Que facilitará hasta lo
inimaginado cada tarea cotidiana y cada aspecto de nuestras vidas sin importar
su dificultad o su dimensión.
Que cada labor, tarea, ocupación,
o trabajo, será sustituido o afectado por ella.
Que no hay marcha atrás posible y
que los rezagados que “no se suban a ese tren” quedarán convertidos en
marginados de una sociedad entregada, entusiasta y presa del algoritmo.
Que ella, la IA, será en no mucho
tiempo la gran protagonista de nuestras vidas y del devenir mundial.
Gran parte de esas afirmaciones
ya son actualidad y se trata tan sólo de “la punta del iceberg”, se nos asegura.
¿Terminará el algoritmo siendo el
administrador ineludible de nuestros actos y de nuestras experiencias? ¿En qué
se convertirá el espíritu humano?
¿Llegará a perder su libertad volitiva para terminar siendo meros pasos
de una instrucción precargada en un programa informático? Seguramente. Seguramente sí.
Pero no podrá con la poesía. O quizá sea ésta una afirmación fruto de la ingenuidad, de mi ingenuidad. O lo que es peor: fruto de mi ignorancia.
Que es capaz de componer un poema, nos dicen. Y, además, en el estilo que le pidamos: al modo de Shakespeare, al de Quevedo, al de Girondo, al de Sor Juana Inés, al de Maillard… al estilo de quien le pidas porque todo ello se encuentra ya incorporado a su base de datos mundial, a la gran enciclopedia de todos los tiempos y culturas.
Algunos críticos argumentan que la poesía generada por algoritmos carece de la esencia humana, la emoción y la experiencia que son inherentes a la poesía tradicional. Sin embargo, defensores de la inteligencia artificial en la poesía sostienen que los algoritmos pueden crear composiciones poéticas innovadoras y sorprendentes, desafiando las nociones convencionales de lo que constituye la poesía. (Poesía sin Fronteras)
Que puede imitar métricas, recursos literarios y
hasta emociones humanas, nos dicen.
Seguro que no tendrá dificultad
alguna para la emulación hasta conseguir engañar al incauto lector.
Pero nunca la IA será capaz de
escribir a tu modo, al nuestro. Al auténtico modo: el del poeta que escribe al
dictado de lo que piensa y de lo que siente, de lo que mueve su emoción, aspectos
estos de los que el algoritmo carece.
Podrá escribir un soneto de
métrica perfecta y de impecable rima. Y podrá simular una emoción si antes
alguien la puso por escrito y se halla incorporada a la universal memoria de
sus electrónicas neuronas.
Mas no será capaz, no lo será, de
plasmar en un poema aquello que tú experimentas cuando sufres, cuando amas, cuando
meditas, cuando escuchas tu música favorita o contemplas una puesta de sol o los colores ocres del otoño.
Será perfecta, impoluta,
incontestable, copiando-pegando-recreando. Re-creando. Y ahí quedará LA POESÍA.
No habrá nuevas corrientes poéticas. Barroco, Romanticismo, Realismo, Dadaísmo,
Simbolismo…
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Foto de 8machine _ en Unsplash |
¡Vamos a preguntarle! y…
continuará en el próximo post.
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