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sábado, 22 de noviembre de 2025

Viaje al centro de África:

             paseando por Maroua, donde el tiempo pierde su medida

Maroua Aeropuerto

Este texto, recuerdo de las vivencias en mi viaje docente a la Universidad de Maroua, lo publiqué en "El Obrero" en 2021. Hoy, cuatro años después, lo recupero aquí en mi blog porque sigue siendo una experiencia que vale la pena compartir.

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Bofetada de calor nada más aterrizar a mi destino: Maroua. Ruidos, bocina y motos, carreteras si asfaltar. Chilabas blancas y celestes, trajes occidentales. Y yo. Parece que en ese momento soy la única europea en la ciudad.

Hace algunos años… mi viaje a la Universidad de Maroua en Camerún a finales de septiembre y principios de octubre.

Más motos. Muchas y veloces. Propias y ajenas a modo de taxi y medio de locomoción, como si fueran minibuses porque encima de ellas se encaraman hasta cinco personas…y tan a gusto y tan cómodos. ¡Qué pericia!

Y los baches y el polvo. Gente y más gente por la calle principal y por las aledañas.

Voy con las ventanillas del coche de mi anfitrión, abiertas, y a paso de tortuga en pleno atasco de más motos, bicis y gente andando… saco el brazo para que me dé el aire. Los niños caminan a nuestro lado y me saludan “¡¡Madame, madame!!” Soy la gota de leche en medio de esta población risueña, bulliciosa, feliz y festiva.

No hay carriles ni separación en la vía transitada por una masa colorida que se dirige con calma, una no sabe bien hacia dónde. Se escucha música atronadora que escupen transistores de puestos ambulantes, con voces chillonas que mercadean yuca, plátanos…

Cosmogonía temporal. A mí me da la impresión de que los minutos se espesan, que las horas se han paralizado. El tiempo no pasa, se deja pasar, está y existe pero no tiene medida.

Me invitan a tomar la cerveza más típica, la 33. Sentados y sin prisa, una tras otra. Pasa la tarde calurosa. Algunos piden refrescos, depende de la confesión religiosa de los parroquianos que hoy me agasajan con un rato de ocio después de mis clases. ¿Un rato?

Anochece y la lamparilla de nuestra mesa nos ilumina levemente, me cuesta ver sus caras, adivino sus ojos. Continuamos al aire libre, sin tiempo.

Calor, mucho calor aquel final de septiembre y principios de octubre.

Charlas y parloteo, la palabra proferida, debajo o no del baobab, de tan larga tradición africana: hablar y hablar… Paciencia, “el destino manda”, me aseguran, “si la vida no depende de uno, ¿para qué preocuparse?” Filosofía pura en el corazón africano tan lejos de mi tierra.

Maroua me parece un desierto, muy próximo a Nigeria, limítrofe con este país tan convulso y peligroso. Se mezclan en sus parajes, planos y yermos, los colores amarillo dorado y verde pálido. Arbolitos escuálidos en las márgenes de la carretera, poca sombra prometen a escasas cabras raquíticas.

Casas en Maroua
Colinas y chozas, casas muy sencillas y niños jugando en las calles. Más chilabas; las mujeres, bellísimas, lucen tocados y visten, elegantes, trajes de tejidos coloridos, ataviadas con habilidad y con sus bebés ajustados a la espalda, caminan regias y con prestancia.

Amabilidad a raudales, cercanía, apretujones en el mercado, me aturullo con tanto hableteo, tanta cháchara: todos se deshacen en sonrisas, mezcla de olores y aromas indescifrables para el olfato occidental; cerca la mezquita y la fiesta del sacrificio del cordero. Me cubro la cabeza y me ubican en la explanada separada del lugar asignado para los varones que ocupan espacios delanteros. Sí, la única europea en un país al que nuestros misioneros y monjas iban a catequizar…

Conforme pasan los días ya no percibo la coloración epidérmica. Han conseguido que me sienta una más, la profesora que va a impartir unas lecciones de español.

Los días comienzan con temperaturas apacibles y viento suave hasta que al mediodía se arranca un tormentón tropical que bambolea peligrosamente las ramas de los árboles. El tiempo sigue dilatándose…

Se va la luz. Sistema eléctrico, out of service. “No pasa nada”, me dicen, “comme d’habitude”. Esperamos y dentro de un rato vuelve la luz y con ella la energía artificial porque la solar pega de lo lindo. La arena de las calles ha sorbido con fruición la lluvia torrencial de hace unos minutos.

Abanico, gafas y fular, sombrero… no hay duda, no soy de Maroua, muy foránea.

Lo que siempre hemos visto en imágenes y en visitas tridimensionales tras la pantalla, ahora lo perciben mis sentidos. Estoy ahí en medio de ese mapa tranquilo y quieto a pesar del movimiento urbano. No advierto prisa. De nuevo el tiempo se ensancha tanto que llega a desaparecer. Para mí es un mundo inhóspito, exótico por lo diferente y desconocido.

Pruebo la “soya” y aprendo a comer con la mano ese plato típico envuelto en papel. Me cuesta, pero me fijo en cómo lo hacen quienes me rodean. Y siempre la 33. Toque de queda a las 8 para las motos y a las 9 para los coches. Ni entrar ni salir de la ciudad. Se oye a lo lejos rezar, la voz que llama a la oración… Silencio en la ciudad. A mí me pilla un día en un bar, otro en el hotel, siempre vigilada por policías apostados a la entrada, no son tiempos para andarse con tonterías: Boko Haram, al acecho.

