domingo, 10 de agosto de 2025

Viajar en verano…Londres, por ejemplo

Es una ventaja viajar fuera de temporada estival: temperatura agradable, evitar aglomeraciones en cada lugar que pretendemos visitar, contemplar tranquilamente y disfrutando de cada cosa que miramos...

Cuando uno planea las vacaciones estivales con tiempo, imagina cómo serán esos días, pongamos, del viaje que deseamos hacer: desde los billetes en avión, por ejemplo, hasta el alojamiento, adquirir las entradas de los sitios de interés, seleccionar restaurantes y trazar itinerarios (nada que ver, por cierto, con el cortazariano).

En cualquier caso, hay que garantizarse que merece la pena el esfuerzo, el tiempo, las energías, el pecunio y, sobre todo, dejar rastro de tamaña aventura a la vuelta; y a voz herida, gritar a los cuatro vientos: “genial, nos lo hemos pasado muy bien, qué bonito, increíble, ha estado súper…” (que el lector ponga todas las exclamaciones que quiera). Suma y sigue. Como a alguien se le ocurra plantear el más mínimo pero, se le mira con recelo y, sin duda, se le califica de gurrumino, refunfuñón, cascarrabias, sociópata…el pack vacacional viene con el bono de optimismo, de positividad…un énfasis excesivo, hipérboles a tutiplén.

Y no, no paso por el aro de la obligatoriedad de identificar viajes en vacaciones con lo más cool, lo más in…lo mejor de lo mejor, para impresionar al personal.

En muchas ocasiones abogo por el sofá, el embrutecimiento televisivo, el “tumbing” doméstico… A ver quién tiene el cuajo de decir al prójimo que se ha quedado en casa durante sus vacaciones y tan ricamente.

No me quiero distraer del hilo narrativo: resulta muy impopular, de vuelta de un viaje, contar que: “vaya, bueno, bien sin más, esperaba otra cosa…”

Y, sí: reivindico la valentía del pero y del aunque individual y colectivo.

A mí Londres me ha parecido, en esta última visita, muy tensionado, atractivo, inspirador, pero yo he colapsado: en la National grupos de estudiantes italianos bulliciosos, no, gritones…en el British Museum todo el continente asiático dueño de salas aglomeradas, desordenadas…vestigios históricos apilados como en el desván de la abuela; en el Puente, ni hueco para la selfi de marras, el Big Ben, atropelladísimo.


Sigo Oxford Street, Piccadilly, Trafalgar Square, el London Eye, la Waterstones, Buckingham…

Solo disfruté paseando por las calles de la City, a pesar de las obras y vacías en viernes por la tarde y por el complejo urbanístico de Barbicam centre.

No me he calzado la boina “foral” de quien afirma: “como en mi pueblo, nada; como en mi casa, en ningún otro sitio”.

Y para acabar…Oxford: un auténtico escenario de cartón piedra. Puro atrezo ¿académico?

Horrible, sin paliativos.

No hay como viajar, para regresar, obvio. El último día de nuestra estancia foránea cambia la percepción, y con el horizonte de la vuelta próximo, hacemos recuento final: “¡qué bien, oye, sí la verdad…!” en voz baja. El paso de los días merma nuestra capacidad de asombro salvo en los adolescentes (y algún maduro que anda un poco perdido) que lamentan no ver a ese amor de verano.

Y aquí lo dejo. Solo es una opinión, personal, claro, la mía propia y vale lo que vale.

A mí no me duelen prendas ni siento rubor en decir que este viaje… ¡meh!

Insisto: que no estoy enfadada, solo que no me creo esa máxima de viajar en verano sin uno o más peros.

(Sobre la autora)

miércoles, 6 de agosto de 2025

Esa jubilación tan deseada y tan… ¿temida?



Foto de Mikael Kristenson en Unsplash

Hoy va de rapto personal y de reflexión íntima en alto, o sea, en leído quiero decir, pero si alguien se anima, lo mismo puede recitarlo y que lo oiga el resto.

