Novela o poesía…
El azul del mar inunda mis ojos
El aroma de las flores me
envuelve
Contra las rocas se estrellas mis
enojos
Y así toda esperanza devuelven
(Golpes Bajos)
 |
Gustavo Adolfo Bécquer |
Presagios funestos...
No sé si corren malos tiempos
para la lírica, pero no seré yo quien aventure tiempos aciagos para este género
literario y más que literario, podríamos afirmar que todo un género personal,
una forma de ser y de estar en el mundo que nos diría Heidegger.
A quienes escriben poesía siempre
se les ha mirado de través, un soslayo que se pretende evitar, no vaya a ser
que se nos pueda contagiar su rareza, ese halo de intensidad que aploma al
resto de mortales y que lo pone entre la espada y la pared; eso de no sentir
como el poeta raya en el “insulto” ante la incapacidad de no saber ni poder
expresar el yo más íntimo de cada uno; o el yo más social, el yo con los otros,
que no todo consiste en ventilar y sacar a relucir las entretelas de quien se
manifiesta en verso.
Ahora bien, somos conscientes de
que la sospecha ante poeta y poema permanece, de que la mirada reticente sea
vate hombre o vate mujer, más allá del binarismo, -superado en estos lares-
permanece: construir rimas más o menos consonantes o en asonancia, enhebrar
líneas de trazo largo sin medida clásica de endecasílabos o heptasílabos,
distrae y confunde al que está frente a la poesía.
La actitud ante la poesía
previene y da miedo, sin duda: “¿a ver si no lo entiendo?, a ver qué dice
porque parece que me está examinando, y si no pillo el meollo quedo como un
patán lleno de idiocia”; quien se plasma rimado o asincopado lo hace porque piensa
o siente así…por lo tanto, el lector se ve inmerso en la necesidad más o menos
voluntaria de no perderse ni medio encabalgamiento por leve que sea. Así que
ojo avizor, los cinco sentidos y alguno más en alerta.
Poesía… ¡¡qué miedo!!
Siempre he defendido que la
literatura en cualquiera de sus manifestaciones, no puede ser disuasoria, que
está para nuestro disfrute, para nuestro aprendizaje; nos invita a acercarnos y
soñar, y no hablo de misticismos ni de fantasías. Constituye un puente que nos
aproxima al otro, a su momento particular, a su espacio singular.
Conviene propiciar la lectura con
mano izquierda y abandonando la batuta “maestra” del que se sabe dueño y señor
del contenido, la estructura y el tema…
Poca consigna dirigida y mucha
libertad generosa e inteligente para el que desea leer, y en especial el género
tan “especial” como es el de la poesía.
Creo que lo mismo ocurre con la
ópera o con el teatro alternativo, con el cine de culto (dejaremos esos flecos
para otro momento) todo un compendio raruno que conviene apartar y casi olvidar
en estos tiempos mediáticos de estories, IG, tiktok…
Qué habría pasado si los hermanos
Grimm nos hubieran contado su Cenicienta en versos de arte menor…Y si Clarín
hubiera compuesto una oda a Ana de Ozores y no los soliloquios que la
atormentaban; ¿podemos imaginar a don Fermín de Pas, aquel magistral vetustense,
sermoneándola en ripios?
En cualquier caso, con la novela
no pasa. Uno la empieza y la lleva a todas partes como si se tratara de un
apéndice prolongado de su extremidad bien en papel o en pantalla. Es una
película que la vemos del tirón, no solo una selfi de las tantas que nos hacemos
y que capta el instante inmediato e irrepetible.

|
Emilia Pardo Bazán Biblioteca Virtual de Prensa Histórica vía Wikimedia Commons |
Poesía eres tú…
Y tú, ¿qué lees? ¿Novela o
poesía?, nos preguntan. Pronto comienzan los titubeos y el interpelado
trastabillea: “es que, bueno…”; me recuerda esta dicotomía a la pregunta de
hace décadas cuando el niño sentía la apremiante obligación de elegir entre
papá o mamá porque aquí no valían medias tintas, era preciso elegir entre uno
y otro: poca tibieza y solo una
respuesta, posible.
Cuando a alguien le gusta
escribir, seguro que se inicia en corto, tímidamente, línea a línea y lo hace
con un cuento, con algunas líneas aparrafadas pero casi nadie se arranca a la
escritura con un novelón por muy biográfico que sea: ahí es donde nos despachamos
a gusto.
Sin embargo, en la prosa de
extensión medida hay que ajustar límites y seleccionar contenidos, concentrar y
condensar, poca floritura y al grano, es decir, el cuento y el microcuento, por
ejemplo, resultan difíciles de leer
porque existen intertextos que nos llevan a otras lecturas más profundas que
hay que desentrañar y descubrir; no basta con sobrevolar a vista de pájaro.
Algo similar ocurre con la
lírica, corran buenos o malos tiempos, la purga de libros ha existido siempre y
ninguno de los géneros, el novelísticos o el poético se han librado de morir en
la hoguera, si bien la poesía apunta peligros en ciernes; alguna suerte de
maleficio le acompaña por muy bonachón que se anticipe en su título aquel poema
o todo un poemario…
No puede ser de otra manera: la
poesía además de ser tú como rimaba Bécquer, es mucho más y nos pone en una
posición de aprieto.
Leer poesía implica ganas y
afición, encender una luz desafiante en nuestra vida que lo mismo resulta
cegadora. Hay que encontrar momento y espacio, taquígrafos y amanuenses que nos
acompañen en comentarios glosados, que nos levanten cuando el ánimo decaiga.
Poesía y novela…
El ser humano soporta de manera
frágil el dique que ha de alzar ante las injusticias vitales, y la poesía
supone un apoyo en esos momentos, sin olvidar que la novela funciona como telón
de fondo. La poesía –da igual, mamá que papá- crea tapices de palabras en un
mar de oleaje embravecido. Algunos poetas afirman escribir prosa poética o
poesía en prosa, un ten con ten casi
amañado con el lector: por si te asusta el verso, ahí va la “novela” en
ristras de arriba abajo.
La poesía se asoma con medianas
vibraciones y cierto brillo matizado en el haber profesional del escritor, que
agazapado ante la profusa prosa, balbucea: “solo son veleidades de juventud,
intentos de redacción adolescente, todo muy naif…”
Y al asomarnos a los poemas de
cualquier época y de cualquier latitud con una mirada libre de entredichos y
sin prejuicios, observamos nitidez conceptual, transparencia de emociones,
agitación compartida, oscuridad esclarecida y niebla desvaída.
Leer poesía y hacerlo de modo
sigiloso pero convincente nos predispone a instantes inefables que atesoramos
adormecidos. Contemplar versos ensartados, ritmos atrompicados, palabras
encadenadas bajo el dibujo poético supone pringarse en nuestra trayectoria
personal, tomar conciencia de dónde estamos y de quiénes somos.
Insisto, la novela como telón de
fondo, una cuarta pared que nos vigila desde su trasfondo y nos permite
fomentar criterio propio y adquirir pensamiento crítico para decidir nosotros
mismos cómo avanzar en la lectura. Leer siempre.
Poesía, más.
Seguro que algún día, cansado y
aburrido
Encontrarás a alguien de buen
parecer
Trabajo de banquero, bien
retribuido
Y tu madre con anteojos volverá a
tejer
(Golpes Bajos)
(Publicado en Entre Letras en Octubre de 2022)
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