Unas
doscientas treinta páginas que cuesta digerir. Novela muy british, de recovecos e intersticios mentales, llena de
“mea culpa”, compungimiento y autoflagelaciones.
Empiezo
con ganas su lectura: me la recomienda mi amiga librera que de esto sabe mucho;
avanzo las 100 primeras hojas con interés y muy satisfecha por las expresiones
lingüistas que utiliza: curiosos hallazgos léxicos que sorprenden y enganchan;
pero hasta ahí. Una vez se pilla el tranquillo de su escritura, resulta cansina
y monótona hasta el final; es muy repetitiva e intensa, casi fílmica -que no es
un demérito- y muy mediática -que sí es un desdoro- como si se tratara de un
manual de autoayuda, remozado bajo la capichuela de novela profunda cuyo
contenido se enhebra a partir de las relaciones ¿establecidas? ¿quebradas? entre
una abuela, su hija y la nieta.
He
llegado a desear la muerte, previsible, por cáncer, de Ruth, esa maestra mayor,
tutora de jóvenes adolescentes, generosa, sufriente, atormentada, inquieta,
generosa y egoísta a la vez…una pesada, al fin y al cabo: tan buena que recoge
a Lily, su nieta, porque su madre Eleanor, drogadicta y con una pareja
ocasional, no puede hacerse cargo de la pequeña.
La
joven marginal, presuntuosa y malencarada, de cuerpo destartalado y de
temperamento maltrecho queda desdibujada y su escasa intervención en el relato,
la convierte en otra pesada; sin deseos de saber qué le pasa, por qué acaba en
la cárcel y qué será de su vida cuando salga.
Cuando
crece la niña, y la seguimos hasta su adolescencia, hereda todas las taras de
madre y abuela. En definitiva, un hilo narrativo de mujeres sin hombres, madres
solteras, abandonadas por el elemento masculino, como si el demiurgo las
hubiera dejado caer al abismo social. Muy british.
En
este trasiego de féminas deformes de sentimientos, sin alivio anímico, con
resentimiento por todas las costuras, rezumando agotamiento y hastío, advierto
textos y fragmentos de psicología del perdón con ciertas ínfulas de buenismo,
consejos para el lector y advertencias casi divinas y maléficas. Un dedo
conminatorio que parece hablar y recordarnos: “ya te lo dije”.
En
120 páginas hubiera quedado un buen texto tanto en forma, estructura y
argumento…más, es un refrito mal trabado, un suflé desinflado, que invita a
sobrevolar y leer en diagonal. Perder tiempo, lo justo, porque no lo merece, y
más si es tiempo de ocio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario