Leo en El País: El actor australiano JulianMcMahon falleció el miércoles 2 de julio a causa del cáncer, según ha revelado este viernes su esposa: “Con el corazón abierto, deseo compartir con el mundo que mi amado esposo murió pacíficamente esta semana después de un valiente esfuerzo para superar el cáncer”.
Solo voy a reproducir este
párrafo, porque me conmueve los cimientos más profundos de mis entretelas, o
sea, que me produce un cabreo colosal, un disgusto morrocotudo; y no es por la
muerte del actor, lamentable, cierto, sino por una parte del comunicado que ha
redactado la viuda, en concreto, la frase que destaca “murió
pacíficamente…después de un valiente esfuerzo para superar el cáncer”.
No me cansaré de abanderar,
difundir, promover la idea de que no se trata de una lucha contra el cáncer,
ni contra la Ela, ni contra la malaria…añadan la enfermedad que
deseen, la que más pavor les provoque, la que mejor conozcan.
Es cierto que al hablar del
cáncer siempre se hace en términos beligerantes: el enfermo lucha denodadamente
contra un gigante. Porque esa es la imagen que mantiene de manera insistente el
discurso social.
He impartido conferencias,
participado en foros, asistido a medios, escrito artículos al respecto y lo
hago desde la más sentida, sincera y doliente experiencia.
Como paciente de cáncer, nunca,
nunca sentí que tuviera que blandir una espada y clavársela a ese monstruo que
me tenía postrada en la cama, aislada en la habitación del hospital, con fiebre
altísima, aplásica, dolorida y semiinconsciente, inerme y sin hálito para
contestar a mis hematólogos.
Nunca me exigieron una sonrisa,
ni una actitud combativa, y me consta que existen facultativos que lideran
ideológicamente la lucha perpetua contra la enfermedad: expresiones del tipo: “¡venga!,
un poco más, sigue, no te rindas, campeona, tú puedes…”
Verán: ni somos campeones, ni nos da la fuerza ni el ánimo para pelear y mucho menos para batallar y rendirnos. Ya tenemos bastante con el tratamiento, las pruebas médicas, las medicinas e intentar conciliar unas horas el sueño.
No estamos en una justa medieval
ni tenemos que demostrar a nadie esfuerzo, valentía… Aquí lo dejo, porque mis
hijos me acaban de recordar: “mamá, tu cáncer es tuyo, y el de los demás, el
suyo”. Parece que ese sentido de pertenencia personal e intransferible permite que
cada enfermo de leucemia, migrañas, fibromialgia… adopte su propia actitud.
Habría mucho que hablar sobre el valor, la fuerza y el daño de las palabras (queda pendiente)
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