Recuerdo los planes de pensiones tan publicitados en los años 80. Nos decían que convenía ahorrar igual que lo hacían los alemanes: ¡qué gran pueblo, tan ejemplar! (modelo para los sureños, repetían) que ellos ya lo hacían desde los 15 años cuando los padres suscribían seguros de vida y de pensiones para sus hijos…

Pues bien, nos repetían, que si nosotros españolitos de pro empezábamos a ahorrar previo pago de nuestras cuotas mensuales, llegaríamos a la edad de jubilarnos con un dinerito para emplearlo en hacer un viaje, un regalo a alguien o darnos un capricho.

Y con esas ínfulas de jubilación dorada nos engañaban como a bobos, sin duda. Estoy más que convencida de toda esa oratoria.

Sí. El pueblo español es un pueblo despilfarrador, que vive de puertas afuera el presente y del futuro que se ocupen otros.

También es cierto que cuando mueren nuestros progenitores, sienta muy bien un remanentito monetario o ese pisito que tanto les costó comprar y que ahora nos viene de perlas (cuánto diminutivo, ¿verdad? Para el siguiente artículo)

Eran otros tiempos, y otros pensares.

Mis hijos me dicen que ellos no van a tener nada que heredar, y es cierto. Nada es nada: cero: ni un piso ni unos ahorros.

Su padre y yo nos hemos “deslomado” (bueno, sentados delante del ordenador) en pagar estudios nacionales e internacionales, una educación de alta calidad, cursos, campamentos, estancias, deportes, actividades extraescolares…que si se suman supondrían toda una urbanización completa.

En una serie de televisión, uno de los personajes decía que quería vivir la vida ahora que estaba jubilada y había conocido al hombre de su vida (no incido en esa memez, que ya he hablado de ello) y quería conocer mundo: otra lerdez. A la edad de jubilarse, o sea, entre los 65 y los 70 años, la carrocería corporal y la mental está “papoco”, casi “escacharrá” y lo que nos espera es un calendario de números grandes donde apuntar las citas médicas porque en la agenda del móvil no atisbamos ni los días ni las horas.

Leo e investigo cómo afrontar los 60, que me cayeron fatal. Achaques, pérdida de memoria, dificultad para recordar nombres de actores, para enunciar frases sin trastabillar, evitar golpes con las esquinas de la mesa, no darme cogotones al salir del coche o no tropezarme con una sandalia plana son el pan de cada día, al menos mi pan.

Imagen creada con IA

Y luego me vienen las casas de seguros para decirme décadas antes que ahorre y así de mayor haré un viaje, por ejemplo…pero, ¿qué viaje?

Me preguntan en la universidad si me quiero jubilar, y antes, sin pensármelo, respondía, rotunda: “¡¡claro que sí, ufff qué ganas!!” y después de pensarlo un poco más, no sé si debería ser así de tajante.

Claro, que es muy impopular decir eso de que a mí me gusta el trabajo -no me divierte- ojo que también hablamos de eso…me tiene ocupa salir de casa, dar unas clases, estar en contacto con mis colegas…;parece que la sociedad nos impele a decir es que sí, que lo estoy deseando que tengo un montón de cosas que hacer, que ya era hora, que me lo merezco…

En todo ello, en la intralectura hay una concepción, aunque sea liviana y tangencial, de obrera machacada por el patrón explotador.

Y todo eso es pura filfa: ni tengo más tiempo para hacer más cosas ni me voy a resarcir ahora de un estajanovismo inexistente.

Tiempo, ¿para qué? Para dormir, para pintar, para hacer deporte…que no, que no me gusta dormir más de lo preciso, mi cuerpo lo sabe y responde muy bien, no me gusta pintar, -solo pinté mandalas mientras estuve con leucemia-, no me gusta el deporte -y eso que no nadaba mal, bailaba zumba y hasta practiqué pilates-.

Imagen creada con IA

Tal y como yo lo veo y sobre todo, me veo yo…para mí es una pesadez ser viejo, estar jubilado, ser una jubileta y eso, que dios mediante me faltan unos tres años o algo más. Pero valgan estas reflexiones para ir preparando mis neuronas y sobre todo para recordarme por escrito lo que pienso ahora, casi a punto de cumplir 63 años. ¡¡Qué vieja y qué viejo veía a mi madre y a mi padre!!


Ya no hay horizonte, ni objetivos, ni mucho que hacer. Solo esperar, quizá una espera activa, pero con poco que demostrar, más bien nada. Dicen que a partir de los 50 la vida ya está hecha. Bueno…con matices.