Aula de español en Maroua
Estudiantes y profesores me miran curiosos con sus ojos esféricos, tan vivos y tan parlantes, gestos y más gestos, palmoteo y revuelo de ropajes. Reverencia y admiración. Me espachurran las falanges cuando me saludan sonriendo y… cuchichean sin disimulo.

Son entusiastas, agradecidos, tienen la ilusión de salir de su ciudad, de su país y viajar a España que les atrae como los cantos de las sirenas. Tertulieo y más descanso. Compartir sus ansias de futuro, sus conversaciones más personales: siempre con la mirada puesta en el continente europeo.

Y más calor, polvo y gente. Mucha animación.

Resulta que en mi burbuja “intelectual” soy la única autoridad, indiscutible para ellos. Mantienen una actitud de casi servilismo y sumisión. Un respeto acendrado que me impresiona y una distancia en el aula que me asombra.

Poseen unos profundos y sólidos conocimientos de lengua y literatura. Yo he ido para sacudirles un poco el estilo libresco en sus conversaciones, relajar el idioma que están aprendiendo y hacerlo más familiar, sin ir pegado a lo literario.

Delgadísimos y muy oscuros. Me han enseñado las distintas tonalidades del negro con una naturalidad apabullante, como no podía ser de otra manera. Otros mundos otros parámetros. Otra cultura. Ya no siento el paso del tiempo. Me ha atrapado y ahí estoy.

lunes, 20 de octubre de 2025

Piropos que esconden acoso

                                                Lo que muchas mujeres no quieren escuchar

Piropos o acoso

Si bien este artículo ya fue publicado por mi en "The Conversation", hoy lo traigo aquí para los lectores del blog, considerando que se trata de temas que deben ser de interés general
 
“¿Has visto? ¡Qué mal se conserva esa tía para su edad!”

 En no pocas ocasiones hemos escuchado proferir expresiones denigrantes y vejatorias dirigidas a las mujeres: “Estará con la regla”, “anda con la menopausia”, “mira qué buena está”, “¿dónde se cree que va vestida así?”

El lenguaje se convierte en un arma de acoso sexual. Y no solo se trata de hostigamiento marcado por la jerarquía del “acosador” hacia la víctima, sino que se da este tipo de situaciones entre iguales, sin distinción de rango, en una situación simétrica profesionalmente pero asincrónica en cuanto al trato y tratamiento en ámbitos públicos y privados.

Todo ello supone una regresión y una vuelta al primitivo, al modo carpetovetónico de tantos referentes que conocemos. Quienes ejercen el acoso verbal.

El lenguaje identifica a cada uno y habla de su propia personalidad, de su comportamiento individual. Estos acosadores actúan así porque lo han hecho de niñoslo han visto en el núcleo familiar y en su ambiente más próximo.

Está relacionado con galanteo de otras épocas, el protocolo para cortejar a la fémina con el poder de la palabra, revestido de un donjuanismo atávico y en no pocas situaciones con la intención de molestar e intimidar (“¡Pero, mujer, si solo es un piropo!”).

Posición de poder y autoridad

La persona que piropea siempre está en una posición de poder y autoridad. En este tipo de acoso, el acosador se siente con el derecho de interpelar a las víctimas en la calle, en el trabajo, sin haber recibido previamente su consentimiento y entendiendo que sus comentarios hacia las víctimas están justificados, son halagos o son socialmente aceptados. La palabra lanzada supone que la persona que recibe esa “lanza” nos pertenece, la hacemos nuestra sin pedir permiso, así, porque sí.

De momento, hay muchos países que tienen una legislación en contra del acoso callejero como Portugal, Bélgica y Holanda en Europa, y Perú (pionero en Latinoamérica), Chile o Costa Rica.

En España no hay aún legislación específica, aunque desde el Ministerio de Igualdad se está depurando el borrador de La ley de libertad sexual que incluirá en el Código Penal el delito de “acoso ocasional” el conocido como “acoso callejero”, es decir, aquellas “expresiones, comportamientos o proposiciones sexuales o sexistas” que pongan a la víctima en una situación “objetivamente humillante, hostil o intimidatoria”.

Se trata de proteger de forma integral el derecho a la libertad sexual mediante la prevención y la erradicación de todas las violencias sexuales, que afectan a las mujeres de manera desproporcionada, como manifestación de la discriminación, situaciones de desigualdad y las relaciones de poder de género.

Hasta ahora solo estaban penadas estas situaciones en el ámbito de la violencia doméstica, esto es, entre familiares, pareja o expareja. En este tipo de circunstancias, la palabra clave es “consentimiento”: si la víctima que recibe la expresión ofensiva no la ha deseado, se considerará delito.

Ante la falta de denuncia hay que atender este problema con actos preventivos más que reactivos, tales como campañas de concienciación sobre qué es el acoso y cómo se puede determinar, y destinar recursos para facilitar y favorecer una educación igualitaria. Toca volver a aprender: desaprender y reeducar atendiendo siempre a los derechos individuales; recuperar el valor de la palabra conciliadora para evitar comportamientos abusivos.

Lance sexual indeseado

El acoso verbal consiste en un lance sexual indeseado, una intrusión no solicitada de los acosadores en los sentimientos, pensamientos, actitudes, espacio, tiempo, energías y cuerpos de las víctimas; muchos de ellos tienen su origen en el desdén y provocan “la descalificación y la anulación”. Suponen una bofetada, un ninguneo, incluso todo un chantaje.

Algunos estudios realizados sobre el acoso verbal a una amplia muestra de mujeres demuestran que el 72 % no consideraba apropiado silbar a una mujer por la calle, mientras que el 20 % afirmaba que es aceptable en ocasiones; el 55 % calificó esta práctica de “acoso” y solo el 20 % afirmaba que era “cortés”.

En las últimas décadas han surgido grupos como Stop Street Harassment o Hollaback, la campaña Stop Telling Women to Smile_ (“Dejad de Decir a las Mujeres que Sonrían”) e iniciativas muy secundadas como Cards Against Harassment (“Cartas Contra el Acoso”), todas ellas con la pretensión de visibilizar y denunciar situaciones de acoso verbal.

Recuperemos el halago familiar cálido y afectuoso, un reconocimiento y premio que nos llega de la voz del otro como una mano tendida al corazón; una palabra amable sin intención perversa, sin jerarquía ni preminencia hacia el próximo, sin deseo de someter y subyugar.

Nuestras palabras hablan de nosotros. La palabra es producto de nuestros pensamientos, que pasan a ser emociones y estas se verbalizan y se muestran en actos concretos.

Nuestro objetivo será desterrar palabras agresivas, insolentes, procaces y subversivas, desconsideradas, faltas de urbanidad y respeto que se cuelan de malos modos en las relaciones humanas, sociales y profesionales contraviniendo las reglas del juego y del trato.

- Pilar Úcar

(Publicado por mí en The Conversation en mayo 2021)

viernes, 29 de agosto de 2025

Un contratiempo feliz

 (Colaboración de M. Regalado)


Si bien mi formación y mi profesión me orientaron hacia “los números”, mis aficiones se decantaban por “las letras”. Así que la UDEMA (Universidad de Mayores de Comillas, hoy Comillas Campus Senior) con su programa de Humanidades para mayores de 50 años, se me presentó como una magnífica oportunidad.

Septiembre/Octubre de 2004 y mi Primer Curso. Con ganas, con ilusión, conocer los programas, los profesores, los compañeros, un ambiente académico excelente y de excelencia…

Bueno, quizá no todo era tan idílico. Apenas dos meses después, la frustración se había instalado en mi ánimo respecto de una de sus asignaturas: la de Historia de España. Sin duda, mi capacidad intelectual no estaba a la altura del erudito discurso de aquel profesor. Imposible evitar el sentimiento de inferioridad que me aquejaba al no ser capaz de sacar nada en limpio de sus disertaciones (ambiguas disertaciones en bucle de principio a fin de la clase). Nada. En los dos meses escasos que acudí a sus clases, no fui capaz de obtener una sola idea ni de tomar un solo apunte. (Puede que sea exagerado, puede que en los dos meses tomara nota de alguna fecha, quizá…) Resultaba desesperanzador y desesperante. 

Hasta que, al comentarlo más allá de mi compañera de pupitre que se encontraba en la misma tesitura, fuimos descubriendo que otro, y otro, y otro más, y… muchos… compartían la misma sensación. ¡Así que no era únicamente cosa mía!

Hacerle preguntas no era una opción: se mostraba visiblemente molesto con el "ignorante preguntón" que así le interrumpía y, además de no recibir aclaración alguna, sus comentarios tendían a ridiculizar al osado.

Y la frustración llegó a un grado tal que nos obligó a acudir al Jefe de Estudios en busca de ayuda: quizá el profesor podría rebajar el nivel de su discurso... quizá podría adaptarlo a las especiales características de este su auditorio... Pero no, eso lo empeoró todo: no sólo nuestra petición no logró resultado alguno sino que, a partir de ahí, con más profusión sazonaba su lección magistral con comentarios que, sin duda,  hoy serían considerados políticamente incorrectos. Y se sucedieron las clases inaccesibles para nuestro (al parecer) corto intelecto, pues la asignatura de Historia de España en su boca parecía convertirse en una de Física Cuántica. Voy a atreverme a decirlo: la realidad es que sus clases evolucionaron hacia hueros discursos de pavo real (por no mostrarme tan categórica, diré que todo ello según nuestra perspectiva)

Nosotros estábamos allí con ilusión por aprender y pagábamos por satisfacer esa ilusión, pero tocaba aguantarse o dejar de acudir a sus clases para no salir de ellas con una mixtura de sentimientos que iban desde la frustración al enfado. 

Y este ambiente llegó nuevamente al Jefe de Estudios. Y no lo ignoró ni obvió nuestra preocupación. En poco más de una semana, nos comunicó que habría una nueva clase de Historia con una nueva Profesora, a la que podríamos acudir aquellos de nosotros que se sintieran incómodos con el Profesor actual. Hubo de todo. Y la clase se dividió en dos. La mayoría nos cambiamos de clase y el profesor conservó del orden de un tercio de los alumnos. 

Y allá a mediados de diciembre llegó y se presentó nuestra nueva Profesora. ¡Qué suerte el cambio! ¡Vaya diferencia!  Sus clases no solo se entendían a la perfección, sino que resultaban atractivas y amenas y estimulantes. ¡Qué vuelco había dado todo y qué contentos nos sentíamos! Tanto que, años después, muchos años después, hace tan solo algunas semanas, aún comentábamos mi compañera de pupitre (ahora ya amiga) y yo, que recordábamos exactamente de qué trató aquella su primera clase, y la actividad que nos propuso como colofón de aquella primera tarde estupenda.

La clase versó sobre los visigodos. Y su exposición fue tan interesante y atractiva como para mantener nuestra atención en todo lo alto (algo impensable en los dos meses anteriores)

Corona del rey Recesvinto
Y al terminar nos propuso (no era obligatorio) una actividad: visitar el Museo Arqueológico y admirar el famoso “Tesoro de Guarrazar” y contemplar sus piezas, entre las que destacaba la corona del rey visigodo Recesvinto. Y, siempre como algo voluntario, escribir después un breve comentario con las sensaciones que esta visita nos hubiera suscitado.

