viernes, 25 de julio de 2025

Maravillas de Grecia

Cabo Sunio - Templo de Poseidon - 440 a.C.
Archivo personal

 (Colaboración de M. Regalado)


"Maravillas de Grecia". Así titulaba la agencia de viajes el recorrido que elegimos este año. Y el título era toda una evocación, una promesa de belleza antigua, mítica, casi sagrada que, por una u otra causa, hasta ahora no había tenido oportunidad de visitar.

Ocho días de recorrido por el Peloponeso: Corinto, Olimpia, Epidauro, Micenas… seguir hacia el Valle de Delfos y verlo desde el monte Parnaso, subir a Meteora y Kalambaka… y finalizar en Atenas.

Hay algo en el sol griego que parece distinto: más denso, más antiguo… y lució con fuerza, con mucha fuerza, cada día. Quemaba. No callaban las cigarras -las chicharras- que, según dicen, anuncian días de calor apabullante y noches de sudoroso insomnio.

Aun inmersa en un grupo de veintitantas personas, por momentos te aíslas y sientes algo así como una experiencia extrañamente íntima. El encuentro con esas piedras de significado secular. El asombro, el vértigo…

Valle de Delfos - Archivo personal

Entre ruinas majestuosas que el tiempo no ha conseguido destruir, en Delfos, al abrigo del Monte Parnaso -hogar de las musas-, habría deseado encontrarme con las pitias y hacerle mi consulta, aun a sabiendas de que recibiría el clásico o similar “conócete a ti mismo” o el “nada en demasía” …

Y asombrarte contemplando las Meteoras, riscos altísimos coronados por increíbles monasterios bizantinos que, desde el Siglo XIV, parecen suspendidos entre el cielo y el abismo.

Monasterio bizantino de Varlaam
Archivo personal

Escaleras imposibles -algunas con cinco o seis peldaños de 50 cm- ¿qué monjes, qué colosos conseguían subirlas con tamañas medidas? Hoy las Meteoras son Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1988.

Visitamos dos de los seis monasterios que se conservan; los de menos difícil acceso para nuestra edad ya situada “en modo abuelo”.  Uno de ellos fue el de la imagen. Peldaños normalitos y no de 50 cm., pero fueron 127 los que hubimos de remontar desde el punto en que el autobús no puede continuar ascendiendo. 

No hay palabras suficientes para describir lo que se siente allá arriba entre nubes, entre piedra… sólo silencio, sólo asombro. 

Monasterio bizantino de Varlaam
Archivo personal

Sólo silencio y asombro ante la presencia de los bellísimos íconos bizantinos que cubren cada centímetro de sus interiores. Creo que la sensación fue la de estar en el mismísimo Olimpo, entre las nubes.

Y llegas a Atenas y el contraste se vuelve casi violento. Sí, ahí están para ver, mirar y admirar la Academia, La Biblioteca Nacional, El Museo Arqueológico, la majestuosa Acrópolis en lo alto… pero bajas la vista y la ciudad duele: sucia, caótica, desordenada. Suciedad que se acumula en las esquinas y en los rincones, fachadas en total abandono y desgaste por la dejadez, caos urbano sin lógica, grafittis por doquier… cada detalle hacía sentir sensación de abandono y de “cutrez”.

Atenas no es una ciudad fácil de querer. Pero los acogedores cafés resisten, y las miradas amables, y los gatos durmiendo entre ruinas milenarias. Y el bullicioso, colorido y acogedor ambiente de Plaka, de Monastiraki… pero no ha sido una de esas ciudades que me hacen exclamar: “¡yo aquí tengo que volver!”

Me alegro de haber conocido Atenas, pero no, no es una ciudad a la que yo volvería.

M. Regalado – Junio/2025

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