Las manos pequeñas de Andrés Barba
Leo con interés, y no sin cierta
sospecha, este libro de bolsillo de la Colección Compactos de Anagrama. Sigo la
opinión de “un lector genZ”, al respecto, y empiezo sus páginas, 108 en total,
en letra de buen tamaño para mis gafas-lupa.
Al principio podría sorprender la
forma de arrancar esta novela corta dividida en tres partes, pero luego abruma
el espesor del relato. Entre la fantasía y la realidad, la crueldad y lo
ingenuo, se debate la protagonista, Marina; les diré que yo al final he deseado
que la mataran -mea culpa en estos días de contrición-, que no adivino del todo
si se llega a producir este fatal desenlace.
En un orfanato, dominado por la
escultura de Santa Ana, “de cara negra y vieja”, se desarrollan episodios
vitales de niñas sin padres, acogidas bajo la protección de “la adulta”.
Ahí llega Marina, después de un
terrible accidente de coche en el que “mi padre murió en el acto y mi madre en
el hospital”: frasecita de marras a modo de cantaleta que resuena a lo largo de
su estancia en dicha institución, rodeada de otras colegialas que la envidian y
la desean. Ella mezcla amor, devoción y miedo al sentirse diferente en un
terrible juego dominado por la obsesión de una muñeca inerte que cobra vida en
forma de sus compañeras.
Y hasta ahí. Porque no sé si me
ha gustado, o me ha espantado, no solo la forma sino también el contenido. El
inicio prometía y conforme avanza la trama se descompone la línea.
(Me malicio que esa sospecha que apuntaba, se ha cumplido)
A ese “lector GenZ” que me lo ha
recomendado, le he pasado un cuento magnífico de Ana María Matute, El niño
que no sabía jugar, por si había cierto rescoldo en Las manos pequeñas.
La académica sí que sabía
enhebrar historias turbias con una calidez y una potencia inimaginables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario