domingo, 14 de septiembre de 2025

Un dios salvaje… Un fracaso dominical


Cuando yo era estudiante universitaria (hace de esto ya unas cuantas décadas) estudiábamos en las aulas que asistir al teatro -en la capital matritense- los domingos por la tarde era una actividad burguesa. La connotación de este adjetivo suponía en aquel entonces, dedicar unas horas del descanso dominical al ocio selecto y selectivo de gentes de bien, es decir, de posibles económicos, personas que se atusaban el moño, y empingorotadas, aplaudían la función correspondiente del autor de moda: desde Buero Vallejo a Benavente o Muñoz Seca. Un amplio espectro dramatúrgico.

Hoy algo de todo eso ha cambiado. El público vespertino que acude al teatro los domingos es variado, variopinto, ruidoso, con el móvil en la mano mientras los actores se desgañitan… no hay outfits distintivos; lo mismo se ven zapatillas más propias del gym que tacones sensatos, botellas de agua, abanicos… mucho ruido. Las sillas crujen y no hay quien pare quieto.

Voy al teatro Alcázar: Un dios salvaje de Yasmina Reza. Durante una hora y 40 minutos, tengo que hacer esfuerzos por no dormirme, y casi me da un arranque de salir y no perder más mi tiempo: una no está para malgastarlo. Y sí, la función del domingo me salió cara, por lo que valía la entrada, el aparcamiento y el tiempo.

El fracaso viene del hecho de querer contarlo todo y a la vez: es lo que ocurre con el texto de la dramaturga y actriz francesa, también autora de Arte (un éxito, por cierto).

A los 10 minutos de arrancar los cuatro actores, convertidos en dos matrimonios, me aburro. Y pienso: “pero ¿qué hago aquí?” Paciencia…

A Luis Merlo, no puedo disociarlo de su papel en La que se avecina: vuelve a ser el “maestro don Bruno Quiroga”. Nada queda del papel magistral que interpretó hace muchos años en el teatro del Bellas Artes: su Calígula de Camus, fue irrepetible. El personaje de la famosa serie televisiva lo ha contaminado todo.

Natalia Millán, bien, muy bien diría yo. Clara Sanchís, meh y Juanma Lumbreras, borroso.

Tics y tocs, movimientos en un escenario rígido y estático; silencios sospechosos e incómodos (¿se les ha olvidado el diálogo?), entradas y salidas torponas, alguna gracieta de adultos, temática pasada, repetitiva, sin coherencia. Parece que todo vale para hablar de lo que la autora quiere.

La dirección del cotarro, lamentable.

Muy aburrido.

(Debería hacer más caso a la GenZ cuando nos grita a los boomers que uno debe saber su posición en el mundo y sus límites. Pues eso.)

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