder población y poder frente al vecino luso. Pero les puso una condición: deberían reconstruir la parte del templo que había sido destruido por el incendio que ellos mismos provocaron. Y así lo hicieron. Y en lo sucesivo la Iglesia de Santa María sería llamada, además, “la Nueva”.

“Todos los nombres que llevé en las manos, en la boca, en los ojos, hoy se juntan en el papel, parece que estoy viendo su voz, tocando su música... (...) Plaza de Santa María la Nueva.

Una

cigueña en la espadaña.

Inhiesta.

Pura

palabra, hiriendo el cielo."

(Blas de Otero)

lunes, 25 de agosto de 2025

Por el Pirineo…

San Clemente de Taüll - "Acuarela" generada con IA

Yo prefiero en singular y con el artículo; no me acostumbro a eso de: “voy a Pirineos; veraneamos en Pirineos..”. No sé, hay algo de pijiprogre y de cayetanismo capitalino, valga la paradoja estética e ideológica, que no termino de estomagar.

Bien: instalados en Casa Custodio, en la Puebla de Roda, visitamos Benasque, Isábena, Boí y Taüll (a la catalana), Alquézar, Huesca, Zaragoza, Graos…localidades y capitales dignas de pasear, comer y tardear. 

Cultura gastronómica, paisajística y arquitectónica. Amabilidad, voces y acentos diferentes, atuendo senderista, familias, parejas, grupos, edades variopintas y aficiones transversales. Calor, calor y humedad; tormentas, chubascos, mosquitos, ríos y picos, arboledas y cumbres, gintónic, pantumaca y pozales de café con leche; nubarrones y sol. Más calor. Carreteras serpenteantes, hoces y cañones. Bosque y sotomonte, reuniones de amigos, ciclistas y autocaravanas, retos deportivos, descanso y siesta, sin prisa. Parece que refresca. Pantocrátor y bóveda, torres desmochadas, ruinas y abadías. El románico primitivo a flor de piel. Gente, mucha gente.

Visitar el Pirineo catalán y aragonés o aragonés y catalán, que, tanto monta, supone volver a la naturaleza, al tiempo pausado, a transitar por un banquete dirigido a los sentidos, a todos. Sí, para repetir. 

domingo, 10 de agosto de 2025

Viajar en verano…Londres, por ejemplo

Es una ventaja viajar fuera de temporada estival: temperatura agradable, evitar aglomeraciones en cada lugar que pretendemos visitar, contemplar tranquilamente y disfrutando de cada cosa que miramos...

Cuando uno planea las vacaciones estivales con tiempo, imagina cómo serán esos días, pongamos, del viaje que deseamos hacer: desde los billetes en avión, por ejemplo, hasta el alojamiento, adquirir las entradas de los sitios de interés, seleccionar restaurantes y trazar itinerarios (nada que ver, por cierto, con el cortazariano).

En cualquier caso, hay que garantizarse que merece la pena el esfuerzo, el tiempo, las energías, el pecunio y, sobre todo, dejar rastro de tamaña aventura a la vuelta; y a voz herida, gritar a los cuatro vientos: “genial, nos lo hemos pasado muy bien, qué bonito, increíble, ha estado súper…” (que el lector ponga todas las exclamaciones que quiera). Suma y sigue. Como a alguien se le ocurra plantear el más mínimo pero, se le mira con recelo y, sin duda, se le califica de gurrumino, refunfuñón, cascarrabias, sociópata…el pack vacacional viene con el bono de optimismo, de positividad…un énfasis excesivo, hipérboles a tutiplén.

Y no, no paso por el aro de la obligatoriedad de identificar viajes en vacaciones con lo más cool, lo más in…lo mejor de lo mejor, para impresionar al personal.

En muchas ocasiones abogo por el sofá, el embrutecimiento televisivo, el “tumbing” doméstico… A ver quién tiene el cuajo de decir al prójimo que se ha quedado en casa durante sus vacaciones y tan ricamente.

No me quiero distraer del hilo narrativo: resulta muy impopular, de vuelta de un viaje, contar que: “vaya, bueno, bien sin más, esperaba otra cosa…”

Y, sí: reivindico la valentía del pero y del aunque individual y colectivo.

A mí Londres me ha parecido, en esta última visita, muy tensionado, atractivo, inspirador, pero yo he colapsado: en la National grupos de estudiantes italianos bulliciosos, no, gritones…en el British Museum todo el continente asiático dueño de salas aglomeradas, desordenadas…vestigios históricos apilados como en el desván de la abuela; en el Puente, ni hueco para la selfi de marras, el Big Ben, atropelladísimo.


Sigo Oxford Street, Piccadilly, Trafalgar Square, el London Eye, la Waterstones, Buckingham…

Solo disfruté paseando por las calles de la City, a pesar de las obras y vacías en viernes por la tarde y por el complejo urbanístico de Barbicam centre.

No me he calzado la boina “foral” de quien afirma: “como en mi pueblo, nada; como en mi casa, en ningún otro sitio”.

Y para acabar…Oxford: un auténtico escenario de cartón piedra. Puro atrezo ¿académico?

Horrible, sin paliativos.

No hay como viajar, para regresar, obvio. El último día de nuestra estancia foránea cambia la percepción, y con el horizonte de la vuelta próximo, hacemos recuento final: “¡qué bien, oye, sí la verdad…!” en voz baja. El paso de los días merma nuestra capacidad de asombro salvo en los adolescentes (y algún maduro que anda un poco perdido) que lamentan no ver a ese amor de verano.

Y aquí lo dejo. Solo es una opinión, personal, claro, la mía propia y vale lo que vale.

A mí no me duelen prendas ni siento rubor en decir que este viaje… ¡meh!

Insisto: que no estoy enfadada, solo que no me creo esa máxima de viajar en verano sin uno o más peros.

(Sobre la autora)

viernes, 25 de julio de 2025

Maravillas de Grecia

Cabo Sunio - Templo de Poseidon - 440 a.C.
Archivo personal

 (Colaboración de M. Regalado)


"Maravillas de Grecia". Así titulaba la agencia de viajes el recorrido que elegimos este año. Y el título era toda una evocación, una promesa de belleza antigua, mítica, casi sagrada que, por una u otra causa, hasta ahora no había tenido oportunidad de visitar.

Ocho días de recorrido por el Peloponeso: Corinto, Olimpia, Epidauro, Micenas… seguir hacia el Valle de Delfos y verlo desde el monte Parnaso, subir a Meteora y Kalambaka… y finalizar en Atenas.

Hay algo en el sol griego que parece distinto: más denso, más antiguo… y lució con fuerza, con mucha fuerza, cada día. Quemaba. No callaban las cigarras -las chicharras- que, según dicen, anuncian días de calor apabullante y noches de sudoroso insomnio.

Aun inmersa en un grupo de veintitantas personas, por momentos te aíslas y sientes algo así como una experiencia extrañamente íntima. El encuentro con esas piedras de significado secular. El asombro, el vértigo…

Valle de Delfos - Archivo personal

Entre ruinas majestuosas que el tiempo no ha conseguido destruir, en Delfos, al abrigo del Monte Parnaso -hogar de las musas-, habría deseado encontrarme con las pitias y hacerle mi consulta, aun a sabiendas de que recibiría el clásico o similar “conócete a ti mismo” o el “nada en demasía” …

Y asombrarte contemplando las Meteoras, riscos altísimos coronados por increíbles monasterios bizantinos que, desde el Siglo XIV, parecen suspendidos entre el cielo y el abismo.

Monasterio bizantino de Varlaam
Archivo personal

Escaleras imposibles -algunas con cinco o seis peldaños de 50 cm- ¿qué monjes, qué colosos conseguían subirlas con tamañas medidas? Hoy las Meteoras son Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1988.

Visitamos dos de los seis monasterios que se conservan; los de menos difícil acceso para nuestra edad ya situada “en modo abuelo”.  Uno de ellos fue el de la imagen. Peldaños normalitos y no de 50 cm., pero fueron 127 los que hubimos de remontar desde el punto en que el autobús no puede continuar ascendiendo. 

No hay palabras suficientes para describir lo que se siente allá arriba entre nubes, entre piedra… sólo silencio, sólo asombro. 

Monasterio bizantino de Varlaam
Archivo personal

Sólo silencio y asombro ante la presencia de los bellísimos íconos bizantinos que cubren cada centímetro de sus interiores. Creo que la sensación fue la de estar en el mismísimo Olimpo, entre las nubes.

Y llegas a Atenas y el contraste se vuelve casi violento. Sí, ahí están para ver, mirar y admirar la Academia, La Biblioteca Nacional, El Museo Arqueológico, la majestuosa Acrópolis en lo alto… pero bajas la vista y la ciudad duele: sucia, caótica, desordenada. Suciedad que se acumula en las esquinas y en los rincones, fachadas en total abandono y desgaste por la dejadez, caos urbano sin lógica, grafittis por doquier… cada detalle hacía sentir sensación de abandono y de “cutrez”.

Atenas no es una ciudad fácil de querer. Pero los acogedores cafés resisten, y las miradas amables, y los gatos durmiendo entre ruinas milenarias. Y el bullicioso, colorido y acogedor ambiente de Plaka, de Monastiraki… pero no ha sido una de esas ciudades que me hacen exclamar: “¡yo aquí tengo que volver!”

Me alegro de haber conocido Atenas, pero no, no es una ciudad a la que yo volvería.

M. Regalado – Junio/2025

domingo, 1 de junio de 2025

Visita a Cartagena: para volver...

A cierta distancia de donde nos encontramos emergen tritones del mar abisal. Casi todos del mismo tamaño, con forma de ola, de puente, de tenedor…con tejados planos y otros redondos. Estilizados sin átomo de grasa. Altos, muy altos: seguro que tal concentración de cemento y ventanas en una verticalidad infinita se estudia en las clases de Geografía Humana.

Es Benidorm: me impresiona siempre su skyline y cruzarlo por tierra resulta inimaginable.

Miguel de Cervantes a Cartagena
Cartagena - Archivo personal

Hoy nos vamos a Cartagena, ciudad que no conozco y que interesa visitar. No defrauda, sorprende y anima a volver. Calor y cielo despejado, de un azul brillante que contrasta con el dorado del Teatro Romano. Mucha piedra histórica dispuesta casi como la dejaron aquellos clásicos amantes de deportes y espectáculos.

Tan cerca del casco antiguo…pasean turistas, crisol humano en poco espacio, colores de gentes variopintas. Restos de la catedral y algunas cuestas que conducen al núcleo municipal. Edificios con mucha prestancia, balcones y miradores, actividad sin prisa, parroquianos tranquilos a sus quehaceres, mezclados con visitantes.

El trazado callejero fácil de seguir, peatones que deambulan por unas losetas polícromas, cristales de grandes ventanales y portales que se abren a instancias oficiales. Construcciones en consonancia con las profesiones que se desarrollan tras sus paredes.

A esas horas, el aperitivo se mezcla con la comida: cuestión de horarios, de gustos del cliente o de la necesidad estomacal.

Muchas personas que transitan y pasean entre las palmeras: ¡¡cuánto me gustan esas plantas!! Será porque en mis latitudes originarias brillan por su ausencia. Solo el Domingo de Ramos las lucía, sujetando la palma decorada en mi mano infantil.

Me fijo que se ha instalado la moda de la mascarilla multifunción: de codera, muñequera o en modo “gola” cual dama áurea adornando el cuello de su atuendo.

Sin mucho bullicio, las fachadas nos van conduciendo a nuevos rincones de azulejos pigmentados, iglesuelas, arcos y porches…familias y jóvenes, guiris y nativos.

En algunos cruces, esculturas de acero retorcido, yo las veo vanguardistas y originales, diferentes, alambres de diseños imposibles que embellecen la ciudad…y el puerto. Mástiles reposando hasta que llegue el turno de las velas. Alineados y con el atraque levemente mecido.

Placidez hasta la entrada de Arqva, el Museo Nacional de Arqueología Subacuática. La exposición simula las tripas de una gran ballena, espaciosa, ordenada y muy interesante. Toda una experiencia marina con los pies en la tierra.

Un viaje experimental y didáctico a las profundidades oceánicas, a los secretos históricos que ven la luz en vitrinas sorprendentes. Restos de naufragios, bodegas llenas de provisiones, ánforas, vasijas, utensilios domésticos, monedas, figuras…todo lo que esconden las aguas y hoy disfrutamos de su contemplación.

Cartagena invita a quedarse, a mezclarse con sus habitantes tan amables y atentos.
Es una ciudad tratable, para volver con más tiempo o sin tiempo. Para estar y caminar.

Seguir observando el cromatismo de los azules que he percibido: desde el celeste al cobalto y siempre el marino…aquellos fundadores de antaño sabían lo que hacían con este asentamiento, encrucijada de culturas y civilizaciones.

Antes de volver, pasamos por La Manga: ese mar dividido en dos, esas aguas dulces y saladas. En otra ocasión…

Lo mejor de los viajes es el regreso. Sin duda.

(Publicado en "El Obrero" en agosto de 2021)

lunes, 28 de abril de 2025

Roadtrip: carretera y manta... “Camino Soria”

 

Camino Soria
imagen creada con IA

Siempre he compartido y tarareado muchos de los versos musicados del grupo Gabinete Caligari. Y ahora, desde este presente, sigo haciéndolo. Me gustan sus canciones.

Y tienen razón: sí, ese “camino Soria”, es “cadencioso”.

Disfruto observando la corriente del río Duero por las márgenes de Almazán; su contemplación resulta preciosa; creo que Machado se quedó corto con su ya literaria y famosa “curva de ballesta”.

Desde mi asiento en el autobús hacia mi destino foral, espero con ganas llegar a la localidad soriana porque sé que van a aparecer, en medio de la vasta extensión mesetera parques plácidos, calles antiguas, paseos apacibles, puro sosiego y mucha tranquilidad.

El conductor aminora y se reduce la velocidad del trayecto: aprovecho para alargar la cabeza y mirar a un lado y a otro, estirarme todo lo que me permite el espacio y no perderme nada de la naturaleza que tan bien reconozco, pues soy consciente de la fugacidad del momento. Permanezco atenta.

Cruzamos despacio y me vienen imágenes becquerianas, evocaciones de que allí, no muy lejos, surge la leyenda del “monte de las ánimas”, en los alrededores de la capital.

Emociones de recuerdos pretéritos, de privaciones y ausencias, melancolía y esperanza, sonrisa dibujada levemente, tapada por la mascarilla. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

El río y su curso, los árboles enramados, desnudos o poblados, estacionales, cromáticos: del terroso al glauco, del amarronado al ceniciento, cetrinos y hasta verdemar, si me apuran, por el reflejo del sol en una tarde cristalina. Arcos y empedrado, puertas señoriales y campanario quedo. Descanso, placidez y “gloria”.

Rememoración de tantos años, de tantas rutas con la manta liada, kilómetros y horas: muchas memorias, algunas… indelebles en la piel.

Lágrimas silenciosas y minúsculas de diminutos afectos, hoy adultos con ilusiones renovadas y horizontes luminosos.

Uno cambia de coche, de medio de locomoción, pero volvemos a repetir la ruta, ese mismo itinerario porque paladeamos con regusto lo perdurable e inamovible. Nos domina cierto aire de pertenencia casi inaprensible. Hidalgos y conventos, muros y arciprestes, abades y bosques, manzanos y madera.

La carretera nos depara rutinas desde el inicio del viaje: naves industriales, complejos comerciales, construcciones empresariales…en cuanto cojamos velocidad, llegará el remanso. Solo unos minutos que se suceden a veces tediosos y muy largos dormitando, o despejados en puro pensar.

Modorra vespertina a esas horas en que el tiempo no ha declinado aún. Lentamente…

Casi me incorporo al atisbar curvas en el “camino Soria”; un sendero que me lleva a las riberas de esa localidad que pronto volveré a ver y que por razones inexplicables, irracionales, inconscientes, me atrae. Y mucho. Almazán.

(Publicado en "El Obrero" en abril-2021)

lunes, 21 de abril de 2025

Chinchón y Las Vegas: mucho más que una plaza mayor

 

Plaza mayor de Chinchon
ilustración creada con IA

Hacia el sureste de Madrid, la fértil comarca de Las Vegas nos invita a disfrutar de tanto…A mí me recuerda su paisaje a las pinturas de Carmen Laffon: quietud y calma recorren el Tajuña, leves colinas y reposo de un día en el relato de Sánchez Ferlosio.

Desde hace mucho tiempo, Chinchón ocupa un enclave privilegiado: amplitud de naturaleza entre la estepa y las encinas, olivos y meseta.

Localidad para vivir, visitar, pasear en la hora sexta, descansar en las vísperas y conocer y seguir conociendo. Para recordar aquel virreinato con una esposa enferma de malaria a la que curó una indígena con la famosa “quinina”.

Condes, monjas y frailes.

Casi siempre lo hemos observado a ras de suelo, desde esa Plaza Mayor, tan simétrica e igualada en su redondez taurina y fílmica, tan de postal y Patrimonio Histórico: bares, tabernas, soportales, balcones de un verde brillante, bullicio y gente, mucha gente. Anís.

Callejear por San Antón y su plaza donde los “pequeños” vecinos de antaño, hoy historiadores, daban patadas a un balón y ahora muestran orgullosos aquellos rincones de su infancia.

Nos recibe la familia Palacios: auténticos artesanos de la madera, ebanistería esmerada, gremial, heredada de generaciones…

Un lujo otear el horizonte desde la antigua iglesia de la Piedad, que se abre al visitante con unas puertas magníficamente trabajadas, e imaginar que entre el teatro Lope de Vega y la actual Asunción, existió un pasadizo volado…fantasía hecha realidad al acceder a su interior y admirar la Ascensión pintada por Goya en su retablo central.

Sábado de Gloria, Domingo de Resurrección y Lunes de Pascua. Las Clarisas y los Agustinos: moles conventuales de poderío ancestral y rezos presentes.

La vista se pierde por las llanuras mientras vigila atenta la Torre del Reloj, tan arriba, tan alta.

Paisanaje curioso y variado en una semana santa perimetrada y sin salir de nuestra comunidad, como el resto, claro. Quizá sea un momento vacacional a pequeña escala, con movimientos reducidos, límites sanitarios precisos y obligaciones y responsabilidades personales y sociales.

Horizontes manchegos, colores matizados por la luz del atardecer y leves sonidos festivos.

El arco de palacio nos enseña alguna casa solariega y blasonada que recuerda momentos de otras épocas; la hermandad de la Soledad, pasos procesionados que hoy reposan para su contemplación.

Beatitud y complacencia en una visita esperada e inesperada. Chinchón siempre sorprendente.

Volver a “Nuevo Chinchón”…

Un nuevo chinchón

(Publicado en Abril de 2021 en El Obrero)

viernes, 4 de abril de 2025

El río Arga a su paso por Burlada


Río Arga

Me gusta siempre que vuelvo a esa localidad navarra, cerca de Pamplona, asomarme y ver la porción de corriente que enmarca la ventana de mi cuarto. Únicamente un trozo de la fluida longitud del Arga hasta llegar a su desembocadura…en el Ebro.

El Arga, cada vez más ancho y plano, limpio ahora, turbio en otras ocasiones. Calmo y plácido, discurre por sus márgenes sin sobresalir de los límites, evitando sobresaltos.

Cuando se desboca, suena a estruendo, llega hasta las casas próximas, anega huertas y chabisques, y ese ruido en la noche silenciosa que despierta a los vecinos, y a los animales domésticos…. Ese ruido atemoriza. Es un rugido que traga y envuelve todo lo que encuentra a su paso. A mí nunca me ha pillado en una de esas.

El río atraviesa diferentes poblaciones forales y cambia de aspecto estacional y fluvial.

Para todos los gustos. Aficionados a la pesca, palistas en piraguas, bañistas estivales…A sus orillas descubro la nogalera o la chopera, para mí siempre será la arboleda, un término más genérico sin distingos arbóreos, y sobre todo, muy familiar.

A la sombra, bancos y senderos, paseos de caminantes dominicales: chubasquero, bolso cruzado, algún bastón y…¡¡hala!! a echar alguna hora matutina.

Calderetada en honor a la Virgen de la Asunción en un agosto solanero, fiestas y jolgorio de jóvenes y abuelos, reposo y bailes, comida y chistes. El Arga lo contempla y sigue su curso…

El verde primaveral y el marronoso del otoño, el desolado invierno y el florido verano: suma y sigue; la vida se abre paso más allá del tiempo en una población marcada por un río que a veces la inunda, la sorprende: agua de susto, catástrofe urbana y vuelta a empezar.

Ese río recorre el depósito del agua, lo deja de lado, allá arriba en una colina de cúspide curva, redonda, nada escarpada, fácil de acceder.

El Arga se tapa los oídos durante las noches de fuegos artificiales. Siempre desde mi ventana. La carretera acerca coches que visitan Burlada, centro cultural de jóvenes y maduros; sociedades gastronómicas, txokos y escuelas. Nuevas plazas, nuevos nombres y habitantes que llegan de otras latitudes nacionales y extranjeras. Parques, tiendas que cambian de nombre y de dueños; colegios y escolares, bilingüismo. Pintadas de otros tiempos y grafiti actuales.

Se oyen las campanas de la iglesia más próxima; cielo nublado que amenaza lluvia: ¡¡ay, los tejados!! Cuidado con el río que amenaza con escaparse del redil…Vuelve la tranquilidad desde mi ventana.

El puente viejo, muy cerca, permite que transcurra bajo sus ojos poco apuntados y rodeado de una vegetación matizada; se mezcla tierra fértil con las ramas que flotan, arrastradas por la corriente. En momentos de sequía cuesta atisbarlo, casi no se aprecia su caudal y parece que lo ha engullido la tierra, que se ha evaporado, pero ahí sigue, perenne su cauce, más allá del tiempo.

Me reconcilia su visión, esa imagen que desde la capital se convierte en idilio y que en su presencia, al abrir el cristal, me devuelve memorias pretéritas y recuerdos muy de ahora.

Yo he vivido en Burlada, de cara al Arga al que es difícil darle la espalda…visita obligada y deseada.

(Publicado en marzo de 2022 en El Obrero)

martes, 18 de marzo de 2025

No me gusta Lisboa: lo natural y lo común

 

No me gusta Lisboa

Cuando dices que vas a Lisboa, se ilumina la cara de quien lo escucha: “¡te va a encantar! ¡Qué ciudad, es preciosa!, ¡qué suerte!”

Cuando aclaras que es tu cuarta visita, las afirmaciones anteriores se redoblan: “¿a que sí?, ¡seguro que vas a descubrir cosas nuevas!, ¡yo viviría allí! …”

Y cuando concluyes que no, “que no me gusta, nada, pero nada es cero” que es la cuarta vez en la capital lusa y que en esta ocasión acompañas a alguien por primera vez, la sorpresa y el desencanto ajeno estallan en el otro.

Claro, que también me dirán por qué insisto una y otra vez.

A Lisboa viajé durante la luna de miel, un 1 de noviembre frío y neblinoso, gris y triste. Hotelazo.

A Lisboa volví un 9 de noviembre para un congreso sobre Cervantes: frío y con huelga de taxis, buen tiempo y excursiones a lugares turísticos. Hotelazo.

