viernes, 11 de abril de 2025

“Todo recto, no tiene pérdida”

 

Todo recto


Algunas trampas del idioma


Igual que un iceberg, solo emitimos en muchas de nuestras expresiones la punta. De la gran masa de hielo flotante desgajada de un glaciar, únicamente sobresale una parte, mínima. Justo lo que vemos, o sea, lo que se escucha si tratamos de comunicación; así que hay mucho, sin duda, debajo de nuestros mensajes, que permanece sumergido, sobreentendido o adivinado por el receptor con más o menos acierto, con más o menos suerte.

“Todo recto, no tiene pérdida”. ¿Cuántas veces hemos oído esta indicación? y ¿cuántas veces nosotros la hemos dirigido a alguien despistado o desconocedor de la dirección por la que se nos pregunta?

Mis estudiantes extranjeros se interesan por qué gritamos los españoles al responder por la ubicación de una calle, un museo, un bar…al que ellos quieren llegar y no saben cómo hacerlo. Pues bien: como todo lo conocido resulta fácil, ya nos encargamos de insistir en lo “recto” del sitio y lo sencillo de acceder a él. Ante la sorpresa de “no tiene pérdida”, el guiri muy educado y aplicando las rutinas de conversación aprendidas en su nivel A1 de principiante, insiste: “no comprendo, me gustaría, por favor…” y ahí es donde ponen a prueba nuestra paciencia, la simpatía y amabilidad que caracterizan al español.

No solo repetimos una y otra vez la misma respuesta: no hemos cambiado ni una palabra, ni hemos buscado un sinónimo, ni hemos contemplado otra forma de enunciarla; no. Gritamos mirando en dirección al sitio demandado: “¡¡todo recto!!”,…no somos conscientes de que al añadir “no tiene pérdida”, la mente del extranjero lo asocia a otros elementos contextuales (¿perder? ¿yo? ¿femenino?... en un rápido repaso de la lección sobre pronombres y género gramatical)…y seguimos a voz herida, señalando con la cabeza, al borde del dislocamiento del cuello y con el brazo en movimiento, “modo pilates”, cual barrera de aparcamiento para arriba y para abajo, extendido y con energía. Mientras, pensamos: “pero, ¿cómo puede ser que no lo vea?” No que no nos entienda: el torpe es él, el otro; ¿cómo puede ser? -seguimos con el runrún y el movimiento corporal a la vez-que no vea el sitio?”

Impulsamos la señalización a puro decibelio, intentando disimular su incapacidad. Sé de más de un caso en que han desistido del intento de la explicación y han acompañado al “preguntón” al sitio de marras, o incluso cogiéndoles del brazo les han girado el cuerpo poniéndolos en ruta: “¡my space, please!”, se habrá alarmado el extranjero en tiempos libres de pandemia; claro que ahora tal “amabilidad” de acercamiento físico sería impensable; entre el ruido callejero y la mascarilla, se impone el grito.


Entre lo que pensamos y lo que expresamos hay un trayecto enredoso en el que no siempre vamos de la mano. Por eso, “todo recto, no tiene pérdida”

“Todo recto, no tiene pérdida”… como te digan eso en plena vía de circulación, en la carretera, tú en el coche y con la ventanilla bajada, (ya hemos “desenchufado” el GPS porque una vez llegado al sitio, solo necesitamos encontrar el apartamento y nos las prometemos muy felices, hartos de escuchar la atiplada voz de la Siri, Aura, Alexa o Leia de turno), date por perdido, realmente, perdido. “Recto”, vale, y te encuentras con rotondas (¿recto?): “¡a ver!, paso por encima, piso el parterre, salto la fuente o ¿qué?”. Y las curvas…pues vaya forma de indicar la rectitud llena de tramos torcidos.

¡Todo lo que nos ha camuflado el iceberg comunicativo!: dada la prisa y la urgencia de la pregunta, nos aprestamos muy solícitos a dar puntual respuesta al requerimiento ajeno sin tener en cuenta que expresamos lo mínimo, casi con abreviaturas y monosílabos, y el resto lo dejamos a la interpretación del otro. Son las atrampas del idioma.

