sobre mi piel blanquecina
casi resplandecen en un cromatismo pardo.
Brillan y se mueven pausadamente.
Las cierras en puños -guante protector una de la otra-
para apoyar tu barbilla frente a mí
y cuando las abres,
reposan sobre la mesa,
extendidos los dedos que ocupan una superficie plana:
firmes, sin movimiento trémulo.
Y cuando las giras:
palmas esclarecidas de carreteras recorridas en un desierto
amarillento;
contraste que invita a aferrar las mías.
Me estremece sentir que el ocre dorado
me acaricia
la cintura.
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