(Colaboración de M. Regalado)
Debí de ser una niña extraña pues, desde muy pequeña, a menudo soñaba feliz con libros.
Y, "un libro", respondía yo a mi padre cuando me preguntaba qué quería que me trajera a su vuelta de algún viaje; y tampoco faltaba esa petición en mi carta a los Reyes Magos.
Y así era mi primera "biblioteca": los cuentos de Editorial Molino "Colección Marujita" o aquellos otros libros "Oid niños" , "Leedme niñas", etc... de Editorial Hernando, y aquellos tan geniales de Editorial Miñón "Cuentos, Leyendas y Narraciones" y... claro, "tebeos", muchos "tebeos".
En casa terminaron poniéndome horario límite para la lectura, del mismo modo que ahora se aplica a los adolescentes con el tiempo de ocio que dedican a los medios digitales. La verdad es que no me ayudó nada que me detectaran una incipiente miopía que parecía avanzar un poquito en cada revisión y para la que los oftalmólogos de entonces -además de los cristales correctores- recomendaban eso: "no leer o hacerlo sólo con luz natural" y, desde luego, nada de "tebeos" que tienen una letra malísima para la vista. De modo que, a veces, en la noche leía a escondidas en mi cuarto...
Así pues, lo reconozco: la
lectura es para mí más que un entretenimiento, más que un pasatiempo, más que
una afición, más que un placer… a estas alturas creo que la lectura es para mí una
necesidad.
Más allá de esta afirmación y
reflexionando sobre ella, caigo en la cuenta de que puedo disfrutar de la
lectura por partida doble, por doble vía.
“Porque el deseo de leer, al igual que otros deseos que
distraen a nuestras almas infelices, es susceptible de análisis”
Virginia
Wolf – “Sir Thomas Browne”, 1923
Siguiendo la recomendación de Sir Thomas, analizo mi deseo de leer y me doy cuenta de que no ha sido
hasta ahora cuando he reparado en este doble disfrute mío con la lectura:
- El de la historia que leo, si es de esas que
prenden mi interés y hace que me abisme en ella y que me abstraiga y que,
olvidada de lo que me rodea, me pase de mi parada de autobús…
- Y ese otro placer del simple hecho de “ver”
la belleza de las formas al expresarse: la oportunidad de cada vocablo, la variedad
y calidad de términos, la exactitud (a mí me parece bello) de su sintaxis. Y todo ello de forma amena sin perder seriedad (o puede que sea de forma seria sin perder amenidad)
Me he dado cuenta ahora. Ahora que leo con más frecuencia a Pilar Úcar y, al leerla y sentir esa sensación que describo
arriba sobre la belleza de las formas, he recordado que también reparé en ella cuando, hace muchos años, comencé
a leer “Orlando” de la citada Virginia Wolf. Claro que, en este caso, pudo ser
ella o pudo ser su traductor -Borges- quien me hiciera sentir así.
Pero, para terminar por todo lo alto, no
renunciaré a recitar -“re-citar”- a Virginia:
“He soñado a veces que cuando
amanezca el día del juicio, y los grandes conquistadores y abogados y escritores y gobernantes se acerquen para recibir su recompensa, el
todopoderoso, al vernos llegar con nuestros libros bajo el brazo, se volverá hacia
Pedro y dirá, no sin envidia:
Míralos; esos no necesitan recompensa. No tenemos
nada que darles. Les gustaba leer”.
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