Recuerdo en una ocasión, caminando por Manhattan para llegar a Macy’s, paré a un transeúnte que podía ser de cualquier sitio menos de la ciudad, es lo que pasa con el crisol neoyorkino, pero tuve suerte y tras preguntarle cómo ir a esos grandes almacenes, empezó su relato… a la tercera indicación, mi nivel de inglés se colapsó y mi interés decayó y se escurrió por las alcantarillas humeantes; en mi mente bailaba un galimatías de números, “streets”, “corners”, “blocks”, y yo traducía pasos, cuadras, esquinas…cabeceando y pensando que lo entendía, pero sin retener tal manual de instrucciones. Esperé y aguanté el tirón gélido de aquella mañana de diciembre de compras prenavideñas y me despedí: “thanks a lot and have a nice day”, que yo ya si eso… seguiré andando o pillaré un taxi. Son las trampas del idioma y los usos culturales.

Eso me pasa por preguntar…y no acordarme de Wittgenstein (1889-1951) y su máxima que hace referencia a que en caso de no poder hablar (aquí aplica preguntar), mejor callar; no tengo tan claro de que “preguntando se llega a Roma”, pues lo mismo nos encontramos girando completamente el globo terráqueo como Willy Fog.

No obstante, mayor perplejidad produce la respuesta: “no soy de aquí” ante la pregunta “¿sabe dónde está la calle X?” Y a mí, “¿qué más me da su origen? Tampoco yo soy de aquí y no se lo digo, por eso lo pregunto”. Una pura paradoja, un efecto contrastivo del idioma y una falta de comunicación absoluta. ¿Será que el cerebro nos la juega?, ¿que nos han programado para contestar lo mismo según el enunciado interrogativo pegue que no pegue? Lo propio del ser humano en estas situaciones, ¿es la incoherencia, la desconexión, el salir del paso?

“¿Me da fuego?” “No fumo”. Otra vez la cara de pasmo. A saber para qué y por qué uno pide fuego…bueno, eso sería rizar el rizo. Solo nos ha pedido el mechero en su pregunta metonímica, o eso espero, porque si no…lo vemos con el piti en la boca y esa imagen ayuda a dilucidar que quiere o cerillas (¡qué antigualla!) o encendedor (¡qué poco se fuma en nuestro país!; sí, lo afirmo y no por la covid ni el engorro de la mascarilla, lo constato en relación a otros países vecinos nuestros que parece que ya vengan con el cigarrillo incrustado de serie). De nuevo, el idioma trampeando. Nos traiciona al distorsionar nuestra comunicación con el otro, con los otros. La importancia de un correcto y exacto mensaje en cada uno de los contextos determinados (a vueltas con el significante y significado de Saussure, 1857-1913) para evitar dificultades y conflictos en la interacción social. Deseamos facilitar la comunicación de una manera útil y sencilla. Pero algo que en apariencia se ofrece natural y llano, resulta que es más complicado de lo que a primera vista pudiéramos imaginar.

Y con Noah Chomsky (1928-) hemos topado, y con su Gramática Generativa y el funcionamiento del lenguaje y las estructuras profunda y superficial en los diferentes idiomas. Ahí radica la punta del iceberg, en lo que se ve, lo que se emite, lo que se oye, lo que decimos: en definitiva, la expresión que emerge frente a la que subyace en la profundidad de nuestra mente, como el ochenta y nueve por ciento de masa helada bajo el agua. De lo hundido a lo flotante se produce una gran cantidad de transformaciones lingüísticas, algunas tan rápidas que parecen inconscientes: supresiones y elipsis, alteración sintáctica, simplificación léxica…operaciones ampliamente estudiadas por la neurociencia y la psicolingüística.

Suponemos mucho de nuestro receptor. Eso es lo que nos ocurre de manera muy habitual. Esperamos del otro que rellene, que cumplimente como en un documento oficial todos los elementos que nosotros no le transmitimos pero que los presentimos, y a veces, la comunicación se convierte en un acertijo. En una adivinanza de difícil solución.

Entre lo que pensamos y lo que expresamos hay un trayecto enredoso en el que no siempre vamos de la mano. Por eso, “todo recto, no tiene pérdida”.

(Publicado en febrero de 2021 en El Obrero)

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