Las apariencias no engañan…
Leo en dos sentadas vespertinas una novela que me atrapa desde el principio. Y hasta el final, enganchada. No recuerdo el nombre de los protagonistas, ni el de ella, ni el de él. No aparecen en las 233 páginas; un matrimonio formado por “mi marido” y “ángel mío”.
Alrededor alguna pareja
de amigos, también matrimoniada, hijos…alrededor de los 40 años, los personajes
callan, sonríen, maquinan, escriben, conspiran, vigilan, comen y beben;
trabajan y viven una existencia plácida, acomodada, pequeños burgueses con facilidades
económicas y divertimentos ocasionales: tenis, natación, cenas y fiestas de
cumpleaños.
Digno escaparate de
Instagram, para envidia de propios y extraños.
A lo largo de una semana,
contemplamos, como si se tratara de un voyeur a través de la mirilla, el
trasiego mental y físico de una esposa que apunta en libretas de diferentes colores
todos los detalles, hora a hora y minuto a minuto, de los movimientos,
reacciones, silencios, gestos, salidas y entradas, llamadas…de su marido.
La técnica del
soliloquio, un diario de monólogos trepidantes, sospechas, ansiedad personal y
picores físicos desfilan sin descanso y contagian al lector hasta las últimas
líneas.
El aplauso de la crítica
a la autora, más que merecido.

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