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cielo en A Guarda (Pontevedra) - archivo personal |
Me distraigo con los hombres y las mujeres del tiempo.
Se mueven por la pantalla en un ir y venir frenético, imparable, ademanes por doquier, gestos y más gestos, bamboleo de brazos y manos, señalando aquí y allí. Imposible concentrarse. Quizá son los nuevos “tiempos” que marcan modas y épocas, lejanas de otras anteriores.
Al final, acabo consultando qué va a hacer mañana o como mucho en los próximos tres días, en mi móvil. Sin animación, “quieto parao” y así retengo lo que me interesa.
Y a partir de ahí, de esos datos…me gusta mucho contemplar los cielos de verano.
Como los pescadores, o los pastores y agricultores que amanecen (o antes, incluso) y levantan la cabeza, en silencio a ver cómo vienen dadas hoy. Expectación diaria.
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cielo en Dubrovnik - archivo personal |
Yo miro por la ventana y observo colores, siempre hay matices, un cromatismo que se percibe con ojos de bienestar, sorpresa, miedo, ilusión…imprevisibles, tal vez: distintos, siempre… más allá de la latitud donde uno se encuentre.
Siento predilección por la gama de los metalizados: grises que conocí en las pinturas de El Greco, envueltos y cubiertos por un blanco manchado de cúmulos o nimbos…también los estratos se superponen.
Y por los celestes velazqueños que no siempre son azules, sin más, recorren la claridad y la oscuridad a su gusto.
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cielo en Madrid - archivo personal |
Los enrojecidos de los impresionistas se acercan a la mínima expresión de un cielo delineado, y los cubistas enmarcan una planicie celeste sospechosa y poco natural.
Amanece y por el norte se anticipan temperaturas cálidas pero el cielo aventura más bien lluvia. Día cubierto de nubes espesas que recortan un paisaje verde intenso. Grises suaves y resquicios de un blanco incipiente, el horizonte apunta tormenta. Parece que se desplazan esas masas apagadas allá arriba, lánguidas…en la paleta etérea se adivina un día de bochorno veraniego.
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cielo sobre el Duero en Zamora - archivo personal |
Amanece por el centro y el día tornasolado de una bruma mullida promete calor. Mi retina capta un blanco tiza enredado en el azul pastel.
Son cielos bonitos: de verano. Muy característicos en muchas ocasiones de nuestro ánimo, de nuestros ánimos. Pigmentos para todos los gustos.
Quizá solo sean reflejo de nuestro propio sentir, proyectado hacia el exterior. Están ahí para ser observados, termómetros de un tiempo, de un verano más que discurre estacionalmente a puro brochazo coloreado.
Cielos atronadores, inquietantes, despejados y relampagueantes. Cielos cantados y repudiados, rimados y fraseados. Apuntados y señalados desde la tierra, sobrevolados y superados, místicos y humanos. Suplicantes y agradecidos, expresivos y prometedores. Metafóricos e imaginados.
Amanece en el norte y en el centro. También en el sur y en Levante.
Esos cielos de verano…
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