A Lisboa regresé un 30 de abril, puente madrileño: con mi hija; soleado, buen tiempo, visitas a lugares turísticos, restaurantes, fado. Hotelazo.

A Lisboa volví un 8 de agosto. Vacaciones estivales, con mi hijo. Canícula, visitas turísticas y cultura. Mucha interacción social. Hotelazo.

He creído necesario dar estos breves apuntes para matizar mi aseveración: “Lisboa no me gusta y punto, pero, por favor, no me perdonen la vida, no me miren mal”.

Parece que el sentido común invita a identificar Lisboa con una suerte de placer, encantamiento y gusto que a todo el mundo arrebatan, es decir al común de los mortales les gusta. Y a mí, no.

Quizá lo común no sea lo natural, es decir, que si a mí, una ciudad, en este caso, Lisboa, no me gusta, no estoy adoctrinando, ni mucho menos expresando mi ideología, tan solo una opinión, personal, valga el énfasis, de algo que va contracorriente, porque parece que lo natural es que Lisboa le guste a todo el mundo; sanseacabó, y ojo de aquel que diga lo contrario.

Pues bien, ni por costumbre, ni por tradición, ni por sentido común, la opinión es un derecho que ejercemos. Y tiene el valor que tiene. Como casi todo en esta vida, relativo y referencial.

No me gusta Lisboa
A mí no me gusta Lisboa: está vieja y rota (ya sé, me dirán quienes me lean, ese es el encanto) y sucia e incómoda (ya sé, insistirán: pervive un aire decadente).

La he visitado en varias ocasiones y con diferentes motivos, le he puesto ganas, muchas y no hay manera.

No me gusta el fado, ni las calles empinadas, ni los taxis…

Me gustan el café, y los postres, alguna librería y la fundación Calouste Gulbenkian.

Me gusta escuchar a mi hijo hablar en portugués, a mi hija en inglés y a mi marido disfrutar del bacalao.

¿Ven? Algo es algo y es mucho.

Seguro que volveré…una vez más, pero no para intentar que me guste ni para formar parte del sentido común ajeno que propina a la menor de cambio que Lisboa gusta sí o sí a todo el mundo.

Hoy por hoy, Lisboa no me gusta y tenemos la suerte, todos, de poder expresarnos así.

¿Y qué pienso de PARÍS?

sábado, 8 de marzo de 2025

Vacacionando por la Sierra Norte de Madrid

 
Puebla de la Sierra (Madrid)
Puebla de la Sierra
https://www.espanafascinante.com/


Un martes de descanso laboral, conducimos por la carretera de Burgos camino de algunas localidades que configuran la región de la Sierra Norte de Madrid.

Importante no perder de vista el mapa, a veces el norte se identifica y se confunde con el oeste; aclaradas las coordenadas ponemos rumbo a Puebla de la Sierra. La carretera durante todo el trayecto, muy transitada de ocio y negocio; está claro que no coinciden las mismas fechas festivas según sea el ramo profesional de cada uno.
En cualquier caso, vigilancia atenta al tráfico rodado para disfrutar de la ruta. Día templado, gris y nublado, a ratos se abren claros, pero amenaza agua que aparece en algunos tramos: raras son las ocasiones “pascueras” que no moja algún día procesiones, paseos, eventos y planes familiares de todo tipo. Primavera en ciernes a pesar del almanaque: ya debería estar todo florecido, o casi…al fondo las estribaciones de Guadarrama abarcan todo el horizonte que cubre nuestra vista. Por más que ampliemos ángulo de visión la sierra enmarca el cuadro.
Comienzan las localidades tan apretadas y compactas a uno y otro lado de la vía: Piñuécar y Prádena del Rincón, entre otras. Se podría componer un poema narrativo o una narración poética con sus nombres, identidades longevas que rememoran vestigios territoriales, dominios antiguos y señoríos limítrofes diluidos, posesiones heredadas…hoy nueva vida y nuevas vidas.
La vía principal separa casas solariegas a diestro y siniestro: paseantes, niños jugando y tiendas abiertas. Casas rurales, apartamentos, actividad tranquila y movimientos pausados previos a la hora del aperitivo.
Frio y viento, estirar las piernas y recorrer las calles empedradas con olor a ganado. Campo y montaña, esculturas…carretera minúscula que serpea por la superficie montañosa a lo alto hasta que desciende de nuevo culebreando y reposa en Garganta de los Montes. Parada y fonda. Todo preparado para acoger al visitante que desde la capital espera llenar los pulmones y vaciar la mente.
Garganta de los Montes - Escultura "Altarera"
Garganta de los Montes
https://www.gargantadelosmontes.es/index.php/2017/11/13/escultura-altarera
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Tiempo de asueto dedicado a próximos y a nuestros allegados, saludos a lugareños que acostumbrados a los foráneos, ofrecen su mejor sonrisa sin interrumpir quehaceres cotidianos.
La sierra siempre sorprende más allá de los conocimientos de geografía que hayamos atesorado en años escolares. Ahora al recorrerla y pisarla a través de sus localidades, revivimos imágenes, recreamos páginas que saltan del atlas a nuestra vida real.
Fuentes y cauces, bosques y sonidos placenteros, sin estridencias. El paisaje semeja un locus amoenus clásico en plena vigencia de la actual centuria. Tan cerca de la ciudad, de las nubes que descargan una lluvia fina, abrigarse y seguir por los senderos trazados de unos pueblos que esperan y están, crecen y permanecen. Tan cerca siempre en estos momentos de descanso personal, de recuerdos, memorias, personas y sentires. Sin olvidar…Más allá y aquí, centro de un presentismo emocional. La  Sierra Norte de Madrid invita a volver.

lunes, 6 de enero de 2025

Nadie me invitó a un café

 

Invitar a café

En 2018 realicé mi última estancia investigativa en USA.

Ya sé eso de “nunca digas, nunca jamás, ni de esta agua no beberé, ni ese cura no es mi padre” … de acuerdo, pero hoy por hoy, mis ganas, mi pretensión, mi deseo de volver a ese país, diría que son entre cero y menos cero, o sea, nulas.

Más allá de la que se nos viene encima con el nuevo presidente (y no me refiero a Donald, sino a Elon -Kekius Maximus en X-), no me ofrece nada un país tan descarajao, inmerso en un merdel que nos va a afectar al resto. Así que ... pies para qué os quiero, sálvese quien pueda.

Fui invitada por la Emory University a desarrollar un proyecto de investigación en Atlanta (Georgia). Yo era una blanca muy blanca entre una gran población de supremacistas, tan blancos como yo o más.

Una de las primeras advertencias que me hizo la colega con la que iba a trabajar era: “Pilar, aquí, no te van a invitar a un café; ni a un café ni a nada; da igual que seas profesora invitada, blanca, doctora, europea y de Madrid. Eres mujer. Así que para evitar “misunderstanding”, nadie te va a brindar una bienvenida ni te van a agasajar como alguien de fuera. Si quieres café, te acercas a la máquina de vending y te lo compras tú” (sic). Puse cara de búho con ojos de besugo y no dije ni mú.

Comprobé que no me invitarían ni hombres ni mujeres, ni queer ni nadie del colectivo LGTBIQ+ (creo que no me dejo a nadie).

Y me explicaron que se han producido situaciones muy incómodas cuando alguien, sobre todo, un hombre, invita a tomar un café (insisto, café, ni carajillo ni gin-tonic, ni copa ni nada: cero alcohol) a una mujer, ya que puede abrigar intenciones aviesas, acosadoras, de machirulo y provocar una ofensa mayúscula de la fémina que lo lleve a la corte suprema.

Cuento este ejemplo sintomático de cómo andan por allá.

Bien es cierto que mi economía me permite adquirir un café, una botella de J&B o varias copas de Moët Chandon en un reservado privadísimo del club más selecto de Nueva York. Tomar un café es un gesto de acogida, de compañía, de saludo sin más y, si alguien advierte intención torticera, que se lo haga mirar.

No van a ganar para terapia.