Algunas trampas del idioma
Igual que un iceberg, solo emitimos en muchas de nuestras expresiones la punta. De la gran masa de hielo flotante desgajada de un glaciar, únicamente sobresale una parte, mínima. Justo lo que vemos, o sea, lo que se escucha si tratamos de comunicación; así que hay mucho, sin duda, debajo de nuestros mensajes, que permanece sumergido, sobreentendido o adivinado por el receptor con más o menos acierto, con más o menos suerte.
“Todo recto, no tiene pérdida”.
¿Cuántas veces hemos oído esta indicación? y ¿cuántas veces nosotros la hemos
dirigido a alguien despistado o desconocedor de la dirección por la que se nos
pregunta?
Mis estudiantes extranjeros se
interesan por qué gritamos los españoles al responder por la ubicación de una
calle, un museo, un bar…al que ellos quieren llegar y no saben cómo hacerlo.
Pues bien: como todo lo conocido resulta fácil, ya nos encargamos de insistir
en lo “recto” del sitio y lo sencillo de acceder a él. Ante la sorpresa de “no
tiene pérdida”, el guiri muy educado y aplicando las rutinas de conversación
aprendidas en su nivel A1 de principiante, insiste: “no comprendo, me gustaría,
por favor…” y ahí es donde ponen a prueba nuestra paciencia, la simpatía y
amabilidad que caracterizan al español.
No solo repetimos una y otra vez
la misma respuesta: no hemos cambiado ni una palabra, ni hemos buscado un
sinónimo, ni hemos contemplado otra forma de enunciarla; no. Gritamos mirando
en dirección al sitio demandado: “¡¡todo recto!!”,…no somos conscientes de que
al añadir “no tiene pérdida”, la mente del extranjero lo asocia a otros
elementos contextuales (¿perder? ¿yo? ¿femenino?... en un rápido repaso de la
lección sobre pronombres y género gramatical)…y seguimos a voz herida,
señalando con la cabeza, al borde del dislocamiento del cuello y con el brazo
en movimiento, “modo pilates”, cual barrera de aparcamiento para arriba y para
abajo, extendido y con energía. Mientras, pensamos: “pero, ¿cómo puede ser que
no lo vea?” No que no nos entienda: el torpe es él, el otro; ¿cómo puede ser?
-seguimos con el runrún y el movimiento corporal a la vez-que no vea el sitio?”
Impulsamos la señalización a puro
decibelio, intentando disimular su incapacidad. Sé de más de un caso en que han
desistido del intento de la explicación y han acompañado al “preguntón” al
sitio de marras, o incluso cogiéndoles del brazo les han girado el cuerpo
poniéndolos en ruta: “¡my space, please!”, se habrá alarmado el extranjero en
tiempos libres de pandemia; claro que ahora tal “amabilidad” de acercamiento
físico sería impensable; entre el ruido callejero y la mascarilla, se impone el
grito.
Entre lo que pensamos y lo que expresamos hay un trayecto enredoso en el que no siempre vamos de la mano. Por eso, “todo recto, no tiene pérdida”
“Todo recto, no tiene pérdida”…
como te digan eso en plena vía de circulación, en la carretera, tú en el coche
y con la ventanilla bajada, (ya hemos “desenchufado” el GPS porque una vez
llegado al sitio, solo necesitamos encontrar el apartamento y nos las
prometemos muy felices, hartos de escuchar la atiplada voz de la Siri, Aura,
Alexa o Leia de turno), date por perdido, realmente, perdido. “Recto”, vale, y
te encuentras con rotondas (¿recto?): “¡a ver!, paso por encima, piso el
parterre, salto la fuente o ¿qué?”. Y las curvas…pues vaya forma de indicar la
rectitud llena de tramos torcidos.
¡Todo lo que nos ha camuflado el
iceberg comunicativo!: dada la prisa y la urgencia de la pregunta, nos
aprestamos muy solícitos a dar puntual respuesta al requerimiento ajeno sin
tener en cuenta que expresamos lo mínimo, casi con abreviaturas y monosílabos,
y el resto lo dejamos a la interpretación del otro. Son las atrampas del
idioma.
