jueves, 24 de abril de 2025

Las manos pequeñas

 


Las manos pequeñas de Andrés Barba

Leo con interés, y no sin cierta sospecha, este libro de bolsillo de la Colección Compactos de Anagrama. Sigo la opinión de “un lector genZ”, al respecto, y empiezo sus páginas, 108 en total, en letra de buen tamaño para mis gafas-lupa.

Al principio podría sorprender la forma de arrancar esta novela corta dividida en tres partes, pero luego abruma el espesor del relato. Entre la fantasía y la realidad, la crueldad y lo ingenuo, se debate la protagonista, Marina; les diré que yo al final he deseado que la mataran -mea culpa en estos días de contrición-, que no adivino del todo si se llega a producir este fatal desenlace.

En un orfanato, dominado por la escultura de Santa Ana, “de cara negra y vieja”, se desarrollan episodios vitales de niñas sin padres, acogidas bajo la protección de “la adulta”.

Ahí llega Marina, después de un terrible accidente de coche en el que “mi padre murió en el acto y mi madre en el hospital”: frasecita de marras a modo de cantaleta que resuena a lo largo de su estancia en dicha institución, rodeada de otras colegialas que la envidian y la desean. Ella mezcla amor, devoción y miedo al sentirse diferente en un terrible juego dominado por la obsesión de una muñeca inerte que cobra vida en forma de sus compañeras.

Y hasta ahí. Porque no sé si me ha gustado, o me ha espantado, no solo la forma sino también el contenido. El inicio prometía y conforme avanza la trama se descompone la línea.

(Me malicio que esa sospecha que apuntaba, se ha cumplido)

A ese “lector GenZ” que me lo ha recomendado, le he pasado un cuento magnífico de Ana María Matute, El niño que no sabía jugar, por si había cierto rescoldo en Las manos pequeñas.

La académica sí que sabía enhebrar historias turbias con una calidez y una potencia inimaginables.

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