Y no me da envidia quien empieza a hacer yoga, o senderismo o correr… ¡qué pereza!

Hasta aquí.

(Alguna amiga mía, jubilada ya, tiene toda mi admiración)

sábado, 2 de agosto de 2025

Es el hombre de mi vida...

                                ¡¡vaya martingala!!


Foto de Nathan Dumlao en Unsplash

Cuando alguien, una mujer, son más dadas a ello, atiza esta afirmación con una rotundidad que asusta, se me cuaja el estómago. 

No se le mueve una pestaña y sigue la fémina: “me hace muy feliz” … parece que tanto énfasis busca más su propio convencimiento que el ajeno; no hay que romperse mucho la neurona para pensar en la suerte que ha tenido la interfecta: con la de hombres que hay en el mundo ha dado en la diana, oye. 

Por un efecto de amnesia transitoria, ni se acuerda de los casos (exponencial) de medias naranjas tiradas a la poubelle: divorcios, separaciones, alejamientos…¿todas ellas estaban equivocadas?

Muy localista me parece a mí eso del “hombre de mi vida”; si tuviéramos 7 vidas como los gatos andaríamos persiguiéndolos, a los varones, quiero decir, para dar con él y nos tendríamos que calzar las botas del gato (el del cuento) para ir recorriendo leguas y leguas hasta encontrarlo, al hombre, insisto.

Vamos, que se trata de una de esas frases huecas, retóricas cuyo análisis y exégesis viene muy bien para estas fechas estivales en las que se relaja hasta el cerebelo.

Ilustración creada con IA
Me imagino al gordo sedente con sus lorzas rebotando, tronchado de la risa, al oír una de sus máximas sobre la felicidad; perdón, que Buda garantizaba la felicidad de uno a partir de uno, o sea, de su interior: ¿con tanta masa adiposa se la encontraba él mismo?

O aquellos filósofos “antiguallas” dando la chapa con la felicidad “parriba” y la felicidad “pabajo”; qué cansinos resultan con la salmodia que las redes canturrean para incomodar a sus seguidores.

A lo que voy: eso del hombre y de la mujer “de mi vida” son paparruchas. Una milonga mal bailada; una pura charlotada taurina.

El hombre de mi vida…no existe; la mujer de mi vida…no existe. Ni uno ni otra hacen feliz a nadie. Solo el instante de proclamarlo ya es fugaz; cuando alguien lo profiere seguro que se encuentra o achispado o euforizado porque al regresar a la realidad, se da de bruces  con la ídem…Y si te he visto, no me acuerdo.

martes, 29 de julio de 2025

¿Trabajar y divertirse? No sé yo…

 


A mí me parecen dos términos, perdón, dos actividades casi incompatibles, perdón, excluyentes.

Aplicarse o dedicarse con esfuerzo a la realización de algo es como define la RAE el trabajo, curro, faena, tarea, labor, quehacer…; entretener, recrear, agradar y amenizar alude a la diversión, ocio, también según la Academia de la Lengua.

Relacionado con la diversión encontramos contentar, gozar, regocijarse.
Y las fechas en que escribo este artículo encaja dicha familia léxica como un guante, porque estamos esperando las vacaciones, tiempo de solaz y esparcimiento, se nos cae el boli, perdón, la tecla del ordenador y a otra cosa, mariposa; el gusto que da contestar cuándo “cogemos las vacaciones”…interesante expresión, que no se nos escapen, las prendemos y las agarramos sin soltar ni uno de los días que nos corresponden; mejor que “me dan las vacaciones”; las vacaciones, el ocio y la diversión vienen de la mano personalísima e identitaria de uno mismo: son mías, me las he ganado y a disfrutarlas.

El anterior exordio obedece a la necesaria explicación de que el trabajo no es vacación, ni diversión ni complacencia: aunque suene antiguo (nunca mejor dicho), retumban en nuestros oídos de boomers:  “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3:19) y no nos gusta sudar, ni por la frente ni por ningún costado de nuestro cuerpo.

 Abanicos aparte, escucho en la televisión: “Solo volveré al baloncesto cuando sepa y esté seguro de que me voy a divertir”; mi pasmo se refleja en mi cara y en el mutismo inicial para reaccionar enfurecida: si te dedicas al baloncesto profesional, es decir, por el que percibes un salario, es tu trabajo; dudo que muchos de los profesores y profesoras vayamos a las aulas a divertirnos; más bien, al contrario, las dejamos con la tranquilidad de un descanso merecido, de una diversión que vamos a elegir voluntaria y personalmente, la que sea: leer, escuchar música, ir de senderismo, viajar o tumbarse a la bartola en el sofá de casa.  

Recuerdo una película de hace muchos años: Cómo ser mujer y no morir en el intento (1991) en la que Carmen Maura, protagonista, reivindica su trabajo como periodista a su jefe porque ella trabaja por dinero, como todo el mundo; hay que pagar facturas, abono de transporte, entradas al parque de atracciones, luz y gas, por ejemplo.

Imagen creada con IA

Seguro que hay muchas personas a las que les gusta su trabajo; cuidado, insisto, su trabajo, no hablo de trabajar, que puede coincidir, claro está; pero el trabajo es un útil, una herramienta y un medio de vida no una diversión en sí mismo.

Ocurre que, desde hace unos años, la obsesión del “disfruta con lo que haces, diviértete” supone una carga estresante porque se parte del error primigenio: el trabajo, divierte. ¡No! Y otra gran frase: el trabajo, dignifica ¡No!

Admito que existen situaciones en las que se da la posibilidad de trabajar en lo que a uno le gusta o para lo que se ha preparado…pero no es ni lo común ni lo normal.

La generación Z lo tiene muy claro: anteponen su tiempo frente al de otros, sus jefes. Trabajan en aquello que les procura cubrir sus necesidades, sin falsas lealtades ni diversiones ficticias. Me pagas por mi trabajo, que no es ocio ni diversión. Y punch (sic). ¡¡Cuánto tenemos que aprender los cincuenteros y sesenteros de ellos!!

El trabajo compromete, exige una implicación, hay que cumplir porque se contrae una obligación por contrato sea de carácter deportivo, musical, docente o sanitario…

La diversión, no. Se trata del tiempo libre de una persona, de un cese de actividad laboral.

Que no nos vendan milongas: hay que trabajar para vivir, pero no trabajar para divertirse.


viernes, 25 de julio de 2025

Maravillas de Grecia

Cabo Sunio - Templo de Poseidon - 440 a.C.
Archivo personal

 (Colaboración de M. Regalado)


"Maravillas de Grecia". Así titulaba la agencia de viajes el recorrido que elegimos este año. Y el título era toda una evocación, una promesa de belleza antigua, mítica, casi sagrada que, por una u otra causa, hasta ahora no había tenido oportunidad de visitar.

Ocho días de recorrido por el Peloponeso: Corinto, Olimpia, Epidauro, Micenas… seguir hacia el Valle de Delfos y verlo desde el monte Parnaso, subir a Meteora y Kalambaka… y finalizar en Atenas.

Hay algo en el sol griego que parece distinto: más denso, más antiguo… y lució con fuerza, con mucha fuerza, cada día. Quemaba. No callaban las cigarras -las chicharras- que, según dicen, anuncian días de calor apabullante y noches de sudoroso insomnio.

Aun inmersa en un grupo de veintitantas personas, por momentos te aíslas y sientes algo así como una experiencia extrañamente íntima. El encuentro con esas piedras de significado secular. El asombro, el vértigo…

Valle de Delfos - Archivo personal

Entre ruinas majestuosas que el tiempo no ha conseguido destruir, en Delfos, al abrigo del Monte Parnaso -hogar de las musas-, habría deseado encontrarme con las pitias y hacerle mi consulta, aun a sabiendas de que recibiría el clásico o similar “conócete a ti mismo” o el “nada en demasía” …

Y asombrarte contemplando las Meteoras, riscos altísimos coronados por increíbles monasterios bizantinos que, desde el Siglo XIV, parecen suspendidos entre el cielo y el abismo.

Monasterio bizantino de Varlaam
Archivo personal

Escaleras imposibles -algunas con cinco o seis peldaños de 50 cm- ¿qué monjes, qué colosos conseguían subirlas con tamañas medidas? Hoy las Meteoras son Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1988.

Visitamos dos de los seis monasterios que se conservan; los de menos difícil acceso para nuestra edad ya situada “en modo abuelo”.  Uno de ellos fue el de la imagen. Peldaños normalitos y no de 50 cm., pero fueron 127 los que hubimos de remontar desde el punto en que el autobús no puede continuar ascendiendo. 

No hay palabras suficientes para describir lo que se siente allá arriba entre nubes, entre piedra… sólo silencio, sólo asombro. 

Monasterio bizantino de Varlaam
Archivo personal

Sólo silencio y asombro ante la presencia de los bellísimos íconos bizantinos que cubren cada centímetro de sus interiores. Creo que la sensación fue la de estar en el mismísimo Olimpo, entre las nubes.

Y llegas a Atenas y el contraste se vuelve casi violento. Sí, ahí están para ver, mirar y admirar la Academia, La Biblioteca Nacional, El Museo Arqueológico, la majestuosa Acrópolis en lo alto… pero bajas la vista y la ciudad duele: sucia, caótica, desordenada. Suciedad que se acumula en las esquinas y en los rincones, fachadas en total abandono y desgaste por la dejadez, caos urbano sin lógica, grafittis por doquier… cada detalle hacía sentir sensación de abandono y de “cutrez”.

Atenas no es una ciudad fácil de querer. Pero los acogedores cafés resisten, y las miradas amables, y los gatos durmiendo entre ruinas milenarias. Y el bullicioso, colorido y acogedor ambiente de Plaka, de Monastiraki… pero no ha sido una de esas ciudades que me hacen exclamar: “¡yo aquí tengo que volver!”

Me alegro de haber conocido Atenas, pero no, no es una ciudad a la que yo volvería.

M. Regalado – Junio/2025

martes, 22 de julio de 2025

"Les gratitudes"

  una lectura de verano y de siempre


Madame Michka Seld es la protagonista del libro de Delphine de Vigan (1966-), escritora y guionista francesa. Una anciana que va teniendo problemas de memoria, de pronunciación y de movilidad reside en una institución para personas con ciertas incapacidades físicas y mentales. Ahí conocemos a una joven embarazada, Marie, y al logopeda, Jérôme, auténticos pilares anímicos de su estancia en una residencia comandada por una plantilla de empleados casi autómatas, sin sentimientos ni empatía hacia los residentes.

El triángulo de personajes esconde ciertos secretos que la escritora nos descubre a través de conversaciones, silencios, cartas ocultas: un pasado envuelto en peligros y amenazas nazis, el reencuentro de viejos familiares, la distancia entre un padre y su hijo, el abandono afectivo de una pareja…

Los argumentos, sencillos en apariencia y de fácil lectura, abren poros y heridas, no muy lejanos, personales e íntimos: a flor de piel, casi descarnados, pero con una ternura afable, una cordialidad de amigos, sin acritud; todo con el realismo y la gratitud que da vivir mucho tiempo y no desaparecer en soledad.

A lo largo de las casi 200 páginas, el lector descansa, recuerda, lamenta y sonríe; se inquieta y disfruta. Hay un deseo continuado de seguir compartiendo con Michka sus días, sus horas, sus minutos…

Un placer veraniego para todas las estaciones (climáticas y vitales).

viernes, 18 de julio de 2025

¡Venga, que tú puedes!

La gran batalla de los pacientes de cáncer contra el lenguaje

 


A la palabra cáncer le precede una mala fama, un estigma social tan grande que su sola pronunciación inspira miedo, espanto e incertidumbre.

Somos conscientes de que hablamos para alguien, para el otro y para los otros, pues la comunicación es un conjunto de actos ilocutivos y perlocutivos, por lo tanto debemos cuidar el registro idiomático empleado y la intención con que se emite un mensaje, y más en un contexto como el cáncer.

Así pues, conviene analizar y revisar el código lingüístico entre emisor y receptor. Y con emisor señalamos al personal sanitario, amigos y acompañantes del receptor, paciente de dicha enfermedad.

