(Colaboración de M. Regalado)
Si bien mi formación y mi profesión me orientaron hacia “los números”, mis aficiones se decantaban por “las letras”. Así que la UDEMA (Universidad de Mayores de Comillas, hoy Comillas Campus Senior) con su programa de Humanidades para mayores de 50 años, se me presentó como una magnífica oportunidad.
Septiembre/Octubre de 2004 y mi Primer Curso. Con ganas, con
ilusión, conocer los programas, los profesores, los compañeros, un ambiente académico excelente y de excelencia…
Bueno, quizá no todo era tan idílico. Apenas dos meses
después, la frustración se había instalado en mi ánimo respecto de una de sus
asignaturas: la de Historia de España. Sin duda, mi capacidad intelectual no estaba a la altura del erudito discurso de aquel profesor. Imposible evitar el sentimiento de inferioridad que me aquejaba al no ser capaz de sacar nada en limpio
de sus disertaciones (ambiguas disertaciones en bucle de principio a fin de la clase). Nada.
En los dos meses escasos que acudí a sus clases, no fui capaz de obtener
una sola idea ni de tomar un solo apunte. (Puede que sea exagerado, puede que
en los dos meses tomara nota de alguna fecha, quizá…) Resultaba desesperanzador
y desesperante.
Hasta que, al comentarlo más allá de mi compañera de pupitre que se encontraba en la misma tesitura, fuimos descubriendo que otro, y otro, y otro más, y… muchos… compartían la misma sensación. ¡Así que no era únicamente cosa mía!
Hacerle preguntas no era una opción: se mostraba visiblemente molesto con el "ignorante preguntón" que así le interrumpía y, además de no recibir aclaración alguna, sus comentarios tendían a ridiculizar al osado.
Y la frustración llegó a un grado tal que nos obligó a acudir al Jefe de Estudios en busca de ayuda: quizá el profesor podría rebajar el nivel de su discurso... quizá podría adaptarlo a las especiales características de este su auditorio... Pero no, eso lo empeoró todo: no sólo nuestra petición no logró resultado alguno sino que, a partir de ahí, con más profusión sazonaba su lección magistral con comentarios que, sin duda, hoy serían considerados políticamente incorrectos. Y se sucedieron las clases inaccesibles para nuestro (al parecer) corto intelecto, pues la asignatura de Historia de España en su boca parecía convertirse en una de Física Cuántica. Voy a atreverme a decirlo: la realidad es que sus clases evolucionaron hacia hueros discursos de pavo real (por no mostrarme tan categórica, diré que todo ello según nuestra perspectiva)
Nosotros estábamos allí con ilusión por aprender y pagábamos por satisfacer esa ilusión, pero tocaba aguantarse o dejar de acudir a sus clases para no salir de ellas con una mixtura de sentimientos que iban desde la frustración al enfado.
Y este ambiente llegó nuevamente al Jefe de Estudios. Y no lo ignoró ni obvió nuestra preocupación. En poco más de una semana, nos comunicó que habría una nueva clase de Historia con una nueva Profesora, a la que podríamos acudir aquellos de nosotros que se sintieran incómodos con el Profesor actual. Hubo de todo. Y la clase se dividió en dos. La mayoría nos cambiamos de clase y el profesor conservó del orden de un tercio de los alumnos.
Y allá a mediados de diciembre llegó y se presentó nuestra nueva Profesora. ¡Qué suerte el cambio! ¡Vaya diferencia! Sus clases no solo se entendían a la perfección, sino que resultaban atractivas y amenas y estimulantes. ¡Qué vuelco había dado todo y qué contentos nos sentíamos! Tanto que, años después, muchos años después, hace tan solo algunas semanas, aún comentábamos mi compañera de pupitre (ahora ya amiga) y yo, que recordábamos exactamente de qué trató aquella su primera clase, y la actividad que nos propuso como colofón de aquella primera tarde estupenda.
La clase versó sobre los visigodos. Y su exposición fue tan interesante
y atractiva como para mantener nuestra atención en todo lo alto (algo
impensable en los dos meses anteriores)
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Corona del rey Recesvinto |
Y al día siguiente allá nos fuimos Encarna y yo. Y pudimos mirarlo
y admirarlo y degustarlo aún más al tener presente la exposición de nuestra nueva profe.
Y Encarna -si bien no era amiga de escribir- volvió encantada de la
clase y de la visita. A mí me gustaba escribir, así que redacté una mínima reseña en línea con la tarea encomendada, que la profe nos
recogió en la siguiente clase y que, en la posterior, nos devolvió con sus
comentarios. Generosos e inmerecidos comentarios, yo lo sé, pero que resultaban
un estímulo para seguir presentándole los trabajos que nos proponía.
La satisfacción con la nueva profe fue general en la clase. Por fin aprendíamos sobre la asignatura y por fin lo hacíamos en un ambiente grato. Y el problema desapareció. Y nos abandonó la frustración y el desánimo. Y estudiar en la UDEMA verdaderamente fue, en todas sus asignaturas y cursos, una feliz experiencia de la que guardo un gratísimo recuerdo.
Han pasado 20 años y hoy me siento muy agradecida al alambicado y artificioso y rebuscado profesor de Historia de España: él hizo que hoy yo tenga la satisfacción de contar con la preciada amistad de aquella PROFESORA genial que vino en nuestro rescate.
(Madrid, agosto de 2025)
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