la distopía de vivir este presentismo
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Recuerdo, hace tiempo ya, cuando enseñaba español para
fines específicos y me correspondía explicar la lección dedicada al lenguaje
económico-financiero, que se me abrían las carnes al pensar en la abstracción
de conceptos teóricamente monosémicos y unívocos, para evitar de esta manera la
polisemia y la ambigüedad comunicativa.
Me refiero a términos como “transacción”, “intermediarios”,
“negociación”, “oferta pública”, “regulación”, “financiación”, “inversión”,
“diversificación”, “liquidez”, “capital”, “compra-venta”, “crecimiento"…
Con el tiempo, se ha demostrado que constituyen vocablos venidos de la economía
a la lengua común para quedarse en el acervo cultural del hablante.
Somos conscientes de que la especificidad del lenguaje
económico-financiero supone un reflejo de la realidad de la que se hacen eco
los medios de comunicación. Por su culpa (bendita culpa en este caso, si con
ella se contribuye a la flexibilidad del idioma y a un mayor conocimiento del
mismo por parte de sus hablantes), y a través de sus noticias, caemos en la
cuenta de la aparición de nuevas situaciones y coyunturas, por lo que se
precisa un nuevo léxico, concreto y específico, con un vocabulario técnico y un
vocabulario semitécnico formado por vocablos comunes a la lengua general.
Encontramos, por tanto, préstamos, extranjerismos, calcos
semánticos, neologismos creados por derivación y composición, metáforas,
abreviaturas, siglas… entre otras características. Por ello, se produce una
doble corriente: un maridaje perfecto entre la lengua específica y la lengua
general.
Adivinamos, pues, una corriente de transmisión de la
especificidad lingüística propia de economistas y financieros a la generalidad
de los usuarios, que no sienten ajena a su propia vivencia la acogida y el
acomodo de dicha terminología, que tenía su sanctasanctórum en receptáculos
como la Bolsa, entre otros dominios, y que ahora ha salido para formar parte de
las bolsas de la compra, del lenguaje común de la calle.
Este trasvase terminológico constituye un fenómeno muy
interesante, como se puede apreciar en expresiones como "síncope
económico”, “frenazo en la negociación”, “maquillar el presupuesto”,
“capitalismo de ficción”, “solidaridad en la eurozona”, “apatía en los
mercados”, “sacrificio salarial”, “virus amarillo"… Confirmamos, por
tanto, que el lenguaje económico-financiero es, en definitiva, un lenguaje
activo, marcado por muchas de las características de la lengua general.
A veces, los dientes de sierra que se aprecian en los
mercados bursátiles pueden constituirse en metáfora indicadora de las emociones
que provocan su empleo por parte de los hablantes.
El anticapitalismo entra en la Academia
Y de la calle a la Academia,
que está tan viva y tan activa como la propia sociedad y la lengua. Así, los
académicos se han propuesto no cuarentenar el
idioma y, además, no han hecho ninguna desescalada de
vocabulario; en todo caso, se han nutrido con una buena musaca y sin ánimo fascistoide ni ganas
de izquierdizar, se
visten de galdosistas con
tintes berlanguianos y le hincan el diente –digital, eso sí–,
a la economía y a las finanzas.
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Salón de actos de la RAE - Archivo personal |
Si John Maynard Keynes levantara
la cabeza sonreiría, pues con sus dotes de casi visionario leería hoy conceptos
como euroesclerosis, microcrédito (y
también anticapitalismo).
Lejos quedan ya aquellas
incorporaciones que casi subvierten los cimientos intelectuales de los
más puristas cuando la Real Academia de la Lengua permitió cruasán, selfi o meme, por ejemplo.
¿En cuántos foros, congresos y reuniones o seminarios
académicos, en cuántas ocasiones venimos utilizando y repitiendo el
término distopía?
Parece que antes solo quedaba relegado al cine de ciencia ficción y como
metáfora de las escenas que rompían con la realidad o la normalidad. Pues bien,
ahora, aún lejos de la utopía, padecemos un sinvivir en
distopía, ya que, de manera tan adecuada, se aviene a estos tiempos de
pandemia.
El corrector nos frenaba siempre su escritura, pero el
ímpetu del hablante ha hecho un hueco en la cuarta actualización del Diccionario de la Real Academia que se hace
en línea desde la última edición en papel, en 2014.
Así pues, no solo la lengua de especialidad se nutre de la
lengua general, sino que también el lenguaje literario está presente a través
de sus figuras retóricas, según leemos en los anteriores ejemplos, dignos de un
relato novelesco, una narración histórica o un poema arrebatado de pasión.
Comprobamos que no hay abstracción en la univocidad de la
terminología económico-financiera, sino pura concreción, un anclaje a la
realidad promovida por sus hablantes.
Hoy, atendiendo a las preguntas, dudas, sugerencias que de
diferentes medios sociales, políticos, económicos y culturales llegan a la
Academia, se abren paso palabras provenientes de distintas disciplinas muy
específicas pero que están interiorizadas y son expresadas por los hablantes de
nuestro idioma, en constante transformación. Y eso es bueno. Muy bueno, diría
yo: la Academia, muchas veces tildada de lenta y remisa en sus incorporaciones
y modificaciones, se hace eco de la actividad del idioma y de sus usuarios.
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