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conducir perpleja, ocupada y casi preocupada |
Estos días invitan a pensar, bueno algunos humanos piensan y otros seres vegetan.
Salir a la calle y cruzarse con desconocidos, usar el metro y compartir vagón, hacer la compra y esperar en la cola de la caja…y la cabeza empieza a rodar y a darle vueltas a esa frase que escuchamos en la tele, por ejemplo, o que leímos en Facebook, o que alguien avispado y ducho en el lenguaje y sus juegos profirió en una conversación pretendidamente amistosa y relajada.
Es lo que tiene la familiaridad entre amigos, que una puede permitirse cierto aire de “impertinentuca” y no estar prevenida para el zasca que en modo bumerán recibe.
Hace muy poco he escuchado una de esas frases que me ha tenido ocupada y casi preocupada durante mis trayectos en coche por la M40 (y mira que llevo la radio encendida, pero al final es un telón de fondo, un runrún musical que me sirve para evadirme).
Aquella frase consiguió apoderarse de mis dendritas: “en la vida hay que tener principios y no axiomas”. ¡¡Toma ya!!
Así, de buenas a primeras, suena bien, como dicen los comunicadores en los medios de información; a mí me resulta lapidaria, casi grandilocuente, de manual de jurisprudencia, pero lo suficientemente atractiva como para concederle al menos los kilómetros que me separan de la universidad a mi destino doméstico.
Definir axioma tiene que ver con rotundidad y tajancia, algo tan “evidente que no requiere demostración”, obvio, diríamos.
Aquella frase consiguió apoderarse de mis dendritas: “en la vida hay que tener principios y no axiomas”.
Estamos rodeados de axiomas, de evidencias y de obviedades parece ser y ahí seguimos peleando por lo diferente, lo singular, lo peculiar…
Y la dichosa frasecita de marras que hoy ocupa estas líneas seguía así, “objetivos y no planes” aseguraba mi interlocutor. Por lo tanto igualaba o casi, principios a objetivos y planes con axiomas.
Seguía mi trayecto –atascado- por carretera con el acumen casi derretido como la sesera quijotesca…
Quizá el sabio que afirmó ese enunciado estaba pensando en que conviene tener las cosas claras acerca de lo que cada uno cree y quiere.
Puestos a hacer cadeneta como en aquellas clases de costura, vamos tirando del hilo y enjaretando palabra tras palabra que no sabemos muy bien hacia dónde nos conducen; tal vez al puro placer de la conversación y diálogo.
Porque a la frase inicial hemos añadido acciones de creer y querer para intentar explicar el sentido primigenio de los vocablos que han provocado este desvarío simulado.
Parece que eso de tener planes, proyectos e ideas no es buena cosa del todo por si pueden derivar en cuentos de lechera; en cambio, desarrollar objetivos supondría realizar y moverse por un fin y un motivo.
Principios y objetivos que guíen el comportamiento presente y futuro pero sin planes fantasiosos y detallados que solo generan frustración, sin maximalismos bajo el pretexto de autenticidad, continuaba el ejecutor de la frase ponzoñosa…
Y sigo perpleja con este exordio que me causa, cuando menos, duda, y ya veremos si no confusión y desencanto.
Todo el preámbulo anterior puede resultar un buen planteamiento, tan válido como otro cualquiera para repensar nuestros objetivos personales, profesionales, afectivos…y nuestros planes individuales o grupales por ejemplo, de crecimiento humano, ideológico…
Y después de marearme con tal vaivén terminológico como si fuera una noria de feria ambulante, sostengo que los planes son, más que lícitos y posibles, defendibles. Ilusionantes: previenen y anticipan…tener un plan además supone un diseño, un trazado, una línea para seguir o no, y si nos sale curva tuerta, ya la enderezaremos.
Cumplir planes va más allá. El tiempo y las circunstancias quizá se encarguen de derribarlos con solo un soplo como si fuera un esforzado castillo de naipes.
Pero el plan, y si además tiene objetivos, es la receta idónea para el quehacer diario.
(Publicado en EL OBRERO en septiembre de 2021)
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