Y al día siguiente allá nos fuimos Encarna y yo. Y pudimos mirarlo y admirarlo y degustarlo aún más al tener presente la exposición de nuestra nueva profe.

Y Encarna -si bien no era amiga de escribir- volvió encantada de la clase y de la visita. A mí me gustaba escribir, así que redacté una mínima reseña en línea con la tarea encomendada, que la profe nos recogió en la siguiente clase y que, en la posterior, nos devolvió con sus comentarios. Generosos e inmerecidos comentarios, yo lo sé, pero que resultaban un estímulo para seguir presentándole los trabajos que nos proponía.

La satisfacción con la nueva profe fue general en la clase. Por fin aprendíamos sobre la asignatura y por fin lo hacíamos en un ambiente grato. Y el problema desapareció. Y nos abandonó la frustración y el desánimo.  Y estudiar en la UDEMA verdaderamente fue, en todas sus asignaturas y cursos, una feliz experiencia de la que guardo un gratísimo recuerdo.

Han pasado 20 años y hoy me siento muy agradecida al alambicado y artificioso y rebuscado profesor de Historia de España: él hizo que hoy yo tenga la satisfacción de contar con la preciada amistad de aquella PROFESORA genial que vino en nuestro rescate.

(Madrid, agosto de 2025)

(Sirvan estos recuerdos como aportación para los suyos -sus recuerdos- por si en algún momento nuestras posibles referencias de estudiantes "quejumbrosos" pudieron hacerle concebir alguna inquietud por tener que enfrentarse a un público supuestamente díscolo o problemático)

sábado, 17 de mayo de 2025

Leer con devoción para escribir con corrección

 

fichas de scrabble desordenadas

Hagamos historia: algunas luces de esas que iluminaron el siglo XVIII debieron iluminar también a los académicos neoclásicos cuando la Ortografía de la Academia de 1741 supuso un compendio sistematizado que regulaba, como lo hace hoy, la normativa ortográfica del español, elaborada entre la RAE y las academias correspondientes en Latinoamérica. De ahí su consideración de ortografía panhispánica.

Con dicha compilación se pretendió, y se sigue pretendiendo hoy, fijar las voces y vocablos de la lengua castellana con toda su propiedad, elegancia y pureza. Su lema “Limpia,fija y da esplendor” continúa vigente en la actualidad.

Intelectuales de la talla del padre Benito Jerónimo FeijoóTomás de IriarteMelchor Gaspar de JovellanosJosé Cadalso o Leandro Fernández de Moratín, junto a importantes traductores como Alberto Lista y José Marchena, entre otras figuras de gran relevancia, se vieron muy comprometidos y especialmente vinculados con la academia.

Esta institución, según el artículo primero de sus estatutos, tiene como misión principal velar por los cambios que experimente la lengua española, en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes. También que no se quiebre la unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico para conservar el genio y el alma propios del idioma –tal como ha ido consolidándose con el correr de los siglos– y establecer y difundir las normas y sus correcciones para contribuir a su esplendor.

“Pero si mi hijo lee…”

Es un lugar común escuchar: “Pero si mi hijo lee…”, como si la lectura fuera la panacea para la buena y “correcta” ortografía. Alguno de mis alumnos me ha llegado a espetar: “Pues Juan Ramón Jiménez escribía todo con jota”. Tal cual. Pero ocurre que no somos el poeta onubense.

Resulta difícil hacer que la propia naturaleza haga que unas personas lean y otras no. Incluso a que unas lean y también escriban de forma apasionada y artística y otras no. ¿Estamos entonces ante una disyuntiva fatalista? ¿Será que los hábitos familiares influyen en estos comportamientos? No… O no solo.

Gusta de leer el que ha leído. Pero ¿por qué ha leído? Acaso por predisposición. ¿Y qué podríamos hacer para despertar el placer de leer entre quienes no han leído ni se sienten atraídos por la lectura? Existe un solo camino, aunque no garantiza el éxito: es el camino de la disciplina espiritual, el de la educación de la inteligencia y de los sentimientos.

Si tenemos en cuenta los datos de la Federación del Gremio de Editores de España constatamos que el 31,5 % de los españoles no lee y que el porcentaje de lectores en 2019 alcanzó un 68,7% de la población. También es interesante saber qué lee la población que lee.

Poca lectura y escasa escritura

No son quimeras quijotescas las que vengo a proponer. Llevados por la utilidad pragmática, nos vemos abocados a la escasa lectura y poca escritura, académica y creativa, a pesar de que leyendo y escribiendo indagamos en los misterios del universo con una lengua que nos permite pensar y actuar fuera de los espacios cerrados de las ideologías políticas.


La ortografía, pues, asegura una claridad de pensamiento, es decir, la estructura de una efectiva comunicación.

Por eso, hay que leer. ¿Pero qué? Desde mi punto de vista, animo a leer de todo. Así lo ratifico en la universidad: desde un prospecto farmacéutico a la caja de dentífrico; desde el orden del día de la comunidad de vecinos a los panfletos del metro; desde el anuncio luminoso metropolitano hasta los faldones televisivos. Y, por supuesto, libros en cualquiera de sus formatos. Leer y escribir. Leer y escribir para compartir experiencias, opiniones, ideas, anhelos, miedos e ilusiones…

Porque con las lenguas, ortográficamente correctas, va todo un mundo de ideas, sentimientos, tradiciones, historia… cultura, en una palabra. El español actual, lengua de gran extensión geográfica, que mantiene la unidad sistemática –gracias a la ortografía– en la infinita variación de sus realizaciones, llega al siglo XXI fortalecida en la convivencia fecunda desde las Glosas Riojanas.

