martes, 11 de febrero de 2025

El tiempo viene, el tiempo va

tempus fugit


Sobre todo, se va, sin remisión, inexorable.

Ya lo cantaba Manrique, ya lo lloraba Quevedo.

¡¡Como para no llevar la cuenta de su fugacidad!!

Me interesan algunas expresiones al respecto: “vivir el presente”, “el futuro no existe”, “perder el tiempo”, “malgastar el tiempo” …

Me voy a detener en la PÉRDIDA.

Creo que la magdalena de Proust es un buen ejemplo: mojada en el té evoca recuerdos guardados en la memoria del protagonista a través de su olfato.

Y perdemos tiempo con el pasado, abstraídos con lo que fue y ya no será, por más vívida y lúcida que tengamos la capacidad cerebral para traer y atraer lo pretérito.

Pero es muy legítimo, personal e intransferible la percepción que cada uno tiene del tiempo. Y a ciertas edades, es de lo poco que nos queda: el tiempo. Escueta la temporalidad vital.

el tiempo vuela

Por eso defiendo la idea de “perder” como sinónimo de malgastar los minutos y las horas, los días de cada uno.

Reivindico el extravío no como nostalgia de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, sin añoranzas ni melindres. Abomino del esfuerzo tan actualísimo de un carpe diem estresante: “concéntrate en el aquí y ahora, disfruta del momento, vive como si no hubiera un mañana” … ¡qué trabajera! Acabo agotada de tanta intensidad presentista.

A mis años -y a los de cualquiera- es de justicia, porque yo lo valgo, DECIDIR. Y ahí es donde radica el ser esencial: decidir con quién estar, dónde, cuánto, cuándo y cómo. Decidir a quién se dedica el cómputo del tiempo; yo me pienso dueña y señora de ese acto volitivo y libérrimo. Y si quiero perderlo, me asiste mi derecho.

En mi tiempo mando yo, pero aquí entra en conflicto la dimensión social del ser humano. Existen ciertas obligaciones y ciertos compromisos que implican alguna responsabilidad temporal, difíciles de evitar.

Ahora bien, si yo cedo mi tiempo a algunas de esas circunstancias ajenas, lo mínimo que exijo es correspondencia: que no me aturullen con insensateces, que no ocupen mi concesión con nimiedades, que agradezcan esa largueza mía personal, porque, en definitiva, es mi tiempo, y yo sí lo puedo perder, pero no consiento que los demás decidan cómo malgastarlo.
el tiempo es oro / mi tiempo es oro

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