El Arga, cada vez más ancho y
plano, limpio ahora, turbio en otras ocasiones. Calmo y plácido, discurre por
sus márgenes sin sobresalir de los límites, evitando sobresaltos.
Cuando se desboca, suena a
estruendo, llega hasta las casas próximas, anega huertas y chabisques, y ese
ruido en la noche silenciosa que despierta a los vecinos, y a los animales
domésticos…. Ese ruido atemoriza. Es un rugido que traga y envuelve todo lo que
encuentra a su paso. A mí nunca me ha pillado en una de esas.
El río atraviesa diferentes
poblaciones forales y cambia de aspecto estacional y fluvial.
Para todos los gustos.
Aficionados a la pesca, palistas en piraguas, bañistas estivales…A sus orillas
descubro la nogalera o la chopera, para mí siempre será la arboleda, un término
más genérico sin distingos arbóreos, y sobre todo, muy familiar.
A la sombra, bancos y senderos,
paseos de caminantes dominicales: chubasquero, bolso cruzado, algún bastón
y…¡¡hala!! a echar alguna hora matutina.
Calderetada en honor a la Virgen
de la Asunción en un agosto solanero, fiestas y jolgorio de jóvenes y abuelos,
reposo y bailes, comida y chistes. El Arga lo contempla y sigue su curso…
El verde primaveral y el
marronoso del otoño, el desolado invierno y el florido verano: suma y sigue; la
vida se abre paso más allá del tiempo en una población marcada por un río que a
veces la inunda, la sorprende: agua de susto, catástrofe urbana y vuelta a
empezar.
Ese río recorre el depósito del
agua, lo deja de lado, allá arriba en una colina de cúspide curva, redonda,
nada escarpada, fácil de acceder.
El Arga se tapa los oídos durante
las noches de fuegos artificiales. Siempre desde mi ventana. La carretera
acerca coches que visitan Burlada, centro cultural de jóvenes y maduros;
sociedades gastronómicas, txokos y escuelas. Nuevas plazas, nuevos nombres y
habitantes que llegan de otras latitudes nacionales y extranjeras. Parques,
tiendas que cambian de nombre y de dueños; colegios y escolares, bilingüismo.
Pintadas de otros tiempos y grafiti actuales.
Se oyen las campanas de la
iglesia más próxima; cielo nublado que amenaza lluvia: ¡¡ay, los tejados!!
Cuidado con el río que amenaza con escaparse del redil…Vuelve la tranquilidad
desde mi ventana.
El puente viejo, muy cerca,
permite que transcurra bajo sus ojos poco apuntados y rodeado de una vegetación
matizada; se mezcla tierra fértil con las ramas que flotan, arrastradas por la
corriente. En momentos de sequía cuesta atisbarlo, casi no se aprecia su caudal
y parece que lo ha engullido la tierra, que se ha evaporado, pero ahí sigue,
perenne su cauce, más allá del tiempo.
Me reconcilia su visión, esa
imagen que desde la capital se convierte en idilio y que en su presencia, al
abrir el cristal, me devuelve memorias pretéritas y recuerdos muy de ahora.
Yo he vivido en Burlada, de cara
al Arga al que es difícil darle la espalda…visita obligada y deseada.
Evocador, emotivo, y tan bello y minucioso describiendo que casi puede sentirse el rumor o el bramido (según discurra) del agua, el aroma a vegetal y a lo familiar de la arboleda…
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