La importancia de la ortografía

Ahora bien, las palabras actuales adquieren significados y matices variables con lo que dan así origen a las tan frecuentes equivocaciones: el parapeto lo pone el escudo siempre protector de una ortografía garante de su sentido auténtico. La ortografía, pues, asegura una claridad de pensamiento, es decir, la estructura de una efectiva comunicación.

Hoy es muy frecuente sentirse obligado a responder a preguntas relativas a la ortografía: “¿Cuánto cuentan las faltas?” “¿Esto para qué sirve?” Son inquietudes  que plantean algunas personas próximas con las que charlamos y estudiantes poco proclives a la lengua, a la literatura, e incluso a la cultura.

Escribir con corrección asegura una claridad de ideas necesaria para cualquier acto comunicativo. Más allá de los avances técnicos que internet nos proporciona para no cometer errores ortográficos, la ortografía facilita la preservación unitaria de una lengua a cuya evolución han contribuido millones de hablantes y que debemos dominar.

Un mensaje sin faltas de ortografía ayuda al receptor a comprender su contenido y a evitar ambigüedades y distorsiones, y de ahí una mala interpretación de las intenciones escritas. La ortografía supone nuestra tarjeta de presentación al otro sea quien sea.

Fichas de scrabble
Dice mucho de nosotros, más allá del ámbito académico o profesional; no importa si nuestra área poco o nada tiene que ver con lo que se denomina “letras” frente a números o ciencias. El ser humano es sociable y, como tal, necesita relacionarse en sociedad. Por eso debemos prevenir los deslices ortográficos, reflexionar antes de expresarnos de forma escrita, tomar conciencia de nuestro pensamiento y hacerlo llegar “limpio” a los demás, sin ruido ni confusiones.

Por eso, cuidemos la ortografía. Leamos y escribamos. Leer, siempre leer. Para vivir.

Publicado en "The Conversation" en enero de 2021.

viernes, 11 de abril de 2025

“Todo recto, no tiene pérdida”

 

Todo recto


Algunas trampas del idioma


Igual que un iceberg, solo emitimos en muchas de nuestras expresiones la punta. De la gran masa de hielo flotante desgajada de un glaciar, únicamente sobresale una parte, mínima. Justo lo que vemos, o sea, lo que se escucha si tratamos de comunicación; así que hay mucho, sin duda, debajo de nuestros mensajes, que permanece sumergido, sobreentendido o adivinado por el receptor con más o menos acierto, con más o menos suerte.

“Todo recto, no tiene pérdida”. ¿Cuántas veces hemos oído esta indicación? y ¿cuántas veces nosotros la hemos dirigido a alguien despistado o desconocedor de la dirección por la que se nos pregunta?

Mis estudiantes extranjeros se interesan por qué gritamos los españoles al responder por la ubicación de una calle, un museo, un bar…al que ellos quieren llegar y no saben cómo hacerlo. Pues bien: como todo lo conocido resulta fácil, ya nos encargamos de insistir en lo “recto” del sitio y lo sencillo de acceder a él. Ante la sorpresa de “no tiene pérdida”, el guiri muy educado y aplicando las rutinas de conversación aprendidas en su nivel A1 de principiante, insiste: “no comprendo, me gustaría, por favor…” y ahí es donde ponen a prueba nuestra paciencia, la simpatía y amabilidad que caracterizan al español.

No solo repetimos una y otra vez la misma respuesta: no hemos cambiado ni una palabra, ni hemos buscado un sinónimo, ni hemos contemplado otra forma de enunciarla; no. Gritamos mirando en dirección al sitio demandado: “¡¡todo recto!!”,…no somos conscientes de que al añadir “no tiene pérdida”, la mente del extranjero lo asocia a otros elementos contextuales (¿perder? ¿yo? ¿femenino?... en un rápido repaso de la lección sobre pronombres y género gramatical)…y seguimos a voz herida, señalando con la cabeza, al borde del dislocamiento del cuello y con el brazo en movimiento, “modo pilates”, cual barrera de aparcamiento para arriba y para abajo, extendido y con energía. Mientras, pensamos: “pero, ¿cómo puede ser que no lo vea?” No que no nos entienda: el torpe es él, el otro; ¿cómo puede ser? -seguimos con el runrún y el movimiento corporal a la vez-que no vea el sitio?”

Impulsamos la señalización a puro decibelio, intentando disimular su incapacidad. Sé de más de un caso en que han desistido del intento de la explicación y han acompañado al “preguntón” al sitio de marras, o incluso cogiéndoles del brazo les han girado el cuerpo poniéndolos en ruta: “¡my space, please!”, se habrá alarmado el extranjero en tiempos libres de pandemia; claro que ahora tal “amabilidad” de acercamiento físico sería impensable; entre el ruido callejero y la mascarilla, se impone el grito.


Entre lo que pensamos y lo que expresamos hay un trayecto enredoso en el que no siempre vamos de la mano. Por eso, “todo recto, no tiene pérdida”

“Todo recto, no tiene pérdida”… como te digan eso en plena vía de circulación, en la carretera, tú en el coche y con la ventanilla bajada, (ya hemos “desenchufado” el GPS porque una vez llegado al sitio, solo necesitamos encontrar el apartamento y nos las prometemos muy felices, hartos de escuchar la atiplada voz de la Siri, Aura, Alexa o Leia de turno), date por perdido, realmente, perdido. “Recto”, vale, y te encuentras con rotondas (¿recto?): “¡a ver!, paso por encima, piso el parterre, salto la fuente o ¿qué?”. Y las curvas…pues vaya forma de indicar la rectitud llena de tramos torcidos.

