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aroma a petricor un agosto en Madrid según IA |
- Colaboración de M. Regalado
Desde
mayo de 2024, tras pasar una infección por COVID, me ha abandonado mi sensibilidad
olfativa.
Y no es algo baladí; ahora me pierdo aquellas sensaciones:
Madrid
huele hoy...
Esta
mañana... la luz era más tenue en Madrid. Por la ventana de mi cuarto entraba
un grato frescor que de madrugada había conseguido que, incluso entre sueños, buscara la sábana superior de mi cama para arroparme con ella. Cuando desperté,
un aroma fresco de lluvia me inundó al salir a la pequeña terraza. Me demoré
unos minutos mirando la calle -de nuevo casi seca- y aspirando el aire con sus
perfumes nuevos y casi olvidados después de meses sin lluvia:
El
inusual y delicioso petricor.
Con
estos estímulos, abrí el mando de la ducha mientras la cafetera cumplía con su
quehacer diario.
El agua
se deslizaba tibia aclarando la espuma que me envolvía cuando ya un aroma, no
por habitual menos grato, llegó hasta mí. Era el aviso. El modo en que la
cafetera me hacía llegar desde la cocina su invitación al primer desayuno del
día.
La hice
esperar. Me espera el tiempo necesario. Antes, unas ráfagas de secador pusieron
mi pelo a punto. Y ahora ya sí me encaminé hacia mi primera cita diaria con el
placer de un café recién hecho. Disfruto casi con voluptuosidad de ese primer
café. Y no estoy segura si es su sabor o su aroma quien lo consigue. Lo cierto
es que antepongo ese momento al de finalizar con mi atuendo para comenzar el
día.
La ducha
y primer café. No se me ocurre ninguna otra actividad que aporte más energía
para abordar el día que comienza.
Pero los
aromas siguen acudiendo. Elijo uno fresco, que huela a hierba, o a mandarinas,
o a té verde, o...y lo elijo en su forma fluida e hidratante para repartirlo
por mi piel. Y después en forma líquida para atomizarlo en aquellos puntos
donde el pulso late. Y el atuendo con que a continuación me cubro se impregna,
al contacto, con ese aroma fresco que ahora es el mío.
Una
ojeada al reloj hace que ya me apresure o llegaré tarde.
La calle
me recibe con su olor a mañana. Sea cual sea el marco en que me hallo, el olor
de la mañana cuando comienza es mi preferido. Ni un solo día pasa desapercibido
para mis sentidos. Y no me ocurre con ninguna otra hora del día. No percibo de
forma consciente el olor “a tarde”, ni el de las horas primeras de la noche. El
olor “a mañana” es especial. Incluso en mis días de vacaciones -playa, montaña,
país extranjero- me levanto para salir a la calle mientras el resto duerme, y
aspirar el olor “a mañana” de un sitio distinto al habitual. Y cuando vuelvo,
además, lo hago ya con un olor nuevo, el de las noticias, el del papel impreso
que también me atrae de forma especial. (Con frecuencia, cuando nadie
mira, acerco mi nariz al periódico o al
libro que leo).
Sí, el
olor “a mañana” es especial.
Es como
si cada uno de los olores se me ofreciera en su singularidad y a la vez se
reunieran conformando uno solo en envolvente armonía. Es un placer olfativo que
solo se me ocurre asimilar al que al oído le proporciona la audición de un
bello concierto: Escuchas con deleite inadvertido el sonido de cada
instrumento, mientras te envuelves consciente en el resultado de la reunión
armónica de todos ellos.
Hoy he
elegido caminar hasta mi trabajo. Dejo que el autobús se marche. Quedan pocos
días de este mes de agosto para que, sin darte cuenta, el olor “a mañana” dé
paso en no más de una hora al desagradable de cientos de tubos de escape
emitiendo al unísono sus malhumorados gases pestilentes. Tampoco elijo el
“metro”. Su olor se sitúa en el extremo opuesto al olor “a mañana”. Ni siquiera
podría tildársele de malo. Es... distinto, extraño, no podría definir ese olor.
¿A qué olerá el “metro”?
(M. Regalado, un muy antiguo 28 de agosto)