Cuando uno planea las vacaciones estivales con tiempo, imagina cómo serán esos días, pongamos, del viaje que deseamos hacer: desde los billetes en avión, por ejemplo, hasta el alojamiento, adquirir las entradas de los sitios de interés, seleccionar restaurantes y trazar itinerarios (nada que ver, por cierto, con el cortazariano). En cualquier caso, hay que garantizarse que merece la pena el esfuerzo, el tiempo, las energías, el pecunio y, sobre todo, dejar rastro de tamaña aventura a la vuelta; y a voz herida, gritar a los cuatro vientos: “genial, nos lo hemos pasado muy bien, qué bonito, increíble, ha estado súper…” (que el lector ponga todas las exclamaciones que quiera). Suma y sigue. Como a alguien se le ocurra plantear el más mínimo pero, se le mira con recelo y, sin duda, se le califica de gurrumino, refunfuñón, cascarrabias, sociópata…el pack vacacional viene con el bono de optimismo, de positividad…un énfasis excesivo, hipérboles a tutiplén.
Y no, no paso por el aro
de la obligatoriedad de identificar viajes en vacaciones con lo más cool, lo
más in…lo mejor de lo mejor, para impresionar al personal.
No me quiero distraer del
hilo narrativo: resulta muy impopular, de vuelta de un viaje, contar que:
“vaya, bueno, bien sin más, esperaba otra cosa…”
Y, sí: reivindico la
valentía del pero y del aunque individual y colectivo.
A mí Londres me ha
parecido, en esta última visita, muy tensionado, atractivo, inspirador, pero yo
he colapsado: en la National grupos de estudiantes italianos
bulliciosos, no, gritones…en el British Museum todo el continente
asiático dueño de salas aglomeradas, desordenadas…vestigios históricos apilados
como en el desván de la abuela; en el Puente, ni hueco para la selfi de
marras, el Big Ben, atropelladísimo.

Sigo Oxford Street, Piccadilly, Trafalgar Square, el London Eye, la Waterstones, Buckingham…
Solo disfruté paseando
por las calles de la City, a pesar de las obras y vacías en viernes por la
tarde y por el complejo urbanístico de Barbicam centre.
No me he calzado la boina
“foral” de quien afirma: “como en mi pueblo, nada; como en mi casa, en ningún
otro sitio”.
Y para acabar…Oxford: un
auténtico escenario de cartón piedra. Puro atrezo ¿académico?
Horrible, sin paliativos.
No hay como viajar, para
regresar, obvio. El último día de nuestra estancia foránea cambia la
percepción, y con el horizonte de la vuelta próximo, hacemos recuento final: “¡qué
bien, oye, sí la verdad…!” en voz baja. El paso de los días merma nuestra
capacidad de asombro salvo en los adolescentes (y algún maduro que anda un poco
perdido) que lamentan no ver a ese amor de verano.
Y aquí lo dejo. Solo es
una opinión, personal, claro, la mía propia y vale lo que vale.
A mí no me duelen prendas
ni siento rubor en decir que este viaje… ¡meh!
Insisto: que no estoy
enfadada, solo que no me creo esa máxima de viajar en verano sin uno o más
peros.
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