Nos movemos entre dos extremos: el eufemismo –“Murió de una larga enfermedad”, “Está pachucha”–; la sufijación en diminutivo –“Está malito”–; las metáforas beligerantes –“Eres una campeona”, “Tú puedes con esto y más”–; los imperativos –“¡Ánimo”!, “¡Venga!”, “¡Arriba!”– o las comparaciones –“Esto es una carrera de fondo”, “No va a ser más fuerte que tú”–.

Poner en un compromiso al paciente

Parece que todo se debate en términos competitivos, que los enfermos de cáncer somos atletas en un centro de alto rendimiento. El doctor José Ramón Álamo Moreno, hematólogo del Hospital Clinic de Barcelona, asegura que “ponemos en un compromiso al paciente de tanto repetirle, ‘ánimo, que tú puedes’; y si no pone de su parte o no lo consigue ya no es un buen paciente”.

Nadie supera un cáncer como si fuera un examen universitario, unas oposiciones ministeriales o el nivel C2 de inglés. Y el enfermo de cáncer quiere claridad: no necesita luchar contra ese monstruo gigante que cobra vida y parece que como la hidra mitológica nos va a engullir. El cáncer es una enfermedad que se padece y se cura o no. En ningún caso peleamos contra molinos de viento para lograr una victoria, porque eso supondría la posibilidad de suspender, de fracasar y fallar en el intento.

Nos han educado y acostumbrado desde pequeños a edulcorar, disimular y disfrazar situaciones dolorosas y conflictivas y acudimos al idioma para evitar el reflejo de las mismas. Pero la palabra no debería asustar sino ayudar, facilitar. Gracias a su correcto uso describe realidades, constata situaciones vitales.

El Diccionario de la Academia Española de la Lengua lo deja patente en su segunda acepción: “enfermedad que se caracteriza por la transformación de las células que proliferan de manera anormal e incontrolada”. En la siguiente acepción encontramos el término de “tumor” y luego “proliferación en el seno de un grupo social de situaciones o hechos destructivos”. Acabamos de topar con el quid de la cuestión: “La droga es el cáncer de nuestra sociedad”.

Connotaciones negativas y peyorativas

El término destructivo hace saltar alarmas y dispara toda una colección de connotaciones negativas y peyorativas que rodean a la enfermedad: perjudicial, corrosivo, nocivo, pernicioso… pero, rápidamente, acude una familia léxica en socorro del enfermo, todo un elenco de términos pertenecientes al campo semántico de la contienda: al paciente se le invita, peor, se le exige que gane al modo de una justa medieval, y da igual el número gramatical que se emplee: en singular –“Tú vas a vencer”– o en plural –“No nos vamos a rendir”–.

La doctora Magariños, psiquiatra en el Hospital Universitario Puerta de Hierro de Majadahonda, en Madrid, afirma que “debemos conectar con el sufrimiento, levantarse para la lucha crea angustia; hay que convivir con la situación real”.

Desde el punto de vista gramatical, el sujeto, en este caso el paciente de cáncer, es la persona que realiza la acción expresada por el verbo de donde se deduce que debe ponerlo todo de su parte, entrar en lid contra el diagnóstico funesto y es entonces cuando la maquinaria del modo verbal en imperativo llega atronadora: “¡¡Venga!!”, “¡¡Anímate!!”, “¡¡Vamos!!”. Mejor expresarse en gerundio “estamos preparando”, o utilizar el presente actual o perífrasis incoativas: “vamos a intentar” y locuciones temporales: “poco a poco”…

El cáncer no es un ser animado ni un contrincante hostigador contra el que tenemos que repartir sablazos y mandobles a diestro y siniestro. Hasta los propios especialistas reconocen el temor o la prudencia y prevención a pronunciar este vocablo. Parafraseando al doctor Carlos de Miguel, hematólogo del mismo hospital de Puerta de Hierro, “al paciente hay que hablarle de manera afectuosa, con palabras sencillas y siempre de forma cercana y sincera”.

O quizá es el propio idioma el que carece de recursos lingüísticos y muestra una incapacidad manifiesta a la hora de enfrentarse a este tipo de situaciones. Sabemos que la repetición de un mismo término, como ocurre con el tan insistente “ánimo”, provoca su desemantización, es decir, queda desprovisto de su carga significativa y lo mismo sirve para un roto que para un descosido: deviene en una muletilla o apoyatura meramente conversacional.