¡Todo lo que nos ha camuflado el iceberg comunicativo!: dada la prisa y la urgencia de la pregunta, nos aprestamos muy solícitos a dar puntual respuesta al requerimiento ajeno sin tener en cuenta que expresamos lo mínimo, casi con abreviaturas y monosílabos, y el resto lo dejamos a la interpretación del otro. Son las atrampas del idioma.

Recuerdo en una ocasión, caminando por Manhattan para llegar a Macy’s, paré a un transeúnte que podía ser de cualquier sitio menos de la ciudad, es lo que pasa con el crisol neoyorkino, pero tuve suerte y tras preguntarle cómo ir a esos grandes almacenes, empezó su relato… a la tercera indicación, mi nivel de inglés se colapsó y mi interés decayó y se escurrió por las alcantarillas humeantes; en mi mente bailaba un galimatías de números, “streets”, “corners”, “blocks”, y yo traducía pasos, cuadras, esquinas…cabeceando y pensando que lo entendía, pero sin retener tal manual de instrucciones. Esperé y aguanté el tirón gélido de aquella mañana de diciembre de compras prenavideñas y me despedí: “thanks a lot and have a nice day”, que yo ya si eso… seguiré andando o pillaré un taxi. Son las trampas del idioma y los usos culturales.

Eso me pasa por preguntar…y no acordarme de Wittgenstein (1889-1951) y su máxima que hace referencia a que en caso de no poder hablar (aquí aplica preguntar), mejor callar; no tengo tan claro de que “preguntando se llega a Roma”, pues lo mismo nos encontramos girando completamente el globo terráqueo como Willy Fog.

No obstante, mayor perplejidad produce la respuesta: “no soy de aquí” ante la pregunta “¿sabe dónde está la calle X?” Y a mí, “¿qué más me da su origen? Tampoco yo soy de aquí y no se lo digo, por eso lo pregunto”. Una pura paradoja, un efecto contrastivo del idioma y una falta de comunicación absoluta. ¿Será que el cerebro nos la juega?, ¿que nos han programado para contestar lo mismo según el enunciado interrogativo pegue que no pegue? Lo propio del ser humano en estas situaciones, ¿es la incoherencia, la desconexión, el salir del paso?

“¿Me da fuego?” “No fumo”. Otra vez la cara de pasmo. A saber para qué y por qué uno pide fuego…bueno, eso sería rizar el rizo. Solo nos ha pedido el mechero en su pregunta metonímica, o eso espero, porque si no…lo vemos con el piti en la boca y esa imagen ayuda a dilucidar que quiere o cerillas (¡qué antigualla!) o encendedor (¡qué poco se fuma en nuestro país!; sí, lo afirmo y no por la covid ni el engorro de la mascarilla, lo constato en relación a otros países vecinos nuestros que parece que ya vengan con el cigarrillo incrustado de serie). De nuevo, el idioma trampeando. Nos traiciona al distorsionar nuestra comunicación con el otro, con los otros. La importancia de un correcto y exacto mensaje en cada uno de los contextos determinados (a vueltas con el significante y significado de Saussure, 1857-1913) para evitar dificultades y conflictos en la interacción social. Deseamos facilitar la comunicación de una manera útil y sencilla. Pero algo que en apariencia se ofrece natural y llano, resulta que es más complicado de lo que a primera vista pudiéramos imaginar.

Y con Noah Chomsky (1928-) hemos topado, y con su Gramática Generativa y el funcionamiento del lenguaje y las estructuras profunda y superficial en los diferentes idiomas. Ahí radica la punta del iceberg, en lo que se ve, lo que se emite, lo que se oye, lo que decimos: en definitiva, la expresión que emerge frente a la que subyace en la profundidad de nuestra mente, como el ochenta y nueve por ciento de masa helada bajo el agua. De lo hundido a lo flotante se produce una gran cantidad de transformaciones lingüísticas, algunas tan rápidas que parecen inconscientes: supresiones y elipsis, alteración sintáctica, simplificación léxica…operaciones ampliamente estudiadas por la neurociencia y la psicolingüística.

Suponemos mucho de nuestro receptor. Eso es lo que nos ocurre de manera muy habitual. Esperamos del otro que rellene, que cumplimente como en un documento oficial todos los elementos que nosotros no le transmitimos pero que los presentimos, y a veces, la comunicación se convierte en un acertijo. En una adivinanza de difícil solución.

Entre lo que pensamos y lo que expresamos hay un trayecto enredoso en el que no siempre vamos de la mano. Por eso, “todo recto, no tiene pérdida”.

(Publicado en febrero de 2021 en El Obrero)

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viernes, 21 de marzo de 2025

Nunca borrar

 UNA TÉCNICA DE ESCRITURA PARA EVITAR EL OLVIDO

Una técnica de escritura: Escribir, escribir siempre y nunca borrar


Cuántas veces preguntan a los escritores más o menos exitosos cómo escriben, es decir, dónde han aprendido a escribir, la técnica que utilizan, cómo organizan los personajes, o seleccionan los contenidos, en qué se basan, cuáles son sus fuentes de inspiración.

¡¡Y cuántas sorpresas de muchos colores nos deparan sus respuestas!!

Un buen puñado de firmas famosas suelen contestar que a escribir se aprende escribiendo y que ellos lo han hecho desde muy temprana edad, y por supuesto, leyendo. Y escuchando historias a los abuelos, a algún tío que volvía de ultramar y contaba sus viajes de intrépido marino.

