Kintsugi, Ortega y Corto Maltés

“Timeless Magic”, 2023. Artículos Raku negros de la era Taisho (1912-1926),
laca urushi, oro de 24 quilates y resina. Foto de Naoko Fukumaru.
La técnica japonesa del Kintsugi se aproxima al deseo del gran historietista Hugo Pratt, creador del inefable Corto Maltés, por alinear sus orígenes y recomponerlos a través de todas las piezas vitales por las que pasó durante sus 68 años. Esa técnica centenaria de carpintería dorada, repara las piezas de cerámica rotas, sin disimulos entre las junturas, con el uso nada discreto de un esmalte impregnado de oro, plata y platino. De esta manera, resulta difícil que pase desapercibida. Va a brillar siempre con una imagen única y diferente a la primigenia.
Ortega y Gasset nos lo advirtió: la importancia de las circunstancias de uno mismo. Y yo añadiría: las verdades de uno mismo. “Yo soy yo y mis circunstancias”. Yo soy yo y mis verdades. Por eso, porque son mías.
Verdades que las consideramos absolutas, con pocas dudas y muchas certezas: “Te lo aseguro”, “me consta”, “lo sé de buena tinta”…; nuestro lenguaje está plagado de expresiones rotundas y tajantes, sin fisuras: “porque yo lo digo, y punto”; lo llevamos marcado en nuestro adn sureño y enfático. Nos gusta la hipérbole: “me muero de miedo”, “me parto de la risa” y así…exponencial.
Al modo de Corto Maltés que se grabó la línea de la fortuna con una navaja y la escondía por el mal trazado que dejó en la palma de su mano, hacemos gala de nuestras verdades a grito herido y luego las escondemos, por si las moscas. Todo un universo muy personal, muy relativo con pretensiones de convencer al prójimo, de traerlo a nuestro terreno. Los debates políticos, las tertulias televisivas, los coloquios intelectualoides constituyen claros ejemplos de imposición de verdades taxativas que pretenden soslayar una fanfarronería e inmadurez solemnes de sus protagonistas. Abogo por la tolerancia y la pluralidad frente a la uniformidad; por el buen talante, ahora y siempre.
La heterogeneidad de las minúsculas piezas quebradas de una terracota, el diverso origen de nuestros antepasados, la pluralidad de pareceres y opiniones configuran una forma de ser abierta, con amplitud de miras sin estrecheces ni apreturas sino esperanzada hacia nuevos horizontes. Despejemos la maraña mental que nos aturde, salgamos a “reunirnos” solidariamente con un pegamento flexible y dúctil. Compartir, sumar, acercar, comprender…vivir con (o ¿convivir?). Debemos creernos con las tripas la cantinela de aceptar sin arrogancia lo diferente, saludar y acoger al lejano, esperar y dar…pensar y hablar bien, respetar. Escuchar y sonreír, construir. Pero con verdades, no medias verdades.
Como el kintsugi o como el marinero, el ser humano es capaz de recomponer algo nuevo con sus circunstancias personales para armar una colectividad saludable, veraz, revitalizada, llena de verdades, insisto. Vivimos inmersos en los –ismos: escepticismo, pesimismo, relativismo, victimismo, edadismo…poco artísticos y nada vanguardistas de antaño. Quizá una buena receta para elaborar un menú digerible consistiría en calmar al quejoso, acallar esas alarmas disonantes que nos llegan desde posturas ideológicas extremas, aguijonear al indolente que se deja arrastrar por la masa amorfa, despreciar al maldiciente, nada conciliador y detractor del bien social, y de postre, ironía y sarcasmo al prepotente. Bajarlo de la nube a la realidad, a la verdad. Igual tenemos que emprender los viajes que realizó Corto Maltés para aprender a pegar los platos rotos, para contar nuestra verdad y esmaltarla con las otras verdades ajenas. Verdades completas y no medias verdades.
Inquiero: ¿han leído nuestras autoridades a Ortega y Gasset? ¿Saben recomponer las piezas desencajadas? Querer es poder…”Me parto de la risa” (sin paliativos hiperbólicos).
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