¿Debemos desterrar la palabra “compasión”?

Parece que el cáncer conlleva una larga y penosa travesía por el desierto, un choque militar con todos los destrozos que se derivan del mismo “encontronazo”, y ahí es donde los pacientes debemos dar el callo, ser un auténtico ejemplo de coraje y fortaleza para todos.

Sería bueno plantear por qué casi hemos desterrado de nuestro vocabulario actual el sustantivo “compasión”, ese impulso a aliviar dolor o sufrimiento ajeno, deseo de remediarlo y evitarlo. En definitiva, de eso se trata, y, a pesar de las paradojas del lenguaje y de la creencia popular de que algo habrá que decir, tal vez convenga decir menos, exigir menos, batallar menos y estar más.

Resulta más productivo y alentador revisar la etimología del verbo cuidar (cogitare, en latín) y dedicar esmero, entrega de tiempo y afecto a la persona cuidada. Sin guerras. Sin batallas.

(Publicado en The Conversation en junio-2021)

lunes, 14 de julio de 2025

El placer de leer sin prisa

 


(Colaboración de M. Regalado)

Debí de ser una niña extraña pues, desde muy pequeña, a menudo soñaba feliz con libros. 
Y, "un libro", respondía yo a mi padre cuando me preguntaba qué quería que me trajera a su vuelta de algún viaje; y tampoco faltaba esa petición en mi carta a los Reyes Magos. 
Y así era mi primera "biblioteca": los cuentos de Editorial Molino "Colección Marujita"  o aquellos otros libros "Oid niños" , "Leedme niñas", etc... de Editorial Hernando, y aquellos tan geniales de Editorial Miñón "Cuentos, Leyendas y Narraciones" y... claro, "tebeos", muchos "tebeos".




En casa terminaron poniéndome horario límite para la lectura, del mismo modo que ahora se aplica a los adolescentes con el tiempo de ocio que dedican a los medios digitales. La verdad es que no me ayudó nada que me detectaran una incipiente miopía que parecía avanzar un poquito en cada revisión y para la que los oftalmólogos de entonces -además de los cristales correctores- recomendaban eso: "no leer o hacerlo sólo con luz natural" y, desde luego, nada de "tebeos" que tienen una letra malísima para la vista.  De modo que,  a veces, en la noche leía a escondidas en mi cuarto...

Así pues, lo reconozco: la lectura es para mí más que un entretenimiento, más que un pasatiempo, más que una afición, más que un placer… a estas alturas creo que la lectura es para mí una necesidad. 

Más allá de esta afirmación y reflexionando sobre ella, caigo en la cuenta de que puedo disfrutar de la lectura por partida doble, por doble vía.

Porque el deseo de leer, al igual que otros deseos que distraen a nuestras almas infelices, es susceptible de análisis”

Virginia Wolf – “Sir Thomas Browne”, 1923

Siguiendo la recomendación de Sir Thomas, analizo mi deseo de leer y me doy cuenta de que no ha sido hasta ahora cuando he reparado en este doble disfrute mío con la lectura:

-      El de la historia que leo, si es de esas que prenden mi interés y hace que me abisme en ella y que me abstraiga y que, olvidada de lo que me rodea, me pase de mi parada de autobús…

-     Y ese otro placer del simple hecho de “ver” la belleza de las formas al expresarse: la oportunidad de cada vocablo, la variedad y calidad de términos, la exactitud (a mí me parece bello) de su sintaxis. Y todo ello de forma amena sin perder seriedad (o puede que sea de forma seria sin perder amenidad)

Me he dado cuenta ahora. Ahora que leo con más frecuencia a Pilar Úcar y, al leerla y sentir esa sensación que describo arriba sobre la belleza de las formas, he recordado que también reparé en ella cuando, hace muchos años, comencé a leer “Orlando” de la citada Virginia Wolf. Claro que, en este caso, pudo ser ella o pudo ser su traductor -Borges- quien me hiciera sentir así.

