Hoy hemos caminado por pasajes que agrupaban patios de vecindad llenos de pequeños negocios familiares de estampación, chocolaterías centenarias, libros de viejo y juguetes antiguos, entre portales que suben a viviendas sin ascensor.
Laberintos angostos, y por encima de nuestras cabezas buhardillas enmarcadas en mansardas que perfilan el cielo gris plomizo de un París gélido. Es noviembre.
Cultura surrealista en el Pompidou: brillante la exposición.
Buena comida y compras por la tarde.
Al anochecer de la capital, en la ópera de La Bastille, La flauta mágica en un horror escenográfico. Aplaude el paisanaje que asiste al espectáculo: mucho esnob ataviado con ropajes imposibles, desgreñados…
Vuelta en el metro al hotel. Bullanga en las calles, cerveza y cigarrillos a tutiplén (no me
sorprende que ardiera la aguja de Notre Dame)
Y mañana, Louvre.
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