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Siempre he compartido y tarareado muchos de los versos musicados del grupo Gabinete Caligari. Y ahora, desde este presente, sigo haciéndolo. Me gustan sus canciones.
Y tienen razón: sí, ese “camino
Soria”, es “cadencioso”.
Disfruto observando la corriente
del río Duero por las márgenes de Almazán; su contemplación resulta preciosa;
creo que Machado se quedó corto con su ya literaria y famosa “curva de
ballesta”.
Desde mi asiento en el autobús
hacia mi destino foral, espero con ganas llegar a la localidad soriana porque
sé que van a aparecer, en medio de la vasta extensión mesetera parques
plácidos, calles antiguas, paseos apacibles, puro sosiego y mucha tranquilidad.
El conductor aminora y se reduce
la velocidad del trayecto: aprovecho para alargar la cabeza y mirar a un lado y
a otro, estirarme todo lo que me permite el espacio y no perderme nada de la
naturaleza que tan bien reconozco, pues soy consciente de la fugacidad del
momento. Permanezco atenta.
Cruzamos despacio y me vienen
imágenes becquerianas, evocaciones de que allí, no muy lejos, surge la leyenda
del “monte de las ánimas”, en los alrededores de la capital.
Emociones de recuerdos
pretéritos, de privaciones y ausencias, melancolía y esperanza, sonrisa
dibujada levemente, tapada por la mascarilla. ¿Cualquier tiempo pasado fue
mejor?
El río y su curso, los árboles
enramados, desnudos o poblados, estacionales, cromáticos: del terroso al
glauco, del amarronado al ceniciento, cetrinos y hasta verdemar, si me apuran,
por el reflejo del sol en una tarde cristalina. Arcos y empedrado, puertas
señoriales y campanario quedo. Descanso, placidez y “gloria”.
Rememoración de tantos años, de
tantas rutas con la manta liada, kilómetros y horas: muchas memorias, algunas…
indelebles en la piel.
Lágrimas silenciosas y minúsculas
de diminutos afectos, hoy adultos con ilusiones renovadas y horizontes
luminosos.
Uno cambia de coche, de medio de
locomoción, pero volvemos a repetir la ruta, ese mismo itinerario porque
paladeamos con regusto lo perdurable e inamovible. Nos domina cierto aire de
pertenencia casi inaprensible. Hidalgos y conventos, muros y arciprestes,
abades y bosques, manzanos y madera.
La carretera nos depara rutinas
desde el inicio del viaje: naves industriales, complejos comerciales,
construcciones empresariales…en cuanto cojamos velocidad, llegará el remanso.
Solo unos minutos que se suceden a veces tediosos y muy largos dormitando, o
despejados en puro pensar.
Modorra vespertina a esas horas
en que el tiempo no ha declinado aún. Lentamente…
Casi me incorporo al atisbar curvas en el “camino Soria”; un sendero que me lleva a las riberas de esa localidad que pronto volveré a ver y que por razones inexplicables, irracionales, inconscientes, me atrae. Y mucho. Almazán.
Una gozada de lectura la de esta contemplación de Castilla a través de la ventana de un autobús.
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