Yo creo que para escribir hay que fijarse mucho, y mirar mucho también: con los ojos de la cara y de la inteligencia, y observar. Ojos de búho atento. Siempre con la antena conectada.

Mirar y no dejar de mirar. De la mirada a la imaginación y a la fantasía. Inventar vidas, conversaciones, crearlas y recrearlas a nuestro gusto y manera. En la marquesina del bus esperando el trasporte público o la ruta escolar, en el súper o en el parque, en los teatros y en las calles…con mascarilla y con la distancia social reglamentaria, ¡¡pasan tantas cosas!! Y todos los días, solo hay que estar “ojo avizor”. Y a escribir…

Pero la memoria es frágil.

La mayoría de los escritores coincide en el truco y la estrategia de apuntar, y apuntar de todo. No sé si a la manera de nuestros antiguos apuntes académicos, o sí, tal vez ayude… ahora no tanto porque casi todo va en ordenador… esos folios de notas tomadas en clase a toda velocidad, llenos de símbolos y abreviaturas que solo el dueño era capaz de entender, han sido sustituidas por los audios y el tecleteo.

Escribir listas de cosas por hacer, cosas que comprar, cosas que recordar, muchas cosas…me estoy repitiendo, lo sé: pero ocurre que en parte la técnica de la escritura consiste en eso: en repetir. Borrar, NUNCA, en mayúsculas. Trazar esquemas, flechas, guiones y comillas, todo un diseño de simples bocetos que van a cobrar vida con el tiempo, a corto, medio o largo plazo.

Y no cejar en el empeño como muchos dicen hoy en día. Continuar…


Escribir es una labor de artesano, de soplar poco a poco el cristal o moldear con tesón el barro.

Papeles y papelitos metidos en tantos  sitios  luego olvidados y vuelta a escribir.

Y todo vale. Yo defiendo que cuando nos viene una idea no conviene dejarla escapar.

Una idea, un pensamiento, una opinión, un argumento o una emoción. Y plasmarla: cuanto antes, mejor.

Recuerdo nuestras redacciones: “La primavera”, “¿Qué vas a hacer durante el verano?”, “Describe el fin de semana”… Lo de siempre, y nos parecía monótono y aburrido. No, en absoluto.

Ahora nos devanamos la sesera en lograr pura originalidad, llegamos al estrambote y a la psicodelia. Y yo entono el mea culpa, claro que sí.

Conviene escribir para no olvidar: las historias que escuchamos o las vivencias propias; para realizar un ejercicio de memoria tan devastada por ciertas moderneces educativas.

Y una vez ya con ganas y tiempo para escribir, avanzar unas líneas más: añadir recuerdos, imágenes y sentimientos; llenar el prosaísmo de la cotidianeidad de algo nuevo, o dejar la realidad tal cual la vemos o nos la plantean.

Reposar. Dejar que descanse el escrito. Nunca revisar inmediatamente lo que acabamos de expresar. Los ojos y el cerebro, somos conscientes de que para escribir empleamos algo más que los apéndices digitales, no dan más de sí. Que se echen una siesta un rato.

Y luego, después de pasear al perro, o ver una serie, o preparar la cena…retomamos lo que ya forma parte de nuestra historia. Verba volant…y ahora es cuando acecha la tentación: con pálpito releemos, y la temible tecla “delete” nos espera sonriendo para que la pulsemos. NO: Borrar, nunca.

Si lo hacemos una vez, entramos en bucle y no dejamos de escribir y borrar, escribir y borrar, encadenando eslabones de un cordón interminable.

Propongo una lectura tranquila sin ánimo justiciero: y a partir de entonces, modificar, añadir, cortar, aumentar a modo de patchwork.

Ya tenemos la segunda versión. Deberíamos buscar a un “sufridor” como en antiguos concursos para que nos escuche lo que acabamos de reescribir: a poder ser alguien que nos aprecie pero que no sienta amor desmedido por nosotros.

Tendremos de esta manera dos puntos de vista: el ajeno y el propio. Nosotros mismos nos vamos a escuchar y parece que estamos en otra sintonía. Nada más lejos que sentir de nuevo la dichosa tentación de borrar.

Después de este ejercicio oral y del esfuerzo que hemos realizado, un nuevo descanso.

Sí. Escribir es una labor de artesano, de soplar poco a poco el cristal o moldear con tesón el barro. De nuevo, ante ese primer y retocado intento de escritura, leemos y damos los últimos toques.Ya tenemos unas líneas definitivas para entregar.

Borrar, nunca.

(Publicado en 2021 en El Obrero)

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martes, 28 de enero de 2025

¿Qué hacemos con las palabras?

 

palabras

Palabras y más palabras: la palabra proferida, la silenciada, la palabra traducida y la interpretada. Esa palabra que nos ahoga…
Escuchamos palabras, muchas. 
La palabra fija realidades, tiende puentes y quiebra barreras. 
Hablamos y lo hacemos desde nuestras entretelas; creamos redes verbales llenas de sentimientos, afectos y desencuentros. La palabra pronunciada a voz herida, la que se escapa a puro grito y la que clama reflexión.

Contamos sentires y expresamos quereres; la palabra que entendemos y la que nunca llegaremos a comprender.

El abismo entre la comunicación o la ignorancia. Somos seres sociales y necesitamos establecer canales: el lingüístico, imprescindible, y el cultural, sin lugar a dudas. Ahí tenemos el binomio abierto por el que se escapan ideas, prejuicios, deseos, pensamientos, ilusiones y vida.

