sábado, 15 de febrero de 2025

OLORES Y AROMAS...que el COVID se llevó

 

Olor a petricor
aroma a petricor un agosto en Madrid según IA


 - Colaboración de M. Regalado


Desde mayo de 2024, tras pasar una infección por COVID, me ha abandonado mi sensibilidad olfativa. 
Y no es algo baladí; ahora me pierdo aquellas sensaciones:

Madrid huele hoy...

Esta mañana... la luz era más tenue en Madrid. Por la ventana de mi cuarto entraba un grato frescor que de madrugada había conseguido que, incluso entre sueños, buscara la sábana superior de mi cama para arroparme con ella. Cuando desperté, un aroma fresco de lluvia me inundó al salir a la pequeña terraza. Me demoré unos minutos mirando la calle -de nuevo casi seca- y aspirando el aire con sus perfumes nuevos y casi olvidados después de meses sin lluvia: 

El inusual y delicioso petricor.

Con estos estímulos, abrí el mando de la ducha mientras la cafetera cumplía con su quehacer diario.
El agua se deslizaba tibia aclarando la espuma que me envolvía cuando ya un aroma, no por habitual menos grato, llegó hasta mí. Era el aviso. El modo en que la cafetera me hacía llegar desde la cocina su invitación al primer desayuno del día.
La hice esperar. Me espera el tiempo necesario. Antes, unas ráfagas de secador pusieron mi pelo a punto. Y ahora ya sí me encaminé hacia mi primera cita diaria con el placer de un café recién hecho. Disfruto casi con voluptuosidad de ese primer café. Y no estoy segura si es su sabor o su aroma quien lo consigue. Lo cierto es que antepongo ese momento al de finalizar con mi atuendo para comenzar el día.

La ducha y primer café. No se me ocurre ninguna otra actividad que aporte más energía para abordar el día que comienza.

Pero los aromas siguen acudiendo. Elijo uno fresco, que huela a hierba, o a mandarinas, o a té verde, o...y lo elijo en su forma fluida e hidratante para repartirlo por mi piel. Y después en forma líquida para atomizarlo en aquellos puntos donde el pulso late. Y el atuendo con que a continuación me cubro se impregna, al contacto, con ese aroma fresco que ahora es el mío.

Una ojeada al reloj hace que ya me apresure o llegaré tarde.

La calle me recibe con su olor a mañana. Sea cual sea el marco en que me hallo, el olor de la mañana cuando comienza es mi preferido. Ni un solo día pasa desapercibido para mis sentidos. Y no me ocurre con ninguna otra hora del día. No percibo de forma consciente el olor “a tarde”, ni el de las horas primeras de la noche. El olor “a mañana” es especial. Incluso en mis días de vacaciones -playa, montaña, país extranjero- me levanto para salir a la calle mientras el resto duerme, y aspirar el olor “a mañana” de un sitio distinto al habitual. Y cuando vuelvo, además, lo hago ya con un olor nuevo, el de las noticias, el del papel impreso que también me atrae de forma especial. (Con frecuencia, cuando nadie mira,  acerco mi nariz al periódico o al libro que leo).

Sí, el olor “a mañana” es especial.
Es como si cada uno de los olores se me ofreciera en su singularidad y a la vez se reunieran conformando uno solo en envolvente armonía. Es un placer olfativo que solo se me ocurre asimilar al que al oído le proporciona la audición de un bello concierto: Escuchas con deleite inadvertido el sonido de cada instrumento, mientras te envuelves consciente en el resultado de la reunión armónica de todos ellos.

Hoy he elegido caminar hasta mi trabajo. Dejo que el autobús se marche. Quedan pocos días de este mes de agosto para que, sin darte cuenta, el olor “a mañana” dé paso en no más de una hora al desagradable de cientos de tubos de escape emitiendo al unísono sus malhumorados gases pestilentes. Tampoco elijo el “metro”. Su olor se sitúa en el extremo opuesto al olor “a mañana”. Ni siquiera podría tildársele de malo. Es... distinto, extraño, no podría definir ese olor. ¿A qué olerá el “metro”?

 (M. Regalado, un muy antiguo 28 de agosto) 

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