Pero, para terminar por todo lo alto, no renunciaré a recitar -“re-citar”-  a Virginia:

“He soñado a veces que cuando amanezca el día del juicio, y los grandes conquistadores y abogados y escritores y  gobernantes se acerquen para recibir su recompensa, el todopoderoso, al vernos llegar con nuestros libros bajo el brazo, se volverá hacia Pedro y dirá, no sin envidia:

Míralos; esos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles. Les gustaba leer”.


miércoles, 9 de julio de 2025

El lenguaje de la enfermedad


Leo en El País: El actor australiano JulianMcMahon  falleció el miércoles 2 de julio a causa del cáncer, según ha revelado este viernes su esposa: “Con el corazón abierto, deseo compartir con el mundo que mi amado esposo murió pacíficamente esta semana después de un valiente esfuerzo para superar el cáncer”.

Solo voy a reproducir este párrafo, porque me conmueve los cimientos más profundos de mis entretelas, o sea, que me produce un cabreo colosal, un disgusto morrocotudo; y no es por la muerte del actor, lamentable, cierto, sino por una parte del comunicado que ha redactado la viuda, en concreto, la frase que destaca “murió pacíficamente…después de un valiente esfuerzo para superar el cáncer”.

No me cansaré de abanderar, difundir, promover la idea de que no se trata de una lucha contra el cáncer, ni contra la Ela, ni contra la malaria…añadan la enfermedad que deseen, la que más pavor les provoque, la que mejor conozcan.

Es cierto que al hablar del cáncer siempre se hace en términos beligerantes: el enfermo lucha denodadamente contra un gigante. Porque esa es la imagen que mantiene de manera insistente el discurso social.

He impartido conferencias, participado en foros, asistido a medios, escrito artículos al respecto y lo hago desde la más sentida, sincera y doliente experiencia.

Como paciente de cáncer, nunca, nunca sentí que tuviera que blandir una espada y clavársela a ese monstruo que me tenía postrada en la cama, aislada en la habitación del hospital, con fiebre altísima, aplásica, dolorida y semiinconsciente, inerme y sin hálito para contestar a mis hematólogos.

Nunca me exigieron una sonrisa, ni una actitud combativa, y me consta que existen facultativos que lideran ideológicamente la lucha perpetua contra la enfermedad: expresiones del tipo: “¡venga!, un poco más, sigue, no te rindas, campeona, tú puedes…”

Verán: ni somos campeones, ni nos da la fuerza ni el ánimo para pelear y mucho menos para batallar y rendirnos. Ya tenemos bastante con el tratamiento, las pruebas médicas, las medicinas e intentar conciliar unas horas el sueño.

No estamos en una justa medieval ni tenemos que demostrar a nadie esfuerzo, valentía… Aquí lo dejo, porque mis hijos me acaban de recordar: “mamá, tu cáncer es tuyo, y el de los demás, el suyo”. Parece que ese sentido de pertenencia personal e intransferible permite que cada enfermo de leucemia, migrañas, fibromialgia… adopte su propia actitud.

Habría mucho que hablar sobre el valor, la fuerza y el daño de las palabras (queda pendiente)


lunes, 7 de julio de 2025

Aún quedan dinosaurios…

 


¡Qué tiempos aquellos los del tiranosaurio rex o del velociraptor! Más allá de sus rugidos, nos resultaban familiares porque defendían a su familia en un hábitat contaminado por la despiadada mano humana.

Ahora se han producido unas mutaciones, y en la última entrega de Michael Crichton, aparecen unos engendros mezcla de avatares, gremlins y godzilla

La ambición capitalista para comercializar un fármaco contra las cardiopatías irrumpe en un paraíso idílico. La venganza de los monstruos no se hace esperar: tragan a unos y despedazan a otros; sorpresa va y susto viene. 

Al final, se impone el orden en un “mundo” Jurásico donde se lucha por la salvación de la humanidad; un poco de populismo, gotas de moralina norteamericana, efectos especiales a cascoporro, diálogos con ciertas ínfulas de trascendencia, final feliz y todos a casa… tan contentos.

Aquel Tiburón que (nos) aterrorizaba en 1975, ha vuelto…animal y hombre por la supervivencia. Ha comenzado el verano: pistoletazo de salida para los estrenos estivales en las salas de cine refrigeradas.

Seguro que hay quien al leer esta breve reseña encuentra vestigios de la actualidad sociopolítica allá donde se encuentre vacacionando.

¡Prevenidos!