Recuerdo en una ocasión,
caminando por Manhattan para llegar a Macy’s, paré a un transeúnte que podía
ser de cualquier sitio menos de la ciudad, es lo que pasa con el crisol
neoyorkino, pero tuve suerte y tras preguntarle cómo ir a esos grandes
almacenes, empezó su relato… a la tercera indicación, mi nivel de inglés se
colapsó y mi interés decayó y se escurrió por las alcantarillas humeantes; en
mi mente bailaba un galimatías de números, “streets”, “corners”, “blocks”, y yo
traducía pasos, cuadras, esquinas…cabeceando y pensando que lo entendía, pero
sin retener tal manual de instrucciones. Esperé y aguanté el tirón gélido de
aquella mañana de diciembre de compras prenavideñas y me despedí: “thanks a lot
and have a nice day”, que yo ya si eso… seguiré andando o pillaré un taxi. Son
las trampas del idioma y los usos culturales.
Eso me pasa por preguntar…y no
acordarme de Wittgenstein (1889-1951) y su máxima que hace referencia a que en
caso de no poder hablar (aquí aplica preguntar), mejor callar; no tengo tan
claro de que “preguntando se llega a Roma”, pues lo mismo nos encontramos
girando completamente el globo terráqueo como Willy Fog.
No obstante, mayor perplejidad
produce la respuesta: “no soy de aquí” ante la pregunta “¿sabe dónde está la
calle X?” Y a mí, “¿qué más me da su origen? Tampoco yo soy de aquí y no se lo
digo, por eso lo pregunto”. Una pura paradoja, un efecto contrastivo del idioma
y una falta de comunicación absoluta. ¿Será que el cerebro nos la juega?, ¿que
nos han programado para contestar lo mismo según el enunciado interrogativo
pegue que no pegue? Lo propio del ser humano en estas situaciones, ¿es la
incoherencia, la desconexión, el salir del paso?
“¿Me da fuego?” “No fumo”. Otra
vez la cara de pasmo. A saber para qué y por qué uno pide fuego…bueno, eso
sería rizar el rizo. Solo nos ha pedido el mechero en su pregunta metonímica, o
eso espero, porque si no…lo vemos con el piti en la boca y esa imagen ayuda a
dilucidar que quiere o cerillas (¡qué antigualla!) o encendedor (¡qué poco se
fuma en nuestro país!; sí, lo afirmo y no por la covid ni el engorro de la
mascarilla, lo constato en relación a otros países vecinos nuestros que parece
que ya vengan con el cigarrillo incrustado de serie). De nuevo, el idioma
trampeando. Nos traiciona al distorsionar nuestra comunicación con el otro, con
los otros. La importancia de un correcto y exacto mensaje en cada uno de los
contextos determinados (a vueltas con el significante y significado de
Saussure, 1857-1913) para evitar dificultades y conflictos en la interacción
social. Deseamos facilitar la comunicación de una manera útil y sencilla. Pero
algo que en apariencia se ofrece natural y llano, resulta que es más complicado
de lo que a primera vista pudiéramos imaginar.
Y con Noah Chomsky (1928-) hemos
topado, y con su Gramática Generativa y el funcionamiento del lenguaje y las estructuras
profunda y superficial en los diferentes idiomas. Ahí radica la punta del
iceberg, en lo que se ve, lo que se emite, lo que se oye, lo que decimos: en
definitiva, la expresión que emerge frente a la que subyace en la profundidad
de nuestra mente, como el ochenta y nueve por ciento de masa helada bajo el
agua. De lo hundido a lo flotante se produce una gran cantidad de
transformaciones lingüísticas, algunas tan rápidas que parecen inconscientes:
supresiones y elipsis, alteración sintáctica, simplificación léxica…operaciones
ampliamente estudiadas por la neurociencia y la psicolingüística.
Suponemos mucho de nuestro
receptor. Eso es lo que nos ocurre de manera muy habitual. Esperamos del otro
que rellene, que cumplimente como en un documento oficial todos los elementos
que nosotros no le transmitimos pero que los presentimos, y a veces, la
comunicación se convierte en un acertijo. En una adivinanza de difícil
solución.
Entre lo que pensamos y lo que
expresamos hay un trayecto enredoso en el que no siempre vamos de la mano. Por
eso, “todo recto, no tiene pérdida”.
(Publicado en febrero de 2021 en El Obrero)
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