El ser humano posee la capacidad de desarrollar estas coordenadas con el fin de aproximar al otro, y así facilitar la sonrisa facial, reflejo del entendimiento mutuo.
En alguna ocasión he hablado del papel mediador que cumplen traductores e intérpretes. De su relevancia en la actualidad; resulta necesario traducir e interpretar textos, informes, discursos, acuerdos y resoluciones, mensajes privados y consensos colectivos.

Mucho se nombra el cliché de la “torre de Babel” y la imaginación febril de quien suscribe estas líneas se desboca provocando fotogramas caotizados en un batiburrillo de márgenes sin definir, un totum revolutum cuya confusión solo conduce al marasmo.

Si ya Alfonso X en sus famosas Partidas animaba al estudio y al trabajo conjunto entre discípulos y maestros, o Cervantes instaba a la impresión de libros en su obra canónica, si el Padre Benito Feijóo se esforzaba denodadamente por desterrar supercherías o José Cadalso describía viajes y costumbres, sería porque ellos entre otros muchos algo sabían de tradiciones, cultura e idiomas…cada uno en su género, desde su esquina literaria: leyes, teatro, novelas o cartas.
Fueron algunos de los pioneros que anhelaban la luz en ese galimatías que provoca el fruncimiento de quien ignora los entresijos de mensajes imposibles de descifrar.


Por eso, hemos de pensar en una lengua con palabras; dicha afirmación no debe considerarse perogrullada. Traducir e interpretar consiste en emplear la palabra como portadora de la idea: única llave para abrir y explicar conceptos, para visualizar obras y acciones, para testificar a los demás lo material y lo espiritual. Quevedo, Montaigne, Unamuno…versaron y fabularon con palabras plenas de verdad, crearon mundos propios de la naturaleza humana convencidos de que el hombre lo es por la palabra, auténtico y genuino instrumento para mostrar nuestra propia forma de percibir el mundo, por lo tanto, el reflejo cultural de una sociedad en un momento determinado.

París acoge una institución, en la que he impartido varias conferencias hace unos días: el antiguamente llamado Institut Supérieure d’Interprétation et de Traduction (ISIT), que hoy recibe el nombre de Institut de Management et de Communication Interculturels.

Muy interesante si analizamos la nomenclatura actual según lo que venimos contando.

Creo que no es muy arriesgado afirmar que la palabra es mitad de quien habla y mitad de quien la escucha: “et voilà”: traducir e interpretar consiste en transmitir, avanzar en el conocimiento del otro y de su contexto, es decir, descubrir sus particularidades e ir más allá de la “aldea”, para evitar el etnocentrismo y provocar sinergias, movimientos continuos entre emisor y receptor, llegar a los demás en su más amplio sentido.

Para la interpretación se precisa un nutrido bagaje cultural, una buena dosis de intuición, de creatividad, incluso ciertas dotes de improvisación en tiempos de globalidad, una época de ausencia de fronteras idiomáticas en que traducir e interpretar favorece el vínculo entre diferentes modelos de sociedades, que se manifiestan por medio de su lengua; la misma expresión “cultura velada” (hidden culture) refleja la imposibilidad de transmitir una lengua sin hacer continua referencia a la cultura de sus hablantes.

La palabra que une, siempre, la palabra serena que conduce a la paz.

Ojalá que estas palabras no se las lleve el viento y permanezcan en nuestra memoria y sobre todo… en el corazón.

sábado, 21 de diciembre de 2024

La palabra y la ortografía navideña...

ortografía en las palabras navideñas

Muy pronto las fiestas navideñas. Sí, con minúscula ese calificativo especificativo. Durante estas fechas predominan esencialmente muchos adjetivos antepuestos, la mayoría puros epítetos enfáticos, que de tan manidos por repetirlos contumazmente, se han desemantizado y configuran un cliché, una expresión soldada sin distinguirse los elementos formantes de la misma; hagamos la prueba pronunciando: “feliznochebuena”, “feliznavidad”, "felizaño"…ahí van, emitidas sin pausa, del tirón, una sola palabra: así las recoge nuestro pabellón auditivo y las registra nuestro cerebelo: un gran almacén léxico.

A vueltas con la ortografía, la Academia nos recuerda algo sobre la escritura en estos días tan propicios para comunicarnos con mensajes llenos de buenos deseos e ilusión.
“Nochebuena” y “Nochevieja” -ambas en una sola palabra-, “Navidad”, “Navidades” “Año Nuevo” y “Reyes” lucen con mayúscula inicial por tratarse de nombres propios de festividades según la RAE y la Fundéu. Ahora bien, si Navidades y Navidad van referidas al periodo de tiempo o lapso, se admite también su escritura con minúscula: “en las próximas navidades habrá muchos desplazamientos”, por ejemplo.
Enviamos y recibimos misivas festivas de salutación a rebosar de términos como: felizprósperoamor, pazfelicidad, que en la mayoría de las ocasiones aparecen con letra capital: “El rector deseó una Feliz Navidad a la comunidad universitaria” y sobra la mayúscula en el adjetivo que debe figurar así “feliz”; de la misma manera deberemos atender a la felicitación del año venidero siguiendo la pauta: “feliz Navidad y próspero año nuevo”.
Veremos cuántos de nosotros tenemos reaños para admitirlo y enviar el deseo en letra capitidisminuida, porque las próximas jornadas, asistimos a un desparrame de sirope y almíbar, todo un discurso social empalagoso de dicha y fortuna, propia y ajena y por supuesto, las palabras se hacen eco del sentir humano como bombillas navideñas.

(Publicado en diciembre-2021 en Arco Europeo)