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sábado, 13 de diciembre de 2025

Thamar y Amnon

Portada del primer Romancero Gitano de Lorca

Basado en el texto del Antiguo Testamento (2-Samuel/13), y en romance tradicional muy difundido, Federico García Lorca cierra su “Romancero Gitano” con este romance “gitano-bíblico”.
Nadie sino él podría conjugar ambas connotaciones en un solo poema. Nadie sino él podría reflejar a la vez lo popular y lo culto -y la fatalidad que recorre todo su romancero- de esta forma cargada de simbolismos en que el poema avanza, volviéndose más y más insoportable cada vez. Deseo, violencia, destrucción.


Thamar y Amnon (fragmentos)

(…)Thamar estaba cantando
desnuda por la terraza.
Alrededor de sus pies,
cinco palomas heladas.
Amnón, delgado y concreto,
en la torre la miraba,
llenas las ingles de espuma
y oscilaciones la barba.
Su desnudo iluminado
se tendía en la terraza,
con un rumor entre dientes
de flecha recién clavada.
Amnón estaba mirando
la luna redonda y baja,
y vio en la luna los pechos
durísimos de su hermana(…)

(…)Thamar, bórrame los ojos
con tu fija madrugada.
Mis hilos de sangre tejen
volantes sobre tu falda.
Déjame tranquila, hermano.
Son tus besos en mi espalda
avispas y vientecillos
en doble enjambre de flautas(…)

(…)Ya la coge del cabello,
ya la camisa le rasga.
Corales tibios dibujan
arroyos en rubio mapa.

¡Oh, qué gritos se sentían
por encima de las casas!
Qué espesura de puñales
y túnicas desgarradas.
Por las escaleras tristes
esclavos suben y bajan.
Émbolos y muslos juegan
bajo las nubes paradas.
Alrededor de Thamar
gritan vírgenes gitanas
y otras recogen las gotas
de su flor martirizada.
Paños blancos enrojecen
en las alcobas cerradas.
Rumores de tibia aurora
pámpanos y peces cambian.

Violador enfurecido,
Amnón huye con su jaca.
Negros le dirigen flechas
en los muros y atalayas.
Y cuando los cuatro cascos
eran cuatro resonancias,
David con unas tijeras cortó
las cuerdas del arpa.

(Lee AQUÍ el poema completo)

martes, 18 de noviembre de 2025

Laberinto endecasílabo

 - M. Regalado


Lsberinto endecasílabo de Sor Juana Inés de la Cruz

Mi gusto por la poesía y por jugar con las palabras, hace que este "laberinto endecasílabo" de Sor Juana Inés de la Cruz me produzca verdadera admiración y verdadera envidia. 

Al margen de análisis sintácticos o consideraciones de teoría literaria -para los que no poseo formación- desde mi ignorancia del tema se me antoja toda una obra de arte y de ingenio.

Tres poemas en uno. O tres versiones en un solo poema. O quizá más, más de tres si el lector se lo propone,

Laberinto endecasílabo

para dar los años la excelentísima señora condesa de Galve al excelentísimo señor conde, su esposo. (Léese tres veces, empezando la lección desde el principio o desde cualesquiera de las dos órdenes de rayas.)


Amante, —caro—, dulce esposo mío,

festivo y —pronto— tus felices años

alegre —canta— sólo mi cariño,

dichoso —porque— puede celebrarlos.

Ofrendas —finas— a tu obsequio sean

amantes —señas— de fino holocausto,

al pecho —rica— mi corazón, joya,

al cuello —dulces— cadenas mis brazos.

Te enlacen —firmes,— pues mi amor no ignora,

ufano —siempre,— que son a tu agrado

voluntad —y ojos— las mejores joyas,

aceptas —solas,— las de mis halagos.

No altivas —sirvan,— no, en demostraciones

de ilustres —fiestas,— de altos aparatos,

lucidas —danzas,— célebres festines,

costosas —galas— de regios saraos.

Las cortas —muestras de— el cariño acepta,

víctimas —puras de— el afecto casto

de mi amor, —puesto— que te ofrezco, esposa

dichosa, —la que,— dueño, te consagro.

Y suple, —porque— si mi obsequio humilde

para ti, —visto,— pareciere acaso,

pido que, —cuerdo,— no aprecies la ofrenda

escasa y —corta,— sino mi cuidado.

Ansioso —quiere— con mi propia vida

fino mi —amor— acrecentar tus años

felices, —y yo— quiero; pero es una,

unida, —sola,— la que anima a entrambos.

Eterno —vive:— vive, y yo en ti viva

eterna, —para que— identificados,

parados —calmen— el amor y el tiempo

suspensos —de que— nos miren milagros.

-Juana Inés Ramírez de Asbaje-

jueves, 16 de octubre de 2025

Libros con efectos secundarios

 (Por M. Regalado)
Presentación de Otro Siglo de Oro


Hay libros que producen “efectos secundarios” incluso antes de leerlos. Desde su misma presentación en sociedad.

Hoy mismo hace un año, en el Ateneo de Madrid, se presentaba uno de ellos: “Otro Siglo de Oro” de Pilar Úcar.

La descripción de su contraportada hacía prácticamente imposible resistirse a su adquisición y a su lectura. Y a fe que no defrauda. O quizá sí, porque al lector se le antojan cortas sus 90 páginas preñadas de una atractiva, culta e ingeniosa literatura:

   

 ¿Podríamos imaginar al conocido Lazarillo recorriendo las orillas del Tormes transformado en Lazarilla? Seguro que la joven no habría aguantado los palos y el hambre que sufrió el pícaro y les habría hecho la peineta a más de uno de esos amos fantoches, hipócritas y machistas.

¿Y si Quevedo (don Francisco) hubiera invitado a don Luis (de Góngora) a fundar juntos, una asociación poética sin ánimo de lucro? Habrían celebrado el éxito, saliendo de copas por los garitos del Madrid de los Austrias, hasta altas horas de la noche y habrían acabado de botellón en Moncloa.

 

La presentación un éxito, público atento, estupendo coloquio final y preguntas a las que la autora fue respondiendo con esa brillante mezcla de inteligencia y humor que sólo Pilar maneja con tanta naturalidad.

Lo admito, yo estaba además con los “efectos secundarios” de la presentación: el inesperado capítulo extra librum del reencuentro con la autora después de tantos años. Y la mutua decisión de que esos lapsos en vacío no volverían a repetirse.

Sí, para mí es un libro especial. Hoy cumple un año.

Mesa con Pilar y resto de intervinientes


miércoles, 8 de octubre de 2025

Mariana Enriquez…

                             estoy muy despistada o quizá no tanto

 


Mariana Enriquez

Para empezar, no (se) acentúa su apellido… aunque lo mismo  la pronunciación no es llana sino aguda: Enriquéz. No termino de verlo, pero no me voy a meter en la identidad de esta escritora que lo mismo redacta sobre casquería literaria: deformaciones humanas, mioma injertado en silicona cerca de la columna de una paciente, que de vestidos criminales cuya dueña abandonó maltratada y toda fémina que se los prueba padece el sufrimiento infligido por su marido; miseria marginal y fantasía rocambolesca, pobres criminales, santos y santeras… too much.

A mí me suena todo este contenido a escritores juveniles dados a la hipérbole, a lo truculento, a lo extremo muy en la línea de los 90. Un déjà vu que no me termina de convencer. Cuentos y más cuentos superlativos que me dejan indiferente.

Pero ya sabemos, que para gustos, los colores y libros hay muchos para todo el público lector.

jueves, 21 de agosto de 2025

Que doscientos cincuenta años no son nada…

Imagen generada con IA

Se cumple la efeméride del nacimiento de Jane Austen. En diciembre, de este año hará 250. La novelista británica que vivió en la época georgiana es motivo de múltiples homenajes en periódicos, exposiciones, reediciones y traducciones.

Todo vale: ser mujer, escribir entre hombres, ídolo de feministas, enhebrar temáticas costumbristas sazonadas con cierta dosis de humor (a la inglesa, diría yo) …

Titulares, congresos, artículos literarios y divulgativos, ponencias y jornadas, itinerarios turísticos, visitas y mucho más.

Encuentro entre la literatura articularia a alguna escritora, osada, parece ser, que asegura no haber acabado nunca ningún libro de Jane. Me atrevo a más: nunca he leído ni una letra de Austen. Y duermo muy tranquila. No siento ni filia ni fobia por ella, por supuesto.

Mi exalumna y, ahora, amiga, María Ramos Salgado, quizá se sorprenda al leer estas líneas: es una gran traductora, y así lo demuestra en La abadía de Northanger, libro que adorna estética e intelectualmente mi despacho universitario.

Imagen generada con IA
Quizá me anime en algún momento a leer a Jane Austen; hoy por hoy no entra entre mis preferencias; sí la he visto filmada en muchas películas y versiones y cuentan con mi agrado, pero hasta ahí.

Me dicen que compone todo un cuadro costumbrista de la época, de la suya, claro, que constituye modelo de mujer y profesional en un ambiente hostil y adverso para el triunfo de una fémina talentosa, que describe, critica, informa, emociona y conmueve…

He leído que va de cursi y de innovadora, de pacata y lenguaraz, de contenida y provocadora: un amplio espectro de extremos sospechosos de gustos personales: cada uno opina según le va en la feria.

Vaya este breve recordatorio para acercarnos, acercarme, a la producción de Jane Austen.

No prometo nada.

miércoles, 20 de agosto de 2025

Hoy hace 204 años...



Hoy, que hace 204 años de su nacimiento, traigo al recuerdo mi artículo sobre Robustiana Armiño en la Revista Todo Literatura. 



Robustiana Armiño y Menéndez nace en Gijón en 1821, de origen acomodado, muy pronto se interesó por el aprendizaje de idiomas y ya a edad muy temprana lo hizo de forma autodidacta, siempre llevada por el afán de conocer nuevas culturas a través de una incesante inclinación lectora. Fue una literata precoz que dio a conocer sus poemas en distintas publicaciones (casi diarias) con gran éxito por parte de sus seguidores en aquellos momentos, ávidos de contenidos imaginativos y exóticos.

lunes, 14 de julio de 2025

El placer de leer sin prisa

 


(Colaboración de M. Regalado)

Debí de ser una niña extraña pues, desde muy pequeña, a menudo soñaba feliz con libros. 
Y, "un libro", respondía yo a mi padre cuando me preguntaba qué quería que me trajera a su vuelta de algún viaje; y tampoco faltaba esa petición en mi carta a los Reyes Magos. 
Y así era mi primera "biblioteca": los cuentos de Editorial Molino "Colección Marujita"  o aquellos otros libros "Oid niños" , "Leedme niñas", etc... de Editorial Hernando, y aquellos tan geniales de Editorial Miñón "Cuentos, Leyendas y Narraciones" y... claro, "tebeos", muchos "tebeos".




En casa terminaron poniéndome horario límite para la lectura, del mismo modo que ahora se aplica a los adolescentes con el tiempo de ocio que dedican a los medios digitales. La verdad es que no me ayudó nada que me detectaran una incipiente miopía que parecía avanzar un poquito en cada revisión y para la que los oftalmólogos de entonces -además de los cristales correctores- recomendaban eso: "no leer o hacerlo sólo con luz natural" y, desde luego, nada de "tebeos" que tienen una letra malísima para la vista.  De modo que,  a veces, en la noche leía a escondidas en mi cuarto...

Así pues, lo reconozco: la lectura es para mí más que un entretenimiento, más que un pasatiempo, más que una afición, más que un placer… a estas alturas creo que la lectura es para mí una necesidad. 

Más allá de esta afirmación y reflexionando sobre ella, caigo en la cuenta de que puedo disfrutar de la lectura por partida doble, por doble vía.

Porque el deseo de leer, al igual que otros deseos que distraen a nuestras almas infelices, es susceptible de análisis”

Virginia Wolf – “Sir Thomas Browne”, 1923

Siguiendo la recomendación de Sir Thomas, analizo mi deseo de leer y me doy cuenta de que no ha sido hasta ahora cuando he reparado en este doble disfrute mío con la lectura:

-      El de la historia que leo, si es de esas que prenden mi interés y hace que me abisme en ella y que me abstraiga y que, olvidada de lo que me rodea, me pase de mi parada de autobús…

-     Y ese otro placer del simple hecho de “ver” la belleza de las formas al expresarse: la oportunidad de cada vocablo, la variedad y calidad de términos, la exactitud (a mí me parece bello) de su sintaxis. Y todo ello de forma amena sin perder seriedad (o puede que sea de forma seria sin perder amenidad)

Me he dado cuenta ahora. Ahora que leo con más frecuencia a Pilar Úcar y, al leerla y sentir esa sensación que describo arriba sobre la belleza de las formas, he recordado que también reparé en ella cuando, hace muchos años, comencé a leer “Orlando” de la citada Virginia Wolf. Claro que, en este caso, pudo ser ella o pudo ser su traductor -Borges- quien me hiciera sentir así.

Pero, para terminar por todo lo alto, no renunciaré a recitar -“re-citar”-  a Virginia:

“He soñado a veces que cuando amanezca el día del juicio, y los grandes conquistadores y abogados y escritores y  gobernantes se acerquen para recibir su recompensa, el todopoderoso, al vernos llegar con nuestros libros bajo el brazo, se volverá hacia Pedro y dirá, no sin envidia:

Míralos; esos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles. Les gustaba leer”.


domingo, 6 de julio de 2025

Reflexión literaria sobre BERNARDA ALBA Y DOÑA ROSA,


confidentes de patio de vecindad


Este texto analiza las similitudes de las figuras de Bernarda Alba y Doña Rosa, explorando sus conflictos, silencios y emociones ocultas.
Aunque fue publicado anteriormente en otra web, esta versión del blog incluye comentarios adicionales y un enfoque ampliado que la convierte en la versión definitiva más completa.

Irene Gutiérrez Caba como Bernarda Alba

Allá en Granada y en Madrid…

Bernarda Alba, esa sesentona lorquiana siempre me ha atraído. Igual que doña Rosa, la dueña del café de Cela. Ambas comparten en su nombre vocales abiertas y parece que van a ser mujeres esplendorosas, llenas de vida como el apellido de la primera, Alba blanca y prístina, al amanecer, o la mujerona que mueve el trasero entre las mesas del establecimiento que regenta en La colmena.

Mucho se ha dicho de ellas, mucho… y todavía inspiran páginas, expresiones y expresionario, interpretaciones, intralecturas e intertextos. La casa de Bernarda Alba de 1936 y La colmena de 1951 son dos obras clásicas, fundacionales, diría yo, con un contenido mollar digno de aquellos tiempos, de esas décadas del siglo XX tan apretadas y tan intensas.

Bernarda es una “tipeja” que cae mal, una matrona malencarada, para algunos epítome de la represión familiar. Bastón de mando en ristre no lo deja ni a sol ni a sombra; lo único que va a haber en esa casa, sombras y lobreguez. Un ambiente lúgubre anticipatorio de la tragedia conocida por casi todos los lectores del autor.

Y doña Rosa con su “leñe y “nos ha merengao” no presenta cara de hacer migas ni de hacer amigos, porque no los tiene. Para muchos, insolente.

Dos vecinas…

María Luisa Ponte como Doña Rosa en La Colmena

Ambas impresionan y coartan a todo aquel que se acerca a ellas. Han de defender su terreno, son mujeres de armas tomar.

No se conocen, pero comparten muchos rasgos en común, penas y miserias, rabia contenida y deseos insatisfechos: dos comadres que sentadas en el patio de viviendas contiguas, podrían sincerarse.

No lo tuvieron fácil ni la una ni la otra más allá del espacio y el tiempo que las separa: unas coordenadas que desde mi punto de vista las aproxima. El contexto sociopolítico de la doblemente viuda no estaba para echar las campanas al vuelo, y después de la muerte de sus dos maridos, es la madre, la encargada de ser como la mujer del César: no solo honrada sino parecerlo y sobre todo con el gineceo doméstico que ha de domeñar: Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela, jóvenes casaderas con ganas de vivir sentimientos y de gritarlos, principalmente. Si una, la mayor y fea, Angustias, ya tenía la vida encarrilada y el futuro solucionado por mor del matrimonio convenido con Pepe el Romano, el resto se debían morder la lengua, las ganas y encubrir la pasión y el deseo. Ya les llegaría el tiempo de maridaje, por ahora, había que guardar luto, ocho años, por el padre muerto y en esa casa no iba a entrar ni resquicio de luz, persianas y ventanas cerradas a cal y canto. A esperar, a coser y…cantar, bueno, a callar.

Lejos de Granada, en Madrid, doña Rosa es la jefa indiscutible de una patulea de clientes a los que desprecia desde sus más íntimas entretelas: que le paguen y que desocupen las mesas para otros comensales (que poco ingieren, la verdad). Pasar el tiempo, las tardes invernales, el tertulieo…está bien si consumen, si no…”¡a la puta calle!” parece rumiar siempre que se aposentan más del tiempo establecido.

En aquella localidad granadina, no dejan de oírse  los cascos del equino, el sonido contra el losado, síntoma de que Pepe se  acerca a la reja de cantaleta con la novia: pero Angustias lo nota distraído, casi ausente,  no osa preguntar, más vale, cremallera y darse un punto en la boca; a mal tiempo, buena cara. A los hombres no se les incomoda, le enseña su madre. Y ella, obediente, ni mú, sin replicar a quien tanto ha vivido.

Representación teatral de La casa de Bernarda Alba

Ese caballo que por las noches asedia afectos y desenfrena la imaginación, se convierte en detonante de la tragedia que se cierne sobre la casa Alba. Más allá de cerrojos y postigos, el amor y la pasión se abren camino: difícil poner puertas al campo (y a la ciudad diremos también).

Habitaciones claustrofóbicas de hermanas celosas donde les hierve la juventud, las ansias de volar, y les escuecen sonidos noctámbulos de conversaciones susurradas; impulso de romper muros y saltar paredes. Pepe y Adela son los modelos del amor omnia vincit, bueno más o menos. Porque si no es para mí, para nadie cual decisión salomónica. Si no puedo gozar de él, mi cuerpo mejor yerto.

En las primaveras, doña Rosa se alegra, dicen los que la observan, atenta a las jóvenes que pasan por su café luciendo brazo descubierto por las temperaturas preveraniegas que se adivinan en la capital: aunque son más bien habladurías pues los habituales saben que es una autónoma de armas tomar y que no cede un ápice el negocio que la sustenta y que la hace baluarte de independencia y empresaria por muy mal dados que vengan los tiempos… y los 50 no estaban para tirar cohetes; aunque ella de buen ver y oronda solo vela por los “amadeos” no es de ochenas ni perra gorda. Lo suyo le cuesta arrastrar sus arrobas frente a la escualidez de los guiñapos que acuden a tomar achicoria doblemente colada.

Dos amigas con vidas trasegadas…

Doña Rosa y Bernarda Alba, de haberse conocido, hubieran sido buenas convesadoras en su patio interior o en la calle, resguardadas de la solanera. Se habrían juntado a esa hora de la siesta a planear bodas y nuevas formas de ampliar el negocio, seguro.

Versión cinematográfica de La colmena

Bernarda Alba, para algunos, resulta una mujer de tal reciedumbre que la han interpretado varones en teatro y ballet con acierto desigual. Parece que no se llevaba una mujer de ordeno y mando, eso era más propio del elemento masculino, pero esa madre enjuta hacía con sus hijas lo único que podía y había visto en su juventud: sujetarlas para que no se desbocaran y perdieran el juicio como la tía de las jóvenes María Josefa…y sobre todo mantener a buen recaudo la  virginidad hasta el momento de matrimoniar.

La acusan de ignorante y de insensible, de personalidad pétrea y carácter inapelable; normal, con la que se le venía encima: ninguna mujer apta para arduos trabajos en el campo solo quedaba esperar y amagar el deseo juvenil de experimentar lo que sentían.

Y creo que lo hacía según marcaban los cánones… muy bien, ni un pero ni una tacha hasta que Pepe irrumpe en los dominios de Adela y la matriarca ve cómo se tambalean los cimientos de esa casa tan honorable.

Armada de escopeta, dispara contra quien perturba el buen nombre, sin atinar. Y ante la creencia de que ha muerto, Adela se suicida: un nuevo rapto mortal femenino después de aquel acaecido en 1499 por Melibea que no se ve con fuerzas para seguir viva si su amor yace en el suelo.

Doña Rosa le acompañaría en el duelo a Bernarda y la consolaría porque seguro que iba a compartir la ingratitud de esas jóvenes que estando a la sopa boba no son conscientes de lo mucho que deben a la figura materna. La dueña del café convertida en una suerte de tía Tula, madre sin parir, madrina rígida de sus clientas y sus empleadas, vela por el cumplimiento de la cuadrícula que marcaban años de tristeza, paz y pan. ¡¡Qué más se podía pedir!!

Bernarda y doña Rosa en el presente…

La colmena de Camilo José Cela

Bernarda y doña Rosa se verían mujeres empoderadas, sin necesidad de un hombre a su lado que las salve o las proteja. Se han curtido a puro golpe vital: apretar mandíbula y seguir, de aquí no se mueve nadie, porque yo lo digo y yo lo valgo.

Sentirían la soledad de unos tiempos ásperos que les han birlado bailar y disfrutar y tontear por la avenida del pueblo, por el paseo del Prado. Ver cómo les guiñaban el ojo, escuchar insinuaciones escandalosas y creerse mujeres.

Resignadas pero con arrestos, mientras hay vida hay esperanza, se levantarían para seguir manteniendo atada su casa y limpio el café.

Con la muerte de Adela, Bernarda hace acopio de una solidez encomiable: nada ha cambiado: la pequeña ha muerto virgen. Doña Rosa, “testiga” de tanto dolor y penar entre los hombres que pululan y llenan su salón, se sacudiría recuerdos y avivaría el ánimo de soledad pero con dinero; algo es algo.

De 1936 a 1951… cuánto dolor, cuánta guerra, cuánta miseria y cuántas vidas.

Féminas sin macho al que deber pleitesía. Lorca conocía muy bien historias de ese cariz, cercanas y oídas a su madre y a sus tías; Cela caminante entomólogo diseccionaba la sociedad madrileña a su gusto y ambos encontraron dos mujeres que se avenían a las circunstancias de cada momento. El prebélico y el de la posguerra. Ambas unidas por la guerra civil que sangró familias y hermanas. De la heredad Alba al café de doña Rosa, las jóvenes habrían postureado con escritores y militares, algún académico o tendero y tendrían amigas de la capital. Difícil para los madrileños revertir el fenómeno del éxodo rural cuando el agro no les daba más que penurias y malvivir.

La luz que se cortaba en los pisos del Madrid de 1951 la apagó Bernarda después del funeral. No había motivo de fiesta. Mejor la oscuridad para esconder la negrura del alma que asolaba los destinos de unos seres humanos, unas mujeres a las que les pesaba la vida como la anatomía opalandosa de doña Rosa.

La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca

Ambas arreglarían el mundo, juntas y mirando al frente. Apoyada la madre en su bastón, y su vecina disfrutando de un buen café vespertino.

Bernarda con un ojo puesto en sus hijas y doña Rosa en su café. Quien tiene tienda que la atienda y así iba España, amagando el futuro, sorteando los baches…en plena supervivencia. ¡Tan duro para mujeres! A resguardo de las tentaciones, día y vida. Ceño fruncido y grito a tiempo; que nadie se desmande: taconazo y cada una a su sitio.

Los dos escritores sabían qué se traían entre manos: de tanto observar, de tanto mirar, plasmaban con o sin filtro, como el tabaco cuyas volutas consolaba los malos días, el devenir de una España tan auténtica como genuina y con sus heroínas conseguían el juego de espejos de la ficción, de hacernos creer que a pesar de reconocer la realidad más real, solo era literatura, pluma y ejercicio de escribir.

Cela y Lorca crearon mujeres, con las que tuvieron cierto trato, aunque no lo afirmen, que forman parte del universo literario, modelos inefables. Saltan de sus páginas y viven a nuestro lado, nos acompañan y nos bisbisean al oído, por lo bajini, no sea que las escuchen oídos intempestivos. Bernarda y doña Rosa se confiesan y nos advierten, quién sabe si sus conciencias mordientes necesitan el perdón del lector, cierta conmiseración que justifique sus vidas “ficticias” que el demiurgo respectivo imaginó y creó para la posteridad.

Son dos mujeres que se alzan sobre el coro de otras melodías solapadas y a veces silenciadas; les tocó a ellas apechugar con familia propia y ajena. Ser madre y viuda de hijas en edad de merecer por aquellos años 30 debió agostar el cariño soterrado hacia su progenie y para “dirigir” un café con clientela eminentemente masculina a una soltera (¿solterona?) en aquellos años 50, hacía falta reaños.

Dos mujeres y dos épocas, dos Españas tal vez o tan solo dos caras de una misma moneda. Configuran un contexto histórico y social, ideológico y personal que leemos y recreamos con interés y con curiosidad.

Lorca y Cela; Bernarda Alba y doña Rosa…siempre

(Publicado en la revista digital Entreletras, en abril de 2022)


La vida de Bernarda Alba y Doña Rosa nos recuerda que los conflictos internos y los silencios guardan historias que merecen ser escuchadas. Cada interpretación nos permite entender mejor nuestras propias emociones y vínculos.

- Pilar Úcar

jueves, 3 de julio de 2025

De la hormiga a la cigarra:

 todo un animalario ¿ejemplar?

Esos animales tan habladores…

El animalario real y fantástico siempre ha sido un buen material de construcción literaria; sus autores, anónimos o identificados, se esconden detrás de sus bocas para dar rienda suelta a una pluma acerada y pretendidamente sabia; bajo el escudo protector de ese “zoo” insólito destilan opiniones, creencias, críticas y juicios a cascoporro, sin miramientos, límites ni cortapisas: caiga quien caiga, ahí va la lección.

Los escritores y las escritoras de este tipo de género literario vienen a ser el maestro titiritero que mueve los hilos de unas figuritas animadas que danzan al son del demiurgo creador.

No deja de llamar la atención que desde edades párvulas se (nos) inicia en la lectura con estos personajes, muchas veces comparsa, pero, en la mayoría de casos, elevados a rango de protagonistas.

Hace mucho, mucho tiempo, la fauna habla y habla por los codos, son lenguaraces, -algunos, “bocachanclas”, diríamos hoy- dictadores de la verdad, sabios en potencia y en realidad, en la teoría y en la práctica y la gran mayoría pronuncia discursos ciceronianos, dan ejemplo recto de vida recta, en una suerte de voceros que todo lo conocen, sin escatimar tono conminatorio, apuntando con el dedo índice.

Está claro y no conviene perder la perspectiva, por más envolvente que resulte el juego de espejos, que detrás de todo ese “matonismo” intelectual -bajo el charol literario-, es la mano y la mente del humano autor quien se asoma.

Historias de animales, historias de personas…

A don Juan Manuel no le dolieron prendas en amonestar, sermonear, enseñar y divertir, por supuesto, a su público y al venidero con su poliantea El conde Lucanor, donde iban y venían pollinos, león y zorras, búhos y halcón, hormiga y cuervos…en un contubernio desbaratado mezclado con humanos de todo tipo, clase y condición; lo mismo atravesaban caminos “meseteros” que gritaban de plaza en plaza su mercancía.

Y aquella gacela veleidosa y el ciervo lírico correteando y jugando al escondite por la foresta mística de san Juan de la Cruz: fue tan “complicado” salvar las sospechas de la inquisición que por si las moscas, versionó en prosa (casi paladina) tanto Cántico espiritual, no fuera a resultar demasiado terrenal.

Y el “gaterío” que organizó Lope de Vega, dando cita a gatos y gatas de un tejado a otro: vaya fiesta montaron, relamiéndose los bigotes y solazándose con sus ojos felinos al observar todo lo que acontecía en aquel viejo Madrid áureo; resultó un brindis al viento en formato de poema aquella Gatomaquia.

Muy en boga está el fenómeno de los cuentacuentos, tan didácticos, tan ejemplarizantes…El escorpión, el elefante y el cocodrilo se mojan y no se salvan siempre, atraviesan ríos y se agazapan en la selva, y con su prosa pastelera de narradores orales africanos se ríen a carcajadas de otros mundos de otros lugares inaccesibles para ellos.

Fábulas de siempre. La moraleja…

Parecería, pues, que la vida de los humanos necesita de unas pautas ¿literarias? y el mensajero más adecuado para consignarlas fueran los animales, animalitos animalacos… (con toda suerte de sufijos connotativos); podría pensarse que el creador no se siente cómodo, dando consejos, es decir, poniéndose por encima de sus iguales desde una actitud de conocimiento experiencial frente a la bisoñez de otros, más ingenuos y menos avezados en cuestiones vitales y necesita de la argucia “animalesca” para que hablen por él.

Por eso sería interesante reflexionar sobre la conveniencia de la lectura de lo que se denomina “consejas”, o sea, cuentos, fábulas o patraña de sabor antiguo, tal y como lo define la RAE.

Una de las principales características, esenciales diría yo, en este tipo de narraciones es la moraleja, o sea, una enseñanza, o un conocimiento para adiestrar, instruir y educar al lector sea iniciado o no en cierta preparación vital.

En muchas ocasiones, dicho “magisterio” adopta un aire de ficción y fantasía, pero sin perder de vista el concepto “moral” referido a costumbres adquiridas y asimiladas por una cultura determinada.

Al hablar de moraleja entramos en un terreno resbaladizo; la línea entre lo que se acaba de definir y el imaginario popular es muy fina, y fácilmente se llega a la conclusión de incurrir con esos relatos en “moralizar”, hecho evitable, sin lugar a dudas.

Pero, ¿qué postura adoptar ante las fábulas de siempre con su moraleja correspondiente?

Me atrevo a apuntar que los tiempos que vivimos no son propicios para “señalar” el camino de ninguno de los lectores, -quizá otros piensen que hoy más que nunca se necesita una batuta orquestal-; y creo que de nuevo hay que reivindicar la multiplicidad de la intralectura, la polisemia que aportan las fábulas y que se deriva de la estructura profunda del contenido literario. Adquiere un valor muy reseñable el intertexto configurador del relato, así como el origen y la cultura del autor, la situación y las circunstancias en que se escriben dichas obras y la recepción que se hace de las mismas.

Un ejemplo concreto que nos gustaría comentar es el de La cigarra y la hormiga de Samaniego.

La cantante y la obrera…

Esopo fue el autor primigenio de La cigarra y la hormiga y posteriormente fue recreada por La Fontaine y Samaniego. En el caso del griego, los personajes son una hormiga y un escarabajo.

Después se sustituye al coleóptero por una cigarra y así nos llega hasta la actualidad: dos “personajas” femeninas en plena contienda por la supervivencia; la sororidad bioteria inexistente entre ellas, claro está, o eso podría parecer dados los distintos finales de la narración, alguno más extremo y contundente: la hormiga le da con la puerta en las narices a la cigarra, y otro más favorable y benefactor para la artista despreocupada al conseguir una pequeña dádiva por parte de la himenóptera.

De manera muy breve, recordamos que la cigarra, con la llegada del invierno, se encuentra -con hambre y frío- desprovista de alimento, y acude a pedirlo prestado a su vecina la hormiga, como si de dos comadres en la corrala se tratara. Ésta, “muy previsora”, hacendosa y ahorradora, que ha hecho sus labores en verano, temiendo no tener suficiente para ambas le niega el préstamo y le recrimina el haber pasado el tiempo haraganeando, cantando y durmiendo en lugar de conseguir acopio de víveres para la estación fría.

Esta sinopsis y lo conocida de la historia, nos invita a pensar en ambas, en las dos protagonistas y en la relación que podían mantener; podemos imaginarlas, una muy digna y la otra pedigüeña, una segura de sí misma, y la otra agotada del artisteo estival, sin provisiones que llevarse al cuerpo: “por tu mala cabeza” quizá se oyera. Hay muchos estudios sobre la anécdota argumental y muchos son los que interpretan a las dos según parámetros y perspectivas distintas. Nos encontramos ante el binomio trabajo/ocio.

Quien trabaja, tendrá un premio, quien descansa … ”que se las componga” y estas reacciones nos llevan al mensaje tan común de “sálvese quien pueda, esto es la guerra”.

Se me ocurre pensar en los escritores que idearon la trama: ¿qué se les pasaría por la cabeza, de quién se estaban vengando, estaban solapando algún desengaño personal? ¿Haciendo terapia o adoctrinando?

El didactismo que aseguran algunos críticos habría que cogerlo con pinzas, es decir, la constancia frente a la despreocupación. ¿Dónde quedan las frases hoy tan cacareadas del tipo: “carpe diem, a vivir que son dos días, día y vida, vive el momento, el futuro no existe, hoy es hoy y mañana, Dios dirá…”?

Si optamos por una posición ecléctica que a todos contente, los más templados invitan, a organizar nuestro tiempo y a prevenirnos sobre los zarpazos que atiza la vida.

Para otros, importa destacar la labor de equipo, la superación de los obstáculos, el bienestar social, la resiliencia y la adaptación…

Me gustaría terminar recordando la escena en la que interviene Santa, personaje representado por Javier Bardem -digno del Oscar- en la película Los lunes al sol (2002) del director Fernando León de Aranoa en la que, haciendo de canguro para un niño de 4 años, antes de dormir le lee la famosa fábula y afirma: “¡¡qué hija de puta, la hormiga!!” pues no le abre la puerta y le recrimina su dejadez. Inmediatamente la reacción de Bardem no se hace esperar y lo que llama la atención no es tanto el enfado reflejado en sus tacos, sino las ganas de preguntar quién ha escrito esa historia: “porque esto no es así, esto no es así; la hormiga esta es una hija de la gran puta y una especuladora; y, además, aquí lo que no dice es por qué unos nacen cigarra y, otros hormiga, porque si naces cigarra estás jodido, y eso aquí no lo pone, a ver…”

Cada uno con su fábula, cada cual con su interpretación de la escritura entre animales que enseñan a los humanos muchos comportamientos. ¿Tendrían éxito algunos de ellos? A los animales, me refiero.

(Publicado en la revista digital Entreletras en diciembre-2023)

martes, 1 de julio de 2025

Festival Vitruvio de Poesía 2024-2025

 


Los amigos de la poesía, y tú si disfrutas con ella, tenemos una cita este viernes cuatro de julio a las 19 horas en el Centro Riojano, en el número 25 de la Calle Serrano.

Ediciones Vitruvio celebra su festival anual de poesía y este año, además, su treinta cumpleaños.

Estaré encantada si te acercas a degustar este acto poético, en el que también yo disfrutaré recitando alguno de los poemas de mi libro "Éramos esto", publicado por Vitruvio en este último año.


viernes, 20 de junio de 2025

Escribir o morir como impulso de supervivencia

 ¿Desmontando un artificio?

Escribir o morir en el intento


Confesiones de alguien que escribe…y no sabe por qué lo hace. ¿Dejar de escribir supone morir en el intento?


Alguien me dijo hace mucho y no deja de repetírmelo: “para ti, escribir es una pulsión”; conviene acudir a la etimología para saber que dicho término, del francés pulsion, proviene del latín pulsio y pulsum, derivados del verbo pulsāre, es decir, pujar, impeler.

Aludir al embrión lingüístico, me llevó a pensar qué pasaría si yo no escribiera: ¿estaría muerta? O quizá viviría de otra manera. Creo que dicha afirmación tan tajante me coloca en una tesitura complicada, porque se deduce que necesito escribir como el aire que respiro. Sí es cierto, y he de confesarlo, que cuando noto cierto nerviosismo en mi cuerpo o cierta agitación mental —igual que el síndrome de las piernas inquietas, imposible tenerlas en estado de reposo—, mis neuronas me mandan a gritos que plasme algo por escrito, como si fuera una suerte de nebulosa amorfa cuya hoja vital en blanco, al rellenarla, se va despejando y así parece que la escritura va desenredando la maraña cerebral que me aqueja en algunos  amaneceres; no sé si esa madeja supone un estado físico a modo de neblina pesada que abruma los primeros instantes del despertar.

Tal vez solo se trata de un mero artificio, una triquiñuela de la esencia humana; pero no seré yo quien zarandee el concepto analítico del vocablo ‘impulso’, —“doctores tiene la santa madre Iglesia”, mutatis mutandis: terapeutas, psicólogos, filólogos, antropólogos… excelentes—; tan solo ocurre que al sobrevolar sus entresijos, descubro que es propio de las personas —humanas, claro está— esa fuente que parte de una excitación interna (un estado de tensión percibida como corporal) y que se dirige a un único fin preciso: suprimir o calmar el estado de “tirantez” y “presión”, como se ha mencionado líneas arriba. Es entonces cuando adquiere sentido la desazón que me aqueja ciertos días al cobrar conciencia de mi respiración y de la luz solar, por muy mortecina que amanezca la jornada. La congoja y esa especie de zozobra han de ser analizadas y desactivadas: ¿a través de la escritura? ¿siempre?

Por lo tanto, si avanzamos por los meandros del silogismo, en el momento en que no se vea cumplida dicha pulsión, la persona que escribe, entra en un estado de letargo o de hibernación, de paroxismo incluso que le lleva irremisiblemente a la desaparición.

Funestos augurios se atisban…

La palabra pulsión posee una enjundia llena de recovecos: para algunos es similar a ‘instinto’, vocablo singular pues somos conscientes de algo ineludible por constatable e interiorizado: el universo que rodea al instinto posee cierta consideración peyorativa, muy próxima a la irreflexión, a lo irracional, ya que es propio de los seres irracionales, de los animales; no nos engañemos: muchos humanos poseen conductas muy próximas a lo instintivo, a lo animal, por eso me planteo en este capítulo qué límites deberíamos atribuir a “pulsión” para acotar y acertar con su contenido auténtico y veraz en relación a la escritura, es decir, en cuanto a escribir para no fenecer.

Resulta conveniente plantear que la salvación o la permanencia en el existir de nuestro caso particular, pende de un hilo: el de actuar como un amanuense, algo más que copista, ¿escribir o morir en el intento? ¿Y si en algún momento decidimos desmontar esa pulsión, cejar en el empeño, abandonarnos a la suerte de otra pulsión y no escribir?

Debemos, pues, parar un momento, reflexionar, escuchar nuestro yo más íntimo y decidir: abandonar el artificio engañoso, el ardid de esa pulsión —la escritura— que nos condiciona y nos mediatiza en nuestra dimensión social, en nuestras relaciones con el otro y los otros; de lo contrario, nuestra madurez y nuestro equilibrio corren serio peligro de hacer aguas y no podemos andar como elefante por cacharrería a lo largo del transitar.

Interesada por mi formación de filóloga en buscar y encontrar sinónimos, para mí la palabra ‘pulsión’ se aproxima a motor, ritmo y actividad (que no hiperactividad) frente al dicho popular, de “tiene horchata en las venas” o “se le pasea el alma por el cuerpo”, ejemplos tan propios de la pasividad y la indolencia, inercia incluso, e inmediatamente acuden otros nuevos términos como palanca, trampolín, salto, lanzadera… toda una familia léxica llena de energía y movimiento, como el agua que fluye o como el viento que sopla en otoño.

Los vocablos ‘fuerza’ y ‘tensión’ propios de la termodinámica y de la astrofísica, por ejemplo, también forman parte de la neurociencia y de la psiquiatría, o de áreas de la filosofía: Kant, sin ir más lejos, contribuyó con sus juicios categóricos llenos de pulsiones. Cuerpo y mente, mente y cuerpo se confabulan en un entramado difícil de disociar.

Mi organismo se mueve con mayor o menor energía porque así se lo manda mi cerebro. En ese juego andamos: el de la vida y la muerte; me muevo para vivir en un camino inexorable que me conduce a la muerte y por eso escribo, quizá para exorcizar a la guadaña que va a segar mi vida.

Pulsión vital que espanta la muerte: escritura ¿salvífica?…

La palabra como lava de volcán

Me malicio que tan solo puntual y coyuntural la actividad “impulsora” e “impulsiva” de escribir. Suscribo plenamente la afirmación de los especialistas al coincidir que la pulsión —a diferencia del instinto— nunca queda satisfecha de forma completa, ni existe un objeto preciso para su satisfacción. Ahí está la respuesta al desasosiego de escribir como pulsión. Cualquiera puede sentir ganas y deseos de escribir, pero si este acto se convierte en obsesión para mantenerse con vida, “apaga y vámonos”.

Estoy convencida de las discusiones y de los debates que suscita un tema tan apasionante como el de la pulsión, por eso, estas páginas pretenden dar pábulo, con cierto ingenio, y mucha dosis de experiencia personal, a la trampa que nos tiende la vida en no pocas ocasiones para seguir existiendo; nos pide y nos exige buscar “un algo” que nos mantenga en actitud atenta y vigilante por si el tren descarrila.

En el fondo, tanta conceptualización anima a continuar pensando como seres racionales que somos. Y a estas alturas, por si alguien todavía no lo ha adivinado, voy a hacer una confesión: mientras escribo, soy feliz; mi congoja amaina y el rumbo vital se ahorma a mis hechuras, no solo por la artimaña de la escritura, sino por el arte de birlibirloque de que alguien pose sus ojos y me lea: así mi permanencia está garantizada. Toda una maniobra de “autoengaño” para desenmascarar a la impostora que se ve impelida a perpetuarse, dígito sobre el teclado y mirada en la pantalla; me corregirán si me equivoco, pero creo que ya Freud apuntó que la pulsión de vida lleva aparejada la autoconservación del individuo, para más adelante modificar esta misma idea, eso también hay que reseñarlo.

Así pues, esta pulsión que provoca el estado definido como “esto o me siento satisfecho”, hemos de entenderla con fecha de caducidad en espera de otra nueva en otro momento o de la misma para impedir la parálisis de la conducta. Ejemplos de escritores famosos y escritoras célebres que corroboran lo que venimos diciendo aparecen sin cesar: Carlos Fuentes a sus ochenta y dos años, aseguró que “si no me muero es porque aún escribo”. Y añade que además la escritura le provoca dudas: “La literatura no está asociada al bien o al mal, sino a la duda y a la imaginación”; el mismo Gabriel García Márquez fue quien llegó a sentenciar en el año 2014: «Cuando no escribo, me muero; y cuando lo hago, también»; muy interesante esta segunda parte a sabiendas de la finitud humana y sin caer en la astucia manipuladora de lo que estamos tratando: escribir para no morir.

La premio Nobel de Literatura Annie Ernaux con sus libros… títulos epítome de pulsiones continuas: ¿se salvó? ¿se sigue salvando? Desde mi punto de vista, nos deja su obra como memoria de lo que ha sido su vida, pero no tengo tan claro que escribir en su caso haya servido de bálsamo curativo, siguiendo los dictados de esa pulsión vivificadora.

Para acabar, podríamos lanzar la inquietante pregunta de qué supone la vida para las personas que no escriben… ¿muerte en vida? ¿dejan de respirar?

Al final, percibo que todavía queda mucho por “pulsar” y sobre todo por desmontar.

Sin duda…escribir.

(Publicado en la revista digital